sábado, 19 de marzo de 2011

Los más sonados. Parte I

Los más sonados. Parte I
¡David, el hombre nuevo!
Salmo 51
EN VOZ ALTA.10. Jovanni Caballero
Mi profesor de Teología Bíblica, Milton Acosta, me decía en una ocasión que uno de los grandes problemas en la lectura de la Biblia es la familiaridad y a la vez la falta de familiaridad con el texto. La primera porque el texto se vuelve tan popular que ya no nos impresiona, y la segunda porque el texto nos es tan ajeno que perdemos la oportunidad de ser impresionados. El salmo 51 está ubicado dentro de las lecturas “familiarizadas”; es decir, es tan común que las verdades que encierra pueden pasar desapercibidas. Esta composición se ubica dentro de lo que se denomina ‘el catálogo de salmos penitenciales individuales’, y parece formar una unidad literaria con el Salmo 50, pues  aquí Dios habla en tono judicial, y en el 51 el salmista responde con tono de arrepentimiento.
El poema empieza ubicando al lector con su contexto histórico (versos 1 y 2 en el hebreo), donde se recuerda un momento crucial en la historia del personaje comprometido y también de la nación de Israel (2 Sam 11-12)[1]. El resto del poema (vv1-19, en español)[2], se puede leer como una inclusión así: confesión y arrepentimiento del poeta (vv1-6), restauración y compromiso (vv7-17) y oración por la restauración de Jerusalén (vv18, 19). En este sentido el poema se mueve de la dimensión individual a la dimensión colectiva, de la intercesión por la restauración personal a la intercesión por la restauración colectiva. 
El poeta, dada su condición, apela al amor de Dios: ha pecado, el reconocimiento de esta condición y la admisión de su realidad es expresada en la repetición del posesivo en singular y plural, mi-mis. Su falta es contra Dios, no contra un manual o código de conducta, los diez mandamientos o algo parecido. Ha ofendido el carácter de Dios (vv1-6). La restauración que necesita la encontrará en la gracia de Dios, por ello, habla de su limpieza usando el lenguaje ritual: hisopo, lávame (v7 Cp. Lv 4:12, 6:4, 7:19; Ex 25:11); el pecado ha roto su comunión con Dios, y para restablecerla debe estar limpio como los sacerdotes que se preparan para entrar al tabernáculo. En su clamor le dice a Dios que lo vuelva a crear (v10); aquí el verbo que usa es bara’ (crear), cuyo único sujeto en el AT es Dios (Gn 1:1, 2:3; Isa 40:26; Jer 31:32). ¡Hazme un hombre nuevo!, haz en mí lo que solo tú puedes hacer. No es casualidad que la obra del Espíritu de Dios esté vinculada con esta petición, así  como también estuvo vinculado con la creación del primer hombre (v11).
                Ahora en respuesta a la restauración y a la misericordia divina, el poeta se compromete en ser guía de otros frente a Dios (v12), y proclamar las alabanzas de su Señor (v15). Esta parte termina con una “valoración negativa” del sistema sacrificial del templo. Dios quiere actos concretos de contrición y arrepentimiento, no sacrificios de carneros (vv16, 17). La oración final por Jerusalén parece ser un añadido post-exílico[3]; no obstante, la unidad temática y literaria se mantiene, el orante clama por Jerusalén deseando que lo que pasó en él también pase en Sión. Que la experiencia del salmista, sea vivida por la comunidad post-exílica; ella es, finalmente, la protagonista de este salmo, ella peca contra Dios, ella desea la restauración del Dios a quien ha ofendido, ella es la que se entrega en manos de este Dios lleno de gracia (vv.18, 19).
            Este texto nos recuerda, entre otras cosas, que sin importar cuánto éxito tengamos en la vida, siempre llevaremos los “pies de barro”, y que esa condición nos hará siempre dependientes de la gracia de Dios, esa que nos recuerda que no hay ciudadanos de segunda categoría, que bajo la realidad envolvente del pecado, la realidad liberadora de la gracia de Dios nos acoge. Para todos aquellos que nos hemos sentido desgraciados por haberle fallado, este texto nos dice que “¡todos somos iguales, privilegiados, todos somos mendigos sin derecho propio a las puertas de la misericordia de Dios!”[4].
            Para aquellos que predicamos, el texto nos llama  a ser libres del semi-marcionismo solapado que ve en el AT la ley condenatoria y en el NT la gracia salvadora. La manera en la que Dios ha acogido al pecador ha sido siempre a través de su gracia salvadora y transformadora; es así como el clamor del poeta ¡recréame! (v10) encuentra su clímax en la declaración paulina: “el que está en Cristo es nueva creación” (2 Cor 5:17). Por esto, no es casualidad que cuando el nadaista Gonzalo Arango miró al final de sus días a Cristo, la revista Semana haya publicado un artículo relatando su conversión bajo el título: “¡Gonzalo, el hombre nuevo!”. Solo la gracia de Dios puede recrearnos y transformarnos en hombres nuevos.                                                                                                                                                           

[1] Para notas críticas en cuando a la autoría y demás, ver; ALONSO SCHÖKEL, Luis. Salmos I, Verbo Divino- Navarra, 1997, p 333.
[2] Algunas versiones católicas, entre ellas la Biblia de Jerusalén y la Dios Habla Hoy, se guían para su traducción por el formato hebreo.
[3] PAGÁN, Samuel. De lo profundo, Señor, a ti clamo: introducción y comentario al libro de los Salmos, Patmos-Miami, 2007, p 335.
[4] MANNING, Brenang. El evangelio de los andrajosos. Casa Creación- Florida, 2004, p 25.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Discutiendo con Dios...

Discutiendo con Dios…
Acercamiento narrativo al libro de Habacuc[1]

EN VOZ ALTA 09. Jovanni Caballero
Las luces del set de grabación se encienden, los panelistas se preparan, el moderador espera y el camarógrafo dice “al aire en 4, 3, 2”. Buenas noches, amables televidentes -dice el moderador- para analizar la crítica situación moral y política de Judá hemos invitado hoy, por un lado,  al profeta Habacuc y por otro lado a Dios. Agradecemos a los señores panelistas el respeto mutuo, guardando la mesura en medio de la discusión. Que empiece entonces el profeta Habacuc. Saludos - dice Habacuc-, quiero comenzar exponiendo la carga que tengo ante el Señor Dios: por mucho tiempo el declive moral de Judá ha sido evidente y él parece hacerse el de la vista gorda. Las injusticias sociales son el pan de cada día, dado que el sistema judicial ha colapsado, y predomina la ley del más fuerte. ¡Hasta cuando, por favor!
¿Qué tiene que decir Dios al respecto? -agrega el moderador- He decidido tomar cartas en el asunto -continúa Dios- y por ello estoy pensando que los caldeos, el imperio del momento, hagan a Judá lo que han hecho con otros pueblos de alrededor. Que ellos violen a sus vírgenes, se burlen de sus líderes y saqueen sus tierras, y que en todo esto hagan alarde de su poderío militar; el asunto será increíble.  ¡Protesto! - dice Habacuc- Tu moralidad, oh Dios, no está acorde con lo que piensas hacer. ¿Cómo es posible que barras la casa con la escoba sucia? Judá es una nación mala, pero los caldeos son peores, es una nación pagana. Pero aquí estoy, pues quiero escuchar lo que vas a responder.
Señor Habacuc -continúa Dios-  ya que usted me habla en términos tan desafiantes, le voy a responder; ahora no solo escuche, sino que si le es posible escriba, para que el que lea pueda tomar la decisión de defenderse; porque lo que voy a decir se cumplirá, aunque al principio no parezca así, y se notará entonces el contraste entre el justo y el impío. Porque aunque mi propuesta de levantar a los caldeos para castigar a Judá puede sonar descabellada, eso no quiere decir que los caldeos van a quedar impunes. Ellos serán responsables de sus actos: por la explotación, el saqueo, el egoísmo, la humillación y la idolatría, pagarán[2]. Entonces, que se acaben los señalamientos y las acusaciones porque Yo controlo el destino de las naciones y los imperios y soy justo en mis decisiones.
Entonces - dice Habacuc en tono pausado y pensativo-  si esto has decidido, que eso sea lo que pase, que la tierra te conozca; sin embargo, no deja de embargarme la nostalgia al recordar, a la luz de la historia, la forma en la que has guiado a tu pueblo. No dejo de pensar en los lugares, eventos, cosas y personajes; cada espacio de la historia huele a ti, tiene tu impronta indeleble; guardo la esperanza de que así como defendiste a tu pueblo en el pasado, lo hagas en el futuro. Pero ahora nos toca aceptar  y vivir esta parte no tan agradable; se me eriza la piel al pensar en la invasión caldea y, como hombre,  no dejo de angustiarme. No obstante, he decidido esta noche y ante los televidentes,  confiar tercamente en ti, Dios,  y  aunque nuestro sistema económico agrario y pastoril colapse, mantendré una actitud de alabanza, pues al fin y al cabo toda mi confianza estará cifrada en ti.
Bueno, amables televidentes -dice el moderador mientras carraspea su garganta- las cosas han estado claras, los panelistas han estado a la altura del momento y al parecer el analista y profeta Habacuc ha reconocido que Dios tiene toda la razón al actuar como lo hace. Ahora, no olvidemos que la declaración de confianza que el profeta ha hecho al final es producto de un proceso, de una lucha, de un diálogo sincero con su Dios y no de una aceptación ingenua de su realidad. Y tal vez eso es lo que nos hace falta en este país, profetas que sean lectores de su realidad, que vayan ante su Dios sin hipocresías y que no le comuniquen al pueblo falsas esperanzas, sino  lo que han recibido de Dios a través de un diálogo sincero, aunque esa verdad recibida duela; porque la verdadera teología se hace a través de un profundo diálogo con Dios y con su Palabra, y por medio de una lectura seria de nuestros contextos y realidades. Ojalá que la confianza expresada por Habacuc inspire a otros para que en tiempos difíciles puedan seguir creyendo en su Dios. ¡Buenas noches!... Las luces se apagan, las cámaras hacen lo propio y queda en el ambiente la sensación, incluso en Dios, que de aquí en adelante nada será igual.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  


[1] La profecía de Habacuc es un tanto atípica dado que se dirige a Dios y el término Hebreo denota “carga”. El profeta se ubica antes del 605 a.C. cuando Babilonia invade a Judá por primera vez. El imperio Babilónico es proverbial por sus crueldad (Hab 1:7-11) y por ello Habacuc protesta.
[2] El castigo sobre Babilonia corresponde a la ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”). Lo que se hace con el otro es lo que sufrirá de la mano de Dios. Esta ley limita deliberadamente la venganza. El castigo no debe exceder al daño causado.