ESPIRITUALIDAD PROFÉTICA PARA TIEMPOS DE CRISIS (1)
Disciplinas espirituales a la luz de la oración de Habacuc
Hab 2:20-3:19
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 204
La
disciplina puede ser definida como la capacidad que puede ser desarrollada por
cualquier ser humano y que implica, para toda circunstancia, la puesta en
práctica de una acción ordenada y perseverante, para obtener un bien o fin
determinado. En el caso del pastor ese bien a obtener será el cumplimiento del
propósito de Dios con altura a través de la dependencia del Señor, reverencia
frente a su Palabra y relevancia frente a tu auditorio: actualizando la
presencia de Cristo y su obra en la vida de aquellos a quienes ministra. El
cultivo de algunas disciplinas nos ayudará en este propósito y nos alejará de
la “superficialidad”, a la que Foster llama “la maldición de nuestro tiempo”[1],
acercándonos a una vida espiritual profunda. En estos días, tomando como
referencia la experiencia del profeta Habacuc[2],
hablaremos de seis disciplinas, estas son: el silencio, la Palabra, la oración,
la historia (memoria), la debilidad y la alabanza. Estas disciplinas (entre
otras), tendrán en nosotros básicamente tres resultados. El primero es que evitaremos
una vida superficial y tendremos una experiencia de fe mucho más profunda. El
segundo resultado será el de experimentar la unción del Espíritu Santo sobre
nuestras vidas y ministerios. Spurgeon acostumbraba a decir que “unción es
aquello que es imposible definir, pero que usted siempre sabe cuándo está
presente y puede usualmente decir cuando está ausente”[3]. En
tercer lugar, lograremos ser más relevantes frente a nuestros auditorios. Pero
aclaro, las disciplinas serán siempre medio, nunca fin, nunca leyes. Veamos.
1. LA DISCIPLINA DEL SILENCIO.
El profeta dice: “Pero el Señor está en su santo templo: ¡guarde silencio delante de él toda la tierra!” (Hab 2:20, DHH). Muchas voces. Mucho ruido. Una de las características sobresalientes en nuestra realidad occidental es que hablamos muchos y mucho. El arte de escuchar empática y atentamente, que presupone el silencio, se nos ha venido degradando en el transcurso de los últimos años, al parecer, porque la tendencia actual consiste en pronunciarnos cuanto más podamos a través de todos los recursos conocidos. Tantas voces aturden al mundo, lo confunden –inclusive lo desorientan- por las “verdades” que cada una de ellas presume, pregona, defiende… en fin. Tanto es así el asunto que se ha dicho que hoy “el silencio es un lujo”. Vivimos en un mundo en el que el poder más terrible es el del ruido. El silencio es el lujo más caro. Los niños tienen miedo al silencio, pero los adultos también. Por esto nos ponen música en los ascensores, en la espera de la llamada, en el baño, etc[4].
Desafortunadamente hemos perdido el
valor del “silencio activo” tan cercano a la escucha (Sant 1:26). Hemos perdido
igualmente nuestra capacidad de atención (Déficit de atención y sobre
estimulación). Necesitamos recuperar el
silencio y la capacidad de escucha. Es la única forma de reconocernos desde
la interioridad y reconocer también a otros. Los pastores estamos hablando
todo el tiempo: predicamos, aconsejamos, exhortamos, regañamos. Nuestros cultos
y celebraciones están llenos de música, por todos lados hay piano, batería,
guitarra, bajo, tambor. Pero, ¿Dónde están los espacios dispuestos para el
silencio? En Habacuc, el silencio es también una forma de adoración y
reconocimiento. Para el profeta significaba dejar de hablar y prepararse para la
escucha y el actuar de Dios.
Necesitamos hoy “silencios”
programados que nos ayuden a escucharnos mejor a nosotros mismos, a los demás y
a Dios. Necesitamos “silencios” para contrarrestar la tiranía del ruido, para elaborar
mejores respuestas y para traer a la vida renovación. Muchos de los desgastes
que vivimos a nivel personal y ministerial se deben a la falta de silencio y a la mucha palabrería que viene del
activismo. Los desgastes producen irritaciones y estas a su vez generan
malas relaciones (Libera tensiones, desestresa y nos libera de actuar
mecánicamente). La iglesia necesita que
de vez en cuando su pastor se calle, guarde silencio activo y fecundo trayendo
renovación y unción fresca (no es la tecnología sino la relación). Necesitamos
los pastores superar el síndrome de
“enciclopedia”, la trampa de la complicación (complejo) y la ocupación. Necesitamos
silencio para dejar de ser nosotros el centro, la voz oficial, y darles a otros
la posibilidad de expresarse, celebrando así el criterio carismático de la
iglesia.
El silencio no es pecado, es el reconocimiento de los nuestros, de que Dios está en control,
que esto no depende de nosotros, de que nuestra palabra no es la última ni la
más adecuada a veces. Necesitamos silencio para encontrarnos con Dios como le
pasó a Elías (1 Rey 19:12) o a Zacarías (Lc 1:20). La iglesia también debe a
prender a callar y a reconocerse para adorar. Los músicos también deben guardar
silencio. De hecho, en música, el silencio es lenguaje y expresión también. En
el silencio nosotros no somos los protagonistas. Es Dios quien tiene que serlo.
El silencio desemboca en la presencia del Señor y la respuesta vendrá siempre. No
basta con no hablar, sino que hace falta acallar el ruido que producen nuestros
pensamientos, preocupaciones, pasiones y sentimientos. Se requiere de un
movimiento de renuncia, de salir de nosotros mismos y de nuestro mundito
interno para abrirnos al otro. ¡Callamos para que Dios actúe! Alguien dijo
que le gustaba tanto “la disciplina del
silencio” que demoraría horas hablando de esto”.
Como lo hacemos. Aquí algunos consejos.
1. Tiempos a solas en
ayuno y/o lectura de la Biblia (“El sabio en su retiro es útil a la comunidad”).
2. Tiempos de ayuno de
“tecnología”: separación programada de las redes sociales y teléfonos celulares
(tiranía de la urgencia).
3. Guiar a la iglesia en
los cultos a callar frente a lo escuchado (“Piense un momento allí en silencio
esto o aquello”).
4. Seguir el consejo de
Santiago: que cada palabra y acción este precedida de una reflexión. Recuerde
que por algo tenemos dos oídos y una sola boca. Pensar y oír bien antes de
hablar. No interrumpir a los demás (No es callar para responder sino para
entender y comprender).
5. Compartir más el
ministerio de la predicación; alejarse del pulpito de manera programada y
adrede.
6. Dejar que los niños en
casa se expresen, tratar de no imponerse.
7. Escribir notas de
reflexión sobre la palabra oída: volver una y otra vez a la Palabra del
domingo.
Silencio activo, fecundo y creativo: “cuando Dios está en
silencio es porque está trabajando”. Así las cosas: el Señor está en su santo templo: ¡guarde silencio delante de él toda
la tierra!”.
continuará.
[1] FOSTER, Richard.
Alabanza a la disciplina. Betania-Miami, 1986, p 15.
[2] Habacuc, profeta “interpelador de Yahvé” (no habla de
Dios para el pueblo sino del pueblo para Dios), se queja de Dios y ante Dios
porque ante la violencia y la corrupción vividas parece guardar silencio y no
hacer nada. En Habacuc la corrupción tiene, al menos, tres fuentes: la
corrupción política, la corrupción de la justicia y la corrupción social. Se
cree que su ministerio se desarrolla en Judá, reino del sur, para los años
609-597 durante el reinado de Joaquín quien era rey vasallo de Egipto. El
profeta tiene literalmente una carga, la lectura de la realidad política y
social lo ha cargado. Es un hombre “cargado”, afectado por la realidad que lee,
vive e interpreta; involucrado en sus realidades. No ha profeta sin carga, esta
surge de un encuentro, el encuentro entre la Palabra y la realidad.
[3] ALEXANDER, Erick, Las
ocho proposiciones de la predicación expositiva. Cartilla de “Escuelitas de
exposición Bíblica”, p 29. Material no publicado.
[4] La conversación natural la hemos cambiado por el
ruido, por el sofoco constante, por el alejamiento de nuestra condición;
temerosos siempre. Somos seres que huimos de nuestra naturaleza y hemos
diseñado las formas y los mecanismos para hacerlo. Miramos ansiosos las pantallas
de nuestros televisores, computadores o teléfonos, siempre deseosos de algo o
alguien que nos rescate de la angustia que nos provocamos. Esperamos que alguna
noticia, aún la más intrascendente, nos eleve de la serenidad hasta la euforia
superficial y pasajera. Aunque sean noticias dolorosas, preferimos el
vértigo a la inteligible serenidad. Pobres como somos, no podemos pagar el
enorme lujo del silencio