Muchacho al carbón (2)
Los sacrificios de ayer y los sacrificios de hoy
Gen 22:1-19
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 165
Tercera
escena, el clímax o la acción transformadora, vv. 11-12.
Mientras levanta la mano pasa por su mente toda la historia cual páginas del
álbum familiar: recuerda la promesa, la alegría de Sara, las primeras palabras
de Isaac, sus primeros pasos, sus berrinches de niño. Recuerda que lo ponía en
sus piernas y le hablaba del Señor y de cómo este lo liberó y lo abrió a la
esperanza. Tu eres un regalo de Dios hijo- le decía – tu eres la promesa de un
futuro mejor. De repente… la tensión baja, Dios interviene para abortar el
sacrificio de Isaac, y con la orden para interrumpir el sacrificio se da el veredicto
de la prueba: Abraham es temeroso de Dios, tiene temor porque es capaz de
llegar a una situación extrema. Ha adorado. Pero al adorar de esta manera, ha
sido también liberado. Liberado de su idea de Dios: Dios no quiere sacrificios
humanos. La audacia del relato-dice Beauchamp, consiste en atribuir a Dios
mismo una antigua imposición. Como si Dios dijera: eres tú el que ha hecho de mí
esta imagen cruel, pero yo he venido a habitarla porque no podía líbrate de
ella de otra manera[1].
Yahvé, el Dios que lo había sacado de Ur de los Caldeos y que lo había liberado
de la idolatría, lo liberaba ahora de una costumbre inhumana derivada de la
idolatría[2].
La cuarta escena, el
desenlace, vv. 13-18. Aquí Isaac
es reemplazo por un cordero. Dios provee un cordero para la adoración y Abraham
bautiza el monte, el monte ambiguo del inicio de la narración ahora tiene
nombre: Yahvé proveerá (YHWH-YIREH). La promesa es reafirmada, no necesita
sacrificios humanos para ello. La cuestión es sencilla: donde hay sacrificios
humanos la bendición se aborta, se extingue. El Dios de Abraham no reclamaba
nada para sí, sino para el hombre, no quería recibir sino que prometía dar
(12:7). Los dioses exigían la esclavitud y la sumisión del hombre, y aun su
muerte; Yahvé propende por la libertad del hombre y su vida. Yahvé quiere la
vida y no la muerte, no necesita la sangre de los hombres, aún más: ordena que
vivan[3].
¡Eres libre Abraham!, comunica el texto[4]. El texto cierra con la quinta y última
escena, v. 19. El cordero se
consume, la leña se apaga, el altar se cierra. El texto descarta al Dios cruel
y al padre insensible. Abraham e Isaac vuelven a donde sus siervos, para ellos
no ha pasado nada extraño.
Reflexiones. Somos
ilusos, nos engañamos a nosotros mismos si creemos que el sacrificio idolátrico
de los niños cesó, acabó. Recordemos que la idolatría no es pieza del museo
religioso y algo ya superado por esta sociedad “civilizada”. La idolatría no quedó
atrás como estadio ya superado, se construye todos los días, se refina, se
sofistica. Como lo expresó Sábato en su “resistencia” “¿Qué ha puesto el hombre
en lugar de Dios? No se ha liberado de cultos y altares. El altar permanece,
pero ya no es el lugar del sacrificio y la abnegación, sino del bienestar, del
culto a sí mismo, de la reverencia a los grandes dioses de la pantalla". Hoy,
nuestros hijos son sacrificados a los ídolos nacionales, a la voluntad del
poder, al deseo de poseer y al poderío del dinero. En
primer lugar, nuestros hijos son sacrificados al ídolo de velocidad. Bajo los criterios del mundo de la
empresa y el comercio, los criterios de la eficacia y la eficiencia, hemos matado
la niñez de nuestros niños. Hemos castrado la niñez en el altar de la velocidad,
de la eficiencia y la eficacia. El
niño nace y está inmediatamente allí el registrador y el rector del colegio. Dice
Honoré: “Exceso de perfeccionismo y de vanidad en la educación. Se busca llenar
la agenda de los escolares hasta límites abusivos de clases extra-escolares, deberes
y actividades con prestigio que
solo cansan y “machacan” a los niños y que, en muchos casos, refuerzan el ego
de los padres que proyectan en ello posibles frustraciones personales”. En un
mundo competitivo la escuela, es el campo de batalla en donde lo único que
importa es ser el primero en la clase”[5]. Llenamos
la agenda de nuestros hijos con tantas actividades para alimentar el mito del
“niño genio” y rendir culto a la velocidad. Nos dedicamos a correr y se nos
olvida vivir, jugar, descansar… adorar. Continuará.
[1] BEAUCHAMP, Paul. 50 retratos Bíblicos. BAC- Madrid, 2014,
p. 21.
[2] En términos retóricos tendríamos
aquí la presentación de una relato irónico: La ironía (del griego εἰρωνεία
'eirōneía': disimulo o ignorancia fingida) es una figura literaria mediante la
que se da a entender algo muy distinto, o incluso lo contrario de lo que se
dice o escribe.
[3] AVILA, Rafael. Biblia y liberación: lectura desde América
Latina. Paulinas-Bogotá, 1976, p. 24.
[4] La liberación de esta costumbre
inhumana y cruel y la manifestación que hacía Yahvé de sí mismo como liberador
de esclavitudes fueron las bases que permitieron más tarde a los sacerdotes
hebreos sustituir los sacrificios humanos por sacrificios de animales mediante
los cuales se “rescataba” a los primogénitos (Ex 13:11-15). Más tarde profetas
como Jeremías y Ezequiel condenaron enfáticamente y sin titubeos semejante
costumbre, afirmando que tal cosa no pasó siquiera por el pensamiento del Señor
(Jer 7:30; 19:4; 32:35; Ez 16:20; Salm 106:35). Este proceso, esta toma de
conciencia, toma fuerza con la promulgación de la ley que ordena lapidar a quien
sacrifique un hijo suyo a los ídolos (Lv 20:2). El pueblo hebreo, sin embargo,
se liberó difícil y progresivamente de esta costumbre, no faltaron las
reincidencias debido a los escrúpulos religiosos de algunos y por esto fueron
necesarias las intervenciones enérgicas de los profetas que levantaron sus
voces airadas para censurar semejante degradación (Juec 11: 30,31;1 Rey 17:16-18;
2 Rey 3:27; 21:6; 2 Cron 33:5-7). Por otro lado la costumbre de sacrificar
seres humanos a los dioses era también común a los “primitivos” habitantes de América,
por ejemplo, colocaban en los cimientos de sus edificaciones el cadáver de un
niño o lo inmolaban en ocasión de algunas fiestas.
[5] HONORÉ, Carl. Elogio de la lentitud: un movimiento de alcance
mundial cuestiona el culto a la velocidad. RBA- Bracelona, 2008, p. 266.
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