Creado,
creído y caído (2)
Gen
3:1-24
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 134
La
mujer interviene para aclarar a su interlocutor los alcances del mandamiento de
Dios, podemos comer de todos los arboles-dice- excepto de uno so pena de
muerte. El contraste entre el “todos” y el “uno” es evidente, el marco de
acción entre ambos es abismal. Sin embargo, el foco de atención, la discusión
ahora, versará sobre el “un”; lo prohibido será objeto de discusión y de
desmitificación. Hasta aquí la orden aun es conservada, el mandamiento se
mantiene intacto. La prohibición de no comer muestra que el alimento se
convierte en test, en una prueba en
el sentido Bíblico. Y es que, la comida en la Biblia no tiene un sentido
neutral: la prueba de Adán y su mujer muestra esto, el tránsito de Israel por
el desierto también lo afirma y el mismo Jesús es confrontado con la misma
situación. La respuesta de la mujer a la serpiente esboza los límites que Dios
ha puesto: “para vivir hay que comer de todo, pero no comerlo todo”[1].
Hacer lo contario, comerlo todo, es no admitir el límite de don. Y es que,
hasta el sentido común nos dice que,
para disfrutar de un don o un bien de
manera sensata, debemos aprender a hacerlo en el marco de unas reglas o límites
dados. Por ejemplo, al que le acaban de regalar un carro debe saber cómo conducirse
en carretera: los límites de velocidad permitidos, el pase de conducción al
día, respectar las normas generales de tránsito. Todo don o bien lleva consigo
límites para poder disfrutárselo.
La serpiente ataca de nuevo negando
los efectos del límite puesto por Dios, ¡No morirán!, afirma la voz serpentina
cuestionando de esta manera la Palabra de Dios (v.4). Se presenta a Dios como
un aguafiestas cósmico que, caprichosamente, le quita la posibilidad al ser
humano de “conocer el bien y el mal”. “se ha señalado que la mentalidad hebrea solía emplear términos
opuestos para referirse a una categoría entera. Por ejemplo, oriente y
occidente significa en todo lugar. Día y noche quería decir todo el tiempo. Y
aquí el bien y el mal es probablemente una expresión que significa todo”[2].
Si esto es así, la tentación y el acto de desobediencia consiste entonces en
querer experimentar lo que Dios experimenta; poder determinar su propio
destino; asegurar su propio futuro. Y, muy sutilmente, la bondad de Dios es
cuestionada, un Dios que prohíbe, que pone límites no es bueno. El deseo de ser
como Dios en cuanto a su conocimiento del bien y del mal es, tal vez, más fuerte
que el ser como Dios en cuanto a lo que ya eran: “a imagen y semejanza”. Lo que
la serpiente ha puesto en la mesa es la
cuestión hermenéutica: ¿Qué dijo Dios
y como ha de entenderse? No resulta
difícil detectar aquí el mecanismo de proyección característico de la envidia.
El codicioso piensa espontáneamente que el otro busca probarle de aquello que
pretende. Ve en él una amenaza y encuentra entonces sobrados motivos para
desconfiar de este rival que se aprovecha de su confianza para tenderle una
trampa mientras que el mismo permanece a salvo[3].
Esto ocurre con la serpiente, para ella, la intención de Dios al poner límites
sin aclararlo, es perversa.
Ahora, hay un sentido en el que la
historia de la salvación versa sobre el asunto
hermenéutico; es decir, sobre el
mensaje de Dios y la forma de entenderse y aplicarse frente a nuevas
situaciones y eventos. Entre muchos casos y rostros que pueda tomar el tema en
la Biblia, resalto dos casos: el de Adán en el huerto y el de Jesús en el
desierto (y otros escenarios). La serpiente se acerca con una propuesta
hermenéutica, indaga sobre la postura interpretativa de la mujer frente al
mensaje que de Dios ha recibido (2:17). Así como quien acaba de salir del culto
el domingo y se ve en la necesidad de contestarle a alguien la pregunta ¿Y… de
qué habló hoy el pastor? ¿Y… cómo lo entiendes tú? Ahora, una vez las palabras
de la serpiente encuentran eco en su interlocutora, ella aprovecha para
presentar entonces su propuesta hermenéutica. La serpiente niega el resultado
de comer del árbol prohibido, ¡No moriréis!, afirma; siembra desconfianza sobre
la bondad de Dios y, propone la posibilidad de ser como él. En síntesis, según
la hermenéutica serpentina Dios ha
preservado el “árbol del conocimiento” no porque el desconocimiento resulte
esencial para toda relación, sino porque quiere conservar la omnipotencia como
privilegio exclusivo suyo. El silencio de Dios acerca de la razón del límite es
un indicio de sus celos, no el signo de que quiere al hombre libre para
realizarse plenamente. La advertencia concerniente a la muerte, en lugar de ser
aviso de amigo, es la amenaza que el rival profiere contra su competidor humano.
La mujer sospecha de Dios y acepta
la hermenéutica serpentina. La reflexión
de la mujer frente al fruto fue racional (vio
era bueno para comer), estética (era
agradable a la vista) e intelectual
(deseable para alcanzar sabiduría). La nueva hermenéutica tiene efectos
sociales, la mujer comparte con Adán y este también come (v.7). El ser humano
usurpa rol de Dios, ahora es el ser humano quien decide lo que es bueno (Cp. 1:10). Los sueños de conocimiento y
sabiduría se esfuman y ahora solo queda la desnudez y la vergüenza. El único conocimiento
que adquieren es el de sus finitudes. Y ahora diseñan modas, una moda bastante ecológica
por cierto. Pero esto no quedará así… continuará.