Sorprendidos por su presencia
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Caballero116
Lo que nos sorprende es
aquello que nos coge de golpe, aquello que no teníamos presupuestado, aquello
que sobrepasa nuestras expectativas y cálculos. Nos sorprende aquello que no se
nos anuncia, que no se nos advierte. El Dios de la Biblia es un Dios que
sorprende; sorprende a los desprevenidos, a los tercos, a los angustiados y a
los cómodos. Quisiera esta vez abordar una serie de textos Bíblicos en los que
aparecen personas sorprendidas por la visitación de Dios y mirar la forma en la
que “la teología de la sorpresa” reorienta la vida. El primer ejemplo es el de
Jacob. El usurpador, que es el significado de su nombre, ha adquirido la
primogenitura de su hermano Esaú por un plato de lentejas, su última conquista,
la adquisición de la bendición “patriarcal”, bendición que le correspondía a
Esaú, ha hecho que este último se enfurezca y quiera asesinarlo. Jacob huye y durmiendo
en Haran, Dios se le aparece en sueño y lo hace depositario de la promesa de
Abraham (Gen 12:1-3). Jacob reacciona a la experiencia con sorpresa y declara: “¡ciertamente el Señor está en este lugar, y
yo no lo sabía!”(Gn 28:16). La sorpresa es tanto moral como espacial. Moral
pues Dios reafirma el pacto de Abraham no con Esaú sino con Jacob el tramposo,
espacial porque Jacob debe corregir su teología del Dios tribal que se manifestaba
en la tienda y en su territorio, ahora, Dios lo sorprende fuera de los escenarios
ya mencionados. Ante la sorpresa y la declaración de la presencia de Dios,
renombra el lugar en donde está, lo llama “Betel”, que significa “casa de
Dios”. Esta es una historia de gracia. El relato de Jacob, no es la historia de
un tramposo que se sale con la suya, es la historia de cómo Dios puede usar a un
tramposo para salirse con la suya. ¡Que sorpresa!
El segundo ejemplo tiene rostro colectivo. En el salmo
126 se nos poetiza la experiencia vivida por aquellos expatriados que han
vuelto a la tierrita. La posesión de la tierra, elemento fundamental de
estabilidad y de posibilidad de supervivencia, era signo de bendición, porque
implicaba la posibilidad de construir una casa, criar a los hijos, cultivar los
campos y vivir del fruto de la tierra. El poeta expresa su sorpresa diciendo: “Cuando el SEÑOR hizo volver a Sión a los
cautivos, nos parecía estar soñando. 2
Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. Hasta
los otros pueblos decían: “El SEÑOR ha hecho grandes cosas por ellos” (Salm 126:1-2). El poeta, desde su presente,
mira al pasado recordando un acto concreto de la historia de su pueblo: la
repatriación efectuada por Dios (Esd 1-6). Los soñadores, Moisés y Jeremías,
tenían razón (Dt 30:2, Jer 29:14). La acción de Dios, aunque increíble, generó
alabanza en el pueblo y testimonio a las naciones. De esta manera, el Dios de
Israel había cumplido su Misión: que las naciones conocieran de él, a través de
los actos salvíficos en Israel (Is. 12:4-5; 43:8-13; Salmo 96:1-3). Así, el
carácter sorpresivo del actuar de Dios tiene también un fin misiológico: otros
conocen a Dios a través de la sorpresa.
Nuestro
tercer ejemplo lo encontramos en la experiencia de Zacarías, quien llegara a
ser el papá de Juan el Bautista (Lc 1:8-20). Zacarías como sacerdote estaba acostumbrado
a su tarea y resignado a la infertilidad, Elizabeth su esposa era estéril. En lo
cotidiano de su ministerio recibe la visita de un ángel, Zacarías sorprendido
es visitado por la turbación y el miedo. Tras haberle tranquilizado (“No
temas...”), el ángel le dirige un mensaje de consuelo: “sus oraciones han sido
escuchadas”. ¿De qué modo? Elizabeth concebirá y dará a luz un hijo. Se trata de
una alegría inesperada por los ancianos esposos. Ante tal sorpresa Zacarías
muestras vestigios de incredulidad y el ángel anuncia que Dios hará lo que ha
decidido pero, el anciano sacerdote quedará mudo. Algunos afirman que la mudez aquí
es un acto de juicio por la incredulidad, quisiera sugerir que es un acto de
gracia. Es gracia porque algunas veces Dios tiene que cerrarnos la boca para
que lo dejemos trabajar bien y no nos tiremos el proyecto. El texto evangélico
habla de la irrupción del don de Dios en la vida de Zacarías: lo extraordinario
acontece en lo ordinario de sus tareas sacerdotales. El Señor toca su deseo más
profundo: el de tener descendencia. El don de Dios se nos ofrece allí donde nos
encontramos y nos impulsa a ir más allá.
El
último ejemplo nos viene por mediación del evangelio de Lucas también. Nos
narra la historia de dos discípulos desesperanzados, frustrados y desorientados
(Lc 22:13-33). Ese estado emocional fue causado por una interpretación
teológica parcializada. Ellos creían en la “teología oficial” respecto al
Mesías; un líder en términos meramente políticos que derrocaría a Roma y
traería consigo la reivindicación política de Israel en su tierra, Palestina.
Así, tierra, templo, ley, pueblo y Mesías serían el cumplimiento de largos años
de espera. Por eso ellos exclamaban con desencanto “¡nosotros esperábamos…!”,
demostrando con esto que ya todo estaba perdido. El giro sorpresivo acontece
cuando un forastero se les acerca y cuestiona sus estados emocionales, el forastero
resulta ser el mismo resucitado. Allí les interpreta las Escrituras. El
forastero les dice a sus acompañantes que la Escritura debe ser leída en clave
cristológica. Así, en la profundidad de nuestra noche, la noticia de la resurrección
nos ha sorprendido; él está vivo y toda vida encuentra en él su fuente y su realización,
su sentido y su fecundidad. La “TEOLOGÍA DE LA SORPRESA” nos invita al
recogimiento y al asombro. Nos hace pensar que toda construcción teológica es
provisional, que Dios va muchos más allá de los estándares y cánones que de Él hemos
establecido. Nos invita a renunciar al falso dilema de lugares sacros y
lugares seculares, todo lugar es “potencialmente” un escenario teológico, un espacio
para experimentar al “totalmente otro” entre nosotros. Todos los que fueron sorprendidos
fueron reorientados. ¡Sorpresa, Dios está aquí!