Una
navidad sinvergüenza
Apuntes
de un sinvergüenza para una espiritualidad sinvergüenza
Lc
1:5-25
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 194
El texto que nos convoca es un relato de “anunciación”[1]. Nos cuenta la experiencia
de un anuncio que tiene un anunciante y un receptor. Tomo la palabra “vergüenza”
porque hace parte de la declaración de Elisabet en el v. 25 y marca un patrón que
atraviesa todo el relato. Esto es: el relato se construye a partir de la “vergüenza”[2]. Pero, ¿cuál es la vergüenza?,
¿cómo es que Elizabeth y Zacarías llegan a ser una pareja sinvergüenza? Veámoslo.
La primera parte del texto, vv. 5-7,
vamos a llamarla “la vergüenza declarada”. Aquí, en medio de un contexto político
concreto, en los días de Herodes, como queriendo aterrizar la historia y la fe
misma, Lucas nos cuenta el drama de una pareja: Zacarías y Elisabet, él,
sacerdote y ella de tracción sacerdotal (descendiente de Aarón). Han vivido
toda la vida al servicio de Dios, el templo y la fe; son justos. Representan
toda una larga tradición religiosa. Pero…
no tienen hijos: ella es estéril y ambos de edad avanzada. Y es que, la
esterilidad, con todos sus efectos psicológicos y sociales también visita la
casa de los justos. ¿Representará esta pareja la espiritualidad estéril del
templo y de la fe en su tiempo? La
segunda parte, vv. 8-22, vamos a llamarla “la vergüenza solucionada”. En
medio de la normalidad de un día de culto y ministración, Dios se hace presente
y Zacarías, cual creyente que vive su ministerio en “piloto automático”, se
asombra y se atemoriza. El ángel lo tranquiliza “no temas” y le da un mensaje
de consuelo “tus oraciones han sido oídas”. Toda una vida orando y ahora…
¡sorpresa! Justo en el momento menos propicio, la vejez, y en la condición
menos probable la esterilidad, Dios visita a estos viejos creyentes con un
hijo.
Zacarías
responde con incredulidad, como también lo haríamos nosotros, la obra de Dios
en él no está sujeta a su fe sino a la liberalidad divina (para no usar la categoría clásica "soberanía"). La mudez temporal no
es castigo divino sino un acto de misericordia y una invitación a reflexionar,
desde el silencio y el mutismo, en lo oído y lo prometido. La experiencia de
Dios no debe infundir miedos sino que debe, en oración, superarlos. La tercera y última parte del texto, vv.
23-25, la llamaremos “la vergüenza superada”. El culto termina, Zacarías
vuelve a casa… ya no habla. Es ahora Elisabet la que toma la palabra y dice
que su vergüenza ha sido superada por el don de Dios. Debemos notar que, aunque
el anuncio del nacimiento de Juan fue “extraordinario”, no lo fue su
concepción. El estigma social se levantó, la que era llamada estéril ahora es
llamada fructífera. Ahora es ya una mujer sinvergüenza. Quisiera sugerir cuatro
aspectos que fundan nuestra espiritualidad a partir de este relato.
1.
La esterilidad. Tomo esta
palabra como metáfora de nuestra humanidad y mundanidad. La espiritualidad se vive
en el terreno de lo humano no fuera de él. Mucho de nuestras prácticas de fe empiezan
diciéndonos lo contrario, intentan sacarnos del terreno de lo humano, lo frágil
y lo terrenal. Nos presentan como modelos de fe a hombres y mujeres “súper espirituales”,
“hombres de hierro” y “mujeres maravillas”. Una espiritualidad sana empieza por
reconocer lo contingente, lo humano y lo vulnerable. Reconocer, en versión paulina,
que la gracia se perfecciona en la debilidad.
2. La
oración. Si la “esterilidad”
es el reconocimiento de lo humano, la oración es el reconocimiento de lo divino
y la apertura hacia Dios y lo trascendente. La oración es el escenario en donde
los temores se empiezan a superar y se posibilita una vida fructífera. Tendemos
a pensar que nuestras oraciones “cambian a Dios” pero no, somos nosotros los
que empezamos a cambiar en la oración a Dios. El padre nuestro dice: “que tu
voluntad sea hecha en la tierra como se hace en el cielo”.
3. El
silencio. Es un silencio propositivo,
fecundo, que piensa y razona. Que permite elaborar y procesar lo oído más allá de la
tiranía de la inmediatez y lo urgente. Pero también el silencio permite que las
“voces oficiales” se callen para poder oír a los “sin voz”. Elisabet terminó hablando
y Zacarías terminó callado. Los pastores nos la pasamos hablando todo el tiempo,
cuándo fue la última vez que nos callamos para escuchar a los demás y ser realimentados
por sus confesiones y testimonios.
4. La celebración. Es la respuesta a la respuesta. Zacarías estuvo fecundando
en su corazón por nueve meses lo que Dios había hecho. Cuando habla, lo hace
para cantar, para celebrar. Solo aquel que ha guardado silencio puede después hablar
y cantar. Recuperar la dimensión celebrativa de la fe es una urgencia para la
misión. La peor publicidad para el evangelio es un creyente aburrido. La alegría
es símbolo de la edad mesiánica, de la visitación de Dios. A Zacarías se le
dice que la visitación de Dios traerá gozo. ¡Que el Señor te conceda ser un “sinvergüenza”!
Fin
[1] Estos relatos tienen una
estructura literaria característica: 1). Situación de los personajes, 2). Aparición
del ángel del Señor, 3). Respuesta en clave de miedo o asombro, 4). Anuncio,
5). Pregunta u objeción, 6). Señal y ejecución, 7). Cierre (Cp. Mt 1:8-25).
[2] Las sociedades antiguas, del
mundo mediterráneo, regían sus relaciones bajo el binomio “honor-vergüenza”
(nosotros estamos más orientados hacia la culpa). Ellas asumían una fuerte orientación
de grupo. La vergüenza era como un puntaje negativo, la comunidad pensaba de
forma negativa hacia le “avergonzado” (Rm 1:16). Estar “avergonzado”
significaba “estar fracasado”, esto se superaba dando honor.