jueves, 16 de junio de 2011

Elías el apasionado

Elías el apasionado
Sant 5:17,18.
convozalta.blogspot.com. Jovanni Caballero16
Hay dos eventos que por estos días me han dejado frustración y un hondo sentido de inferioridad. En primer lugar, ver en los stands de las librerías cristianas la literatura popular evangélica con carácter triunfalista. En uno de los libros, el autor se presenta como un show-man que tiene a Dios hipotecado, haciendo alarde de su unción, milagros y días de ayuno; en pocas palabras, un hombre que todo lo puede porque tiene un Dios Todopoderoso. En segundo lugar, la reciente beatificación de Juan Pablo II, que lo eleva por encima de la condición humana de cualquier mortal. Yo no soy ni tan poderoso como el primero, ni tan santo como el segundo (Don segundo). Estos dos modelos frustran; necesitamos algo más humano, más parecido a nosotros.
Lo curioso es que la Biblia, el libro que inspiró a los modelos anteriormente descritos, hace una lectura diferente de la condición humana. Este es el caso de la fotografía de Elías que Santiago nos presenta (Sant 5:17,18). Mientras anima a la comunidad a orar hace uso de su historia patria y le presenta a Elías. Esta alusión se debe al aparente desánimo que sentía la iglesia al orar. Algunos decían: “¡Si fuéramos como fulanito o perencejo! A ellos sí los escucha Dios. ¡Pero nosotros somos tan humanos, tan débiles y pecadores!”. Así que el apóstol conecta la historia que su lectores conocen con la tarea pastoral que trata de ejercer entre ellos (Cp.1 Rey 17). El perfil de Elías que se presenta aquí desanimaría a cualquier tele evangelista de moda, pues no tiene nada atractivo, seductor, encantador o interesante.
Lo primero que dice es que Elías era un hombre; simplemente eso, un hijo de Adán, no un superhombre (Cp. Ez 2:1). En segundo lugar, Elías estaba “sujeto a pasiones, como nosotros” (Cp. 1:15; 4:2) luchando, tal vez, con lo que todos luchamos. Él está al mismo nivel de la congregación y de Santiago, quien también se incluye. No hay nada que lo ponga por encima de la congregación. El apóstol no presenta una imagen editada, mejorada y barnizada del profeta sino que lo muestra tal y como era. Y aun así, tan humano, Elías oró y el Señor le respondió, porque algo pasa cuando oramos, pues a pesar de nuestras pasiones, nuestra fragilidad y humanidad, Dios nos escucha y nos responde. Así que ¡ánimo! La oración a Dios hace que las cosas pasen.
Tenemos una tentación latente, y es la de proyectar una imagen editada de nosotros mismos, con la esperanza de ser más aceptables a aquellos a quienes ministramos o que tenemos a nuestro lado[1]. Sin embargo, es significativo “mirarnos, al menos de vez en cuando, tal como somos; es importante compartir, quizás con un amigo o con nuestro cónyuge, nuestros secretos más profundos. Si no lo hacemos corremos el riesgo de olvidar quiénes somos en realidad: nos acostumbramos poco a poco, y llegamos a aceptar como verdadera la versión  de nuestra persona que mostramos en la vida pública”[2]. Es en el marco de un examen profundo de nosotros mismos donde Dios empieza a tratarnos y a moldearnos.
Este texto también provee un ejemplo para aquellos que predicamos, porque nos plantea una forma de ilustración en la predicación. La ilustración debe ser conocida por el auditorio porque conecta lo conocido: donde el auditorio está, con lo desconocido: lo que se quiere enseñar. Así el predicador es obligado a comunicar su mensaje de una manera encarnada, desde una realidad concreta, evitando de esta manera los principios abstractos ajenos (muchas veces) a los problemas de su auditorio. El texto también provee un marco para nuestra tarea pastoral. Esta debe llevarse a cabo, casi siempre, en primera persona del plural: nosotros. Santiago se incluye, también se presenta vulnerable delante de la congregación, ya que él también es como Elías. La diferencia entre nosotros y la congregación es funcional, no piramidal. Porque al fin de cuentas ¡todos somos apasionados “como Elías”!
Finalmente, traigo a la memoria la experiencia de un amigo pastor que atravesaba por momentos difíciles, pero que aparentaba frente a la congregación ser muy fuerte, aun sabiendo que se engañaba a sí mismo. De repente “sintió” que Dios le guiaba a ser sincero volviéndose vulnerable frente a su comunidad. Fue así como un domingo se abrió frente a la iglesia y les abrió su corazón. Él creía que la congregación lo iba a despedir. Para su sorpresa, la reacción fue otra. Cuando bajó del púlpito, lo acogieron, lo abrazaron, y le hicieron saber que así era que ellos querían a un pastor: alguien que se pareciera a ellos, que tuviera problemas como ellos, que luchara tanto como ellos. Dios nos escucha y responde no en virtud de nuestros logros o experiencia, sino en virtud de su gracia. Elías el apasionado es un ejemplo de ello.                   Fin.


[1] ATIENCIA, Jorge, Hombres de Dios. Certeza-Buenos Aires, 1995, p 9.
[2] Ibíd., p. 9