Rompiendo
paradigmas sin negociar principios: una
invitación a pensar. Parte II
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 50
En la escatología, por otro lado, dada la influencia de la “teología
dispensacionalista”, se creía que el mundo era un “edificio en llamas” del que
saldríamos en la primera nube que viéramos. Se creía que el pueblo de Dios era el
Israel étnico y que la iglesia como tal era un paréntesis, un plan “B” en esta
historia. Pero en la Biblia el mundo es bueno por ser creación de Dios y él quiere
restaurarlo no destruirlo, los creyentes no “vamos al cielo” es el cielo que
viene a nosotros, y el pueblo de Dios está formado por todos aquellos que por
la fe se acercan al Mesías. Así, el paradigma roto es ese que miraba la
salvación y la escatología como un escape de este mundo para ir a otro, el
principio que se mantiene es la realidad escritural de que Dios salva, libera y
que viene en Cristo por segunda vez para poner, definitivamente, a su creación
en orden.
En quinto lugar esta la forma en la que la iglesia ha ido cambiando
su apreciación del sexo y la sexualidad humanos. El tema, era en términos
generales, tabú (prohibido). En la Biblia el sexo en el marco de la
heterosexualidad y el temor a Dios es bueno, no solo por su papel creativo sino
también por su invitación al disfrute. Esta visión contrasta por un lado con la
visión del sexo como un “apetito natural” que debe ser satisfecho sin mayor
consideración; enfoque de esta sociedad idolatra del sexo que se inspira en los
antiguos griegos y romanos. Pero también, la Biblia marca contraste con la
visión “platonista” que ve el sexo como una pasión animal que debe ser
reprimida para dar espacio a los “apetitos del alma”, el sexo es algo para
reprimir, no algo bueno creado por Dios. Entonces el paradigma roto fue el de la
visión del sexo como un tabú; el principio que se mantiene es ese que ve al
sexo como parte de la creación y que invita a hablar de ello con decoro pero
sin mojigaterías.
En sexto lugar nos ocupa esa actitud pendenciara que por casi dos
siglos mantuvimos los católicos y los
protestantes en Latinoamérica. Las relaciones eran tensas y cada grupo veía al
otro como campo misionero para ganar adeptos. La cuestión ha cambiado, el
concilio Vaticano II por parte de los católicos aminoró un poco la tensión; la
comprensión de la historia de la Iglesia y el conocimiento del cristianismo ha
contribuido otro tanto. El paradigma roto fue la actitud pleitista por parte y
parte, el principio a mantener es la comprensión de la realidad plural dentro
del cristianismo. Fuimos libres de cierta actitud sectaria. Para los protestantes,
la iglesia católica no es un campo misionero, si lo es la religiosidad popular.
Quisiera terminar proponiendo
cuatro criterios que considero necesarios a la hora de “romper paradigmas y
mantener principios con nuevas formas de hacer”. En primer lugar está la tensión que debemos mantener entre conocer
los tiempos sin negociar las escrituras. El apóstol Pablo le habla de ello a
Timoteo: sé un entendido de los tiempos, conoce la forma en la que la gente
piensa y actúa; pero mantén la escritura como norma básica de acción, reflexión
y relación (2 Tim 3:1-9; 14-17). Como lo expresaba Shaeffer: “Cada generación
de cristianos tiene este problema de aprender a hablar de manera significativa
a su propia época”[1].
Así, los tiempos cambian, debemos entenderlos; pero la Palabra de Dios no, aunque
si cambia nuestra comprensión y aplicación de ella. En segundo lugar, debemos entender que las formas o paradigmas no son
neutrales; el principio define la forma de la misma manera que el fin no
justifica los medios pero si los define. Hay “paradigmas” que no resisten, por
muy atractivos que sean, la prueba moral, la novedad y radicalidad del
evangelio, Jesús dijo: “no se puede echar vino nuevo en odres viejos” (Mt
9:17).
En tercer lugar, comprender lo que Lewis[2]
llamo “esnobismo cronológico”: la novedad no siempre es virtud y lo viejo no
siempre es vicio. La verdad, la belleza y la vida no se determinan por el
momento en que existen. Así, nada es menos por ser viejo, y nada es más por ser
actual. Eso nos libera de la tiranía de lo novedoso y abre las puertas a la
sabiduría de los siglos. En cuarto lugar,
recordar el criterio de la diferencia. El creyente es diferente del mundo;
entendiendo a este último como el conjunto personas, de antivalores o valores
que se oponen abierta y francamente a Dios y su Palabra. Es manteniendo esa
diferencia que la iglesia podrá llevar a cabo su misión con todos sus desafíos
y satisfacciones. El discurso del AT al pueblo de Israel fue siempre el de
evitar la tentación de la asimilación, de la “cananeización”, para honrar así a
Dios y ser reflejo de él ante las naciones (Dt 18:9-14). El discurso es el
mismo para la iglesia, evitar la asimilación, la “mundanización”, para honrar a
Dios y ser testigos de él ante lo pueblos (Mt 28:19,29; Ef 4:17-24; Sant 4:4). Es
deplorable que grandes cantidades de dinero y esfuerzo humano se dirijan hoy
por parte de la iglesia para decirle a los no convertidos: “vengan, nosotros
somos iguales a ustedes, no hay nada extraño y anormal; somos iguales no
diferentes”. Pensemos. Fin.