lunes, 23 de enero de 2017

Muchacho al carbón (3)

Muchacho al carbón (3)
Los sacrificios de ayer y los sacrificios de hoy
Gen 22:1-19
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 166
Estudia ingles… para que no seas un desgraciado. No es casualidad que el evangelio nos llame a ser como niños: el adulto no recibe el reino, se defiende de él.  El evangelio nos invita a vivir y a denunciar con esta vida la lógica del mundo adulto con su culto a la eficiencia y la eficacia. Recuerdo  las palabras de Julio Iglesias en su canción “Me olvide de vivir”.
De tanto correr por la vida sin freno
Me olvidé que la vida se vive un momento
De tanto querer ser en todo el primero
Me olvidé de vivir los detalles pequeños.
De tanto jugar con los sentimientos
Viviendo de aplausos envueltos en sueños
De tanto gritar mis canciones al viento
Ya no soy como ayer, ya no sé lo que siento.
Me olvidé de vivir
Me olvidé de vivir
Me olvidé de vivir
En segundo lugar, nuestros hijos son sacrificados al ídolo del consumo. Marulanda dice:         “Lo grave es que, gracias al consumismo y a la comercialización de la cultura, los niños de hoy no tienen más guía que sus apetitos porque las artimañas de la publicidad les establecen qué deben tener y soñar, y por eso son estas las que están definiendo cómo serán y actuarán las generaciones del tercer milenio. Si no se toman medidas que controlen la cantidad y calidad de los mensajes publicitarios, si el sistema educativo no lucha por impedir la comercialización de la cultura o los valores y si los padres no rescatamos la moderación como un valor fundamental, la sociedad del mañana tendrá negociantes y consumidores muy exitosos pero ciudadanos espiritual y emocionalmente muy empobrecidos”[1].
El evangelio nos invita a ser libres de Mamón. “Ninguno puede servir a dos señores, porque terminará sirviendo a uno de los dos. Ninguno puede servir a Dios y a Mamón [las riquezas] al mismo tiempo”. Una voz del cielo nos grita: ¡No le hagas daño a tus hijos! Enseñarles lo esencial y fundamental para que mañana nadie las venga a impresionar por la marca de ropa que usa, el carro que tiene, el estrato en donde vive, el apellido que tiene o los estudios realizados (no educación).
            En tercer lugar, nuestros hijos son sacrificados al ídolo de la ética borrosa. Aquí especialmente entra en escena el asunto de los límites que son necesarios para la vida, la libertad y la protección.
“Necesitamos rescatar el valioso adverbio "no", para una generación desbocada y sin límites, que se cree con derecho a hacer cualquier cosa, a la hora que sea y en el lugar más inoportuno; que parece no saber sopesar las consecuencias de lo que hace ni mucho menos las normas mínimas de buen decoro y comportamiento social. Muchos de nuestros chicos son víctimas de un ambiente (familiar y escolar) donde la ausencia de límites, por el pánico de los adultos a la palabra "no", los hizo creer que tienen licencia para comportarse de cualquier manera; y como resultado, tenemos una sociedad donde cada vez los comportamientos inadecuados hacen más difícil vivir juntos. Tenemos que entender que parte de la formación de las nuevas generaciones consiste en enseñarles cómo vivir en comunidad: tienen que tener claro que el mobiliario urbano no se daña ni se raya, que la basura no se arroja a la calle, que los árboles no se cortan; deben saber dónde se puede comer y dónde no; dónde no se puede hablar en voz alta, cuáles son los lugares aptos para las fiestas y bullicios, y a qué horas y dónde no se puede hacer bulla porque hay otros a quienes debemos respetar el silencio, la concentración, el sueño, etc. Pero sin miedo al no. No entiendo ni el pánico a esta palabra ni el miedo a hacerla cumplir. Porque el que está creciendo siempre querrá poner a prueba ese límite. "Vamos a ver si es verdad que esto no se puede hacer". Por eso siempre tiene que haber alguien recordándolo, y en caso final, alguna sanción para quien sobrepase el límite. No es traumático para nadie un "no"; por el contrario: le ayuda a entender hasta dónde se puede mover con libertad, sin atropellar a los otros y sin sufrir consecuencias dolorosas. Tenemos que ser claros y firmes para evitar una ciudad que, además de hacinada, se vuelva invivible porque nadie sabe respetar las zonas comunes. Esta sociedad no solo necesita retomar la senda del comportamiento moral que incluye el cuidado de la vida y a la dignidad del otro; también hace parte del comportamiento moral retomar la buena conducta social, que significa el respeto del espacio común. Esto es lo que nos hace más llevadera la vida en comunidad, ya de por sí difícil. El límite es seguridad para el ser humano. Cuando en una noche de tormenta el borde de la carretera no está bien trazado, el miedo al abismo imprevisto nos paraliza; cuando el límite está bien marcado, avanzamos con firmeza y seguridad”[2].
Aquí una vez más una voz del cielo nos grita interrumpiendo el sacrificio. Continuará.

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