Un vacío llamado hijo (4)
Monólogo sobre el amor y el rechazo
Os 11:1-11
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Caballero 154
En tercer lugar, el amor reafirmado:
de Egipto volverá mi hijo, vv. 8-11. Esta parte del texto nos introduce en las entrañas de Dios y nos muestra
la tensión y la lucha que vive entre la ira y la misericordia. Dios padre
pregunta cómo tratar a su hijo… “¿Cómo podré
abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel?...”. El texto recuerda a Adma
y a Zeboín, dos ciudades de la región de Sodoma y Gomorra, prototipos de
maldad, que desaparecieron (Gn 10:19; 19:24-25; Dt 29:23). Dios pregunta si
Israel tendrá el destino de esas ciudades… “¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o
ponerte como a Zeboim?...”. El profeta
presenta a Dios con emociones muy humanas: con un tira y afloja entre dejar
correr la ira o dar paso a la misericordia. Y entonces escuchamos el veredicto,
la decisión tomada por el padre. La decisión es inapelable: “Mi corazón se
conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. 9 No ejecutaré el ardor de mi ira,
ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en
medio de ti; y no entraré en la ciudad”. El texto deja entrever, en primer
lugar, que desde la lógica humana la ira habría ganado. Pero en Dios hay otra
lógica, la ilógica del amor[1].
A pesar de la equivocación del pueblo
Dios no responde con ira, sino con perdón y compasión (Os 6:6).
Ahora,
la misericordia divina no es un recurso fácil, pues implica reconocer que nos equivocamos
al convertirnos en dioses de nuestro propio destino. La compasión fácil de “no
pasa nada” puede ser puro sentimentalismo pasajero y convertirse en una falsa
compasión si no abre al horizonte de la misericordia divina que nos sitúa ante
la verdad de nuestra vida[2].
Por otro lado el texto nos ofrece una
dimensión de la santidad a la que no estamos acostumbrados, la santidad aquí no
es pureza en el sentido de inmunidad y alejamiento sino de acercamiento e involucramiento
a través de la misericordia, la compasión por el otro. Así, la santidad no es
excusa para el involucramiento sino la condición fundamental y necesaria para
este. La santidad no es distancia sino cercanía y capacidad de amar aún en
situaciones difíciles. El texto termina presentando las consecuencias de la decisión
de Dios. El pueblo seguirá al Señor. Se describe a Dios con la imagen del León.
Su rugido, su voz, hace que todos lo sigan sin despistarse. El pueblo había
sufrido la dispersión con la invasión de Asiria, pero Dios los llamará a todos
y ellos vendrán desde los distintos lugares en donde se encuentran (De Egipto
volverán)[3].
Dios hará que habiten de nuevo en sus casas. De esta manera se recompone la
historia entre el padre y el hijo, se llena le vació con nombre de hijo, y se
recompone la vida del pueblo exiliado que regresa para recuperar sus tierras y
habitarlas. El pueblo vuelve a Dios y vuelve a casa.
Conclusión.
El monologo está marcado de principio a fin por gestos de cariño Dios. Oseas ha
iluminado con su fe el momento trágico que estaba viviendo el pueblo de Israel.
Nos habla de la manera en la que Dios-padre siente el vació, la ausencia
afectiva de su hijo Israel a causas de sus rebeldías. Cuando la situación
parecía irremediable, algo la hace renacer. A pesar de las consecuencias
nefastas del pecado el profeta abre un nuevo mundo fundado en el amor fiel y
eterno del padre. Este amor no tiene medida humana sino divina, la de su
santidad. El texto nos interpela a no perder nuestra identidad de hijos y a
descubrir también nuestra propia historia de hijos para encontrar de nuevo al
padre que nos ama con amor eterno. El texto nos invita a preguntarnos ¿Qué
clase hijo somos? Nos invita a descubrir y experimentar el amor del padre y su misericordia
no como excusa para el pecado sino como escenario en donde empezamos a ser
libres de este, de sus tiranías y de sus esclavitudes (Rom 6:1-3). No abusamos
del amor de Dios sino que en el escenario de este respondemos de manera
coherente a su misericordia. Continuará.
[1] “A pesar del hecho de que la ley
de la venganza no resuelve ningún problema social, los hombres continúan
siguiendo sus desastrosos imperativos. La historia está llena de ruinas de las
naciones y de los individuos que han seguido este camino erróneo. Desde lo alto
de la cruz, Jesús ha proclamado solemnemente una ley más alta. Sabía que la
vieja filosofía del “ojo por ojo” dejaría ciego a todo el mundo. No intenta
vencer el mal con el mal. Vence el mal con el bien. Crucificado por el odio,
responde con el amor. ¡Qué magnífica lección! Podrán nacer y desaparecer las
generaciones y los hombres continuarán adorando al dios de la venganza e
inclinándose ante el altar del desquite, pero siempre oímos un grito lacerante
de esta noble lección del Calvario. Solamente la bondad puede extirpar el mal.
Solamente el amor puede vencer al odio”. KING, Martin Luther. La fuerza de amar. Acción Cultura
Cristiana-Madrid, 1999, p 39.
[2] “En este sentido Oseas sudo
denunciar la injustica, le falso culto y la idolatría política, buscando en la
misericordia divina la posibilidad siempre abierta de un cambio de rumbo y de
una conversión sincera”. SEVILLA, Cristóbal. La misericordia de Dios en tiempos de crisis, meditaciones Bíblicas.
Verbo Divino-Estella Navarra, 2015, p 43.
[3] Mateo (2:15) usa 11:1 para
describir la manera en que Dios actuó para salvar a Jesús de manos de Herodes.
Habiendo escapado de la muerte él podía a su debido tiempo regresar de Egipto
para cumplir su obra propuesta. La declaración de Oseas no es primeramente una
profecía acerca de Jesús, sino una interpretación de un evento histórico. Sin
embargo, los paralelos con Jesús son muy impresionantes: Dios guardó a Israel
(a Jacob y a su casa) de la hambruna, dándoles un lugar en Egipto. De allí los
sacó para cumplir sus propósitos.