miércoles, 30 de abril de 2014

Yo me llamo… Pedro

Yo me llamo… Pedro
Introducción a la primera carta del apóstol Pedro
1 Ped 1:1,2
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 90
Esta carta tiene una estructura formal propia de las cartas del mundo grecorromano del primero siglo así: saludos, parte central y una despedida con sabor parenético o exhortativo. Pero el saludo tiene la intencionalidad de presentar al autor, su vocación y su auditorio. La práctica de la lectura Bíblica en la iglesia por lo general pasa por alto estas partes de las cartas, ignorando así que la dirección que tomará el discurso en el resto de la carta estará mediada por lo que se dijo en el saludo. En resumen el saludo no es solo formalidad literaria sino también propuesta teológica y pastoral. Este saludo básicamente se presenta así: quien escribe, su vocación, a quien escribe y un deseo. Veamos entonces como se desarrollan cada una de estas partes y que nos propone el texto aquí y ahora.
            En primer lugar está la identificación o quien escribe. El autor se presenta como Pedro. Y es claro que se refiere a Simón hijo de Jonás a quien Jesús llamo para que fuera uno de los doce (Jn 1:44). Podemos resumir su vida en cuatro actos: su llamamiento, la negación, su restauración y su trabajo misionero y pastoral después de pentecostés (Mrc 3:13-19; 14:66-72; Jn 21:15-19; Hech 2: 1-42; 1 Ped 5:1-4). El lector informado, que conoce la historia de Pedro con todos sus aciertos y desaciertos, puede inferir que, el hecho de que un hombre así escriba de la manera en la que lo hace, es ya un atisbo de esperanza y consuelo para aquellos que como Pedro luchamos y vivimos la fe desde nuestras pasiones y deficiencias. Curiosamente el nombre Pedro significa “roca o piedra” (Mt 16:18); el veterano apóstol es una piedra que ha sido expuesta al martillo del gran escultor divino. Pedro es un hombre que sabe de caídas y de levantadas y desde esa realidad escribe. En segundo lugar tenemos el autor nos habla de su vocación: “apóstol de Jesucristo”[1]. Por uso del genitivo entendemos que lo importante no es llamarse apóstol sino la procedencia de ese apostolado. Al expresarlo así Pedro se identifica con los doce, nos llama a quitar la mirada de él para ponerla en el mensaje del cual es portador y no apela, con su apostolado, a estructuras de autoridad,  jerarquías  o de dominio (Cp. 5:1,2).
            En tercer lugar se encuentran los destinatarios o a quienes se dirige la carta. De ellos se habla, en primer lugar, de una condición social: “expatriados de la dispersión” (lit. fuera de su patria). Son cristianos en Asia menor (Ponto, Galacia, Capadocia) y que están viviendo la persecución imperial por causa de la fe. “Dispersión” era un término usado por los judíos para hablar de aquellos conciudadanos que, desde el exilio, estaban fuera de Palestina  (Cp. Is 49:6). Ahora el apóstol aplica esa experiencia a la Iglesia y lo toma también como metáfora de la vida de fe. “La iglesia es un conjunto de comunidades de gente que vive fuera de su tierra, que no es Jerusalén ni Palestina,  sino la ciudad celestial. Es a esa ciudad a al que le deben lealtad…”[2]. Las personas a quienes el apóstol escribe saben lo que es estar fuera de casa, saben el dolor que provoca ser “inmigrantes”  no por elección sino por la fuerza. Tal vez por ello el apóstol va a proponer más a delante que se está construyendo una casa (2:2). En segundo lugar se menciona de los destinatarios una condición “espiritual”: “elegidos según la presciencia de Dios padre…”. Esta es una buena noticia para esos “expatriados”. El fundamento de la elección es la “presciencia divina” y no un logro de ellos. Pero se da en el marco de la “santificación del Espíritu”. Elección y santificación son dos términos que también son usados para el pueblo de Israel y que ahora Pedro aplica a la Iglesia (Dt 7:7,8; Ez 36:27).
            A continuación se le habla al auditorio de un desafío “ético”: “para obedecer”. Se nota entonces que la elección lleva a la obediencia, esta última no provoca a la primera pero si la reafirma. Ni la condición social, ni la situación “espiritual” eliminan el compromiso ético. La obediencia es muestra de la elección. Y también se les habla a los destinatarios del desafío de una relación: “ser rociados por la sangre de Jesucristo”. Ellos al haber aceptado el evangelio pueden entran ahora en una relación de pacto con Dios, no como el pacto del Sinaí, sino el nuevo pacto sellado con la sangre de Jesucristo (Cp. Ex 24:5,8). El cuarto y último lugar Pedro les comunica un deseo: “gracia y paz”. Es una bendición que se pide para la comunidad (Cp. Nm 6:23).  Veamos algunas implicaciones.
En primer lugar esta es un saludo que llega al corazón de todos aquellos que no necesariamente sufrimos por la fe pero si en el marco de ella. Es como si Pedro apareciera hoy y nos dijera “¡oigan!, tengo noticias para ustedes”. En segundo lugar el concepto de elección comunica que Dios siempre estuvo pensando en nosotros, que no somos plan “B”, que no somos accidentes. En tercer lugar esa elección nos impulsa a la actuación: la elección es tanto privilegio como responsabilidad. En cuarto lugar, la relación con Cristo nos da seguridad: Dios ha cumplido, él es confiable. Podemos estar seguros. En Quinto lugar la gracia y la paz son bendiciones para un peregrino no para el sedentario.


[1] En el NT el uso del sustantivo “apóstol” tiene básicamente dos usos: el técnico para designar a los doce (Hech 1:2) y el general para designar a los misioneros que las iglesia locales o apóstoles mismo enviaban (Hech 14:4,14).
[2] DAVIDS, Peter H, La primera epístola de Pedro. Clie-Terrasa (Barcelona), 204, p 85.

miércoles, 9 de abril de 2014

Consejos para un amigo seminarista

Consejos para un amigo seminarista
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 89
Estimado Theo me alegra el hecho que después de un tiempo de oración, consejo, paciencia y dirección de Dios, al fin hayas podido llegar al seminario para enriquecer tu vocación y el llamado que Dios te ha hecho al santo ministerio. Y, digo enriquecer porque ningún seminario en el mundo, ninguna facultad de teología, tiene la prerrogativa de llamarte, solo Dios lo hace. Estar en un salón de clase en un seminario cualquiera no te garantiza el ministerio, como tampoco el estar fuera de un salón de clase de teología te descalifica para el servicio a Dios. Conozco a excelentes hombres y mujeres de Dios que nunca han pisado un salón de clase, pero también conozco a buenos seminaristas que deben revisar su vocación y llamado al ministerio. Bueno. El propósito que tengo al escribirte es el de darte algunos “consejos” con el ánimo de orientarte. Aclaro que las exhortaciones que te doy, nacen de un profundo deseo pastoral, y de una sincera aspiración de que evites cometer los errores que yo cometí. Te doy a continuación diez consejos.
1.  No hagas teología fuera de la Iglesia sino dentro de ella. Paul Tillich dijo que “la teología no se puede hacer en castillos de cristal”. Desde el salón de clases, mi estimado, a veces, se opina muy bonito; sobre esto a aquello; pero finalmente debes entender que la iglesia es la comunidad teológica, ella es la que hace teología y para ella es la teología.
2. No sub valores el ministerio pastoral, ni rural ni urbano. Es sabido de muchos seminaristas que en virtud del conocimiento adquirido se van volviendo sínicos, algunos llegan a sus comunidades locales y empiezan a criticar a sus pastores sobre su homilética o teología particular. Otros empiezan a mirar a sus líderes por “debajo del hombro” y a creerse superiores. Son ligeros en sus críticas pero les cuesta ser confrontados con la pregunta, ¿qué me dijo el Señor hoy a través de la predicación de mi pastor? Después, Dios mismo dará los espacios para hablar de manera humilde sobre detalles técnicos y teológicos. Karl Bart dijo: “la función tarea principal del teólogo es la oración”.
3. Se crítico, no criticón. Las actitudes criticonas cansan. Los análisis críticos son y serán siempre legítimos. Me cansé de un predicador mexicano que me recomendaron por el hecho de que su predicación siempre está centrada en la maldad de otros y no en la edificación de la iglesia. Esta actitud es semejante a la del Fariseo que oraba y daba gracias porque no era como los demás. Me imagino a este predicador orando así: “Señor te doy gracias porque nuestra Iglesia no es como las demás; somos la iglesia de la Palabra, no como las otras”.
4. Recuerda que el seminario representa un porcentaje muy mínimo de la iglesia, no lo conviertas en tu escondedero, tu burbuja de cristal, sino en tu lugar de preparación, ¡la iglesia te espera!
5. No cambies de iglesia cada semestre solo porque tuviste problemas con el pastor: se fiel a la iglesia local. Cuando yo estaba en el seminario me enteraba de colegas que cambiaban de iglesia local como cambiarse de camisa por alguna desavenencia con el pastor. Me preguntaba, y cuando estén el ministerio de tiempo completo ¿Cómo harán con los problemas que se le presenten en sus iglesias? ¿Saldrán corriendo o los enfrentaran con gallardía?
6. Ten en cuenta que  por muy "ignorante" y “perdida”, la iglesia sigue siendo la novia del Señor. 
7.  No alardees con el conocimiento, más bien sé lleno del Espíritu Santo. El conocimiento, mal manejado, embriaga, seduce, entorpece.
8.  Recuerda, un poco de griego y de hebreo leuda toda la masa. El estudio de los idiomas Bíblicos es instrumental, y casi siempre la práctica de estos es comparable a la ropa interior: todo el mundo sabe que se usa, pero no la exhibimos en la calle así no más. En tu preparación de los sermones debes usar los idiomas, sería un verdadero desperdicio de tiempo y dinero, no usarlos después de haberlos estudiado. La predicación presupone el uso de los idiomas, pero no los exhibas para mostrar conocimiento, a menos que sea absolutamente necesario. En Hechos capítulo 2 la presencia del Espíritu hace el mensaje entendible, por ello, cuando predicas; ¿la iglesia te entiende?
9. Procura ser un excelente predicador, hay pocos y están en vía de extinción. Toma la decisión de cultivar el arte de la predicación. No todo seminarista es un buen predicador y no todo buen predicador es seminarista. Conozco, con mucha preocupación y respecto, a muchos seminaristas que son pésimos en la tarea de la predicación (esto tal vez me incluya). Muchas veces la actitud sospechosa y retrechera de la iglesia hacia nosotros se da porque no hacemos bien la tarea de la predicación: nos dejamos comer del método, dice mi amigo Marcos Díaz, no cultivamos la unción del Espíritu Santo, no pastoreamos a la iglesia con la Palabra. Son predicaciones secas, áridas, que no infunden valor ni vida. Luis Alonso Schokel decía: “la iglesia pide pan y los teólogos le dan teorías”.
10. No le dictes a la iglesia lo que ella debe hacer, camina con ella, comparte sus dudas y desaciertos. Sé un hombre de iglesia. Sé un siervo de la Iglesia, no su verdugo. En la Biblia la vocación individual se da en virtud de una comunidad, de un pueblo. No podemos entender, por ejemplo, a Abraham, a Moisés, a Isaías, a Pablo, a Juan el Bautista y, al mismo Jesús; sino lo hacemos en el marco global de un pueblo, una comunidad.  La pregunta de los discípulos antes Jesús: “¿Quién es este?”, es respondida en el camino, no en el salón de clase. Integra academia e iglesia. Saludos. 

lunes, 7 de abril de 2014

Las traiciones de la memoria (II)

Las traiciones de la memoria (II)
Identidad fragmentada e identidad recuperada en Santiago 1:19-25
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 88
Lo tercero: la persistencia (v. 25). Esta tercera parte del proceso es un matiz de la segunda parte; cuando la práctica se vuelve constante entonces se dice que se ha sido persistente o perseverante. El proceso que Santiago describe, para recordarlo, es entonces así: sean humildes y  RECIBAN la Palabra (déjense seducir por la voz del padre), hagan de ella el objeto de su PRÁCTICA diaria (para construir identidad), y PERSEVEREN en ella para alcanzar la dicha o la felicidad (Sal 1:1-2; Sal 119:1). Esta última parte del proceso hace dos declaraciones frente a la Palabra: 1). Ella es la ley de la perfecta libertad, viene a traer libertad y a hacerlos libres de viejas tiranías y esclavitudes; 2). La Palabra trae dicha; así se pasa del engaño a la felicidad. ¡No se engañen-dice Santiago- sean felices! La Palabra los introduce entonces en una buena aventura. Tal vez el apóstol tenga en mente las palabras de Jesús cuando dijo: “antes bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios, y la guardan” (Lc 11:28). Y es que, no cabe duda que la predicación y, en términos generales, las palabras de Jesús son el telón de fondo del mensaje de Santiago.
            Es importante revisar aquí un poco el concepto de Palabra de Dios que tenemos y que a veces nos es poco atractivo, poco nos seduce, poco nos convoca. Samuel Escobar dijo que el rescate de la Palabra de Dios de entre las paredes de los templos medievales y la hipoteca del clero fue el genio del protestantismo. Sin embargo, poco a poco, la Palabra fue quedando presa nuevamente, ya no en los templos, pero sin en las escuelas de teología con sus grandes disquisiciones teológicas; a esto se le llamo el escolasticismo protestante. Existió un divorcio entre academia y vida cristiana. A la fría ortodoxia responde el movimiento pietista especialmente con Felipe Jacobo Spener (1635-1705) quien con su obra “Pía desideria” (Deseos píos), rescata la piedad personal, la evangelización y el estudio devocional de la Biblia. Lo que creo, dejando de lado el pasado y regresando al hoy, es que nuestra lectura de la Biblia es un poco seca y fría; se lee como un texto jurídico o como un manual de conducta que nos dice lo bueno y lo malo, pero no con la convicción fresca, viva y experiencial de que Dios nos está hablando; que las Escrituras son su voz seduciéndonos, llamándonos, inquietándonos a un cambio. Aprendiendo de la historia, sugiero vivir el espíritu de la reforma, la sola escritura, con actitud pietista.
            Ahora, hay un sentido en el que la identidad de la iglesia hoy está fragmentada, que creo era uno de los peligros que Santiago quería evitar, la fragmentación de la identidad se da cuando se pierde el referente, esto es la Palabra-Espejo. Para Santiago es evidente que la identidad de la Iglesia esta mediada por un texto; el de las Escrituras. En consecuencia con esto, cuando la Iglesia deja, se aleja del texto termina por perder su identidad. Samuel Escobar expresa “un aspecto fundamental de nuestra identidad evangélica es que el pueblo surge de la Palabra, por ello se somete a ella”[1]. Sin embargo hoy enfrentamos otro problema conceptual. La forma particular en la que se define hoy el concepto de “Palabra de Dios”, para la Iglesia en la historia, “Palabra de Dios” siempre significó un texto sobre el cual se reflexionaba y se predicaba: la Biblia. No obstante el concepto hoy ha mutado, y “Palabra de Dios” es la revelación o intuición del profeta o apóstol de turno. Es evidente entonces la afectación del individualismo y relativismo posmoderno en este concepto de la Palabra. El desafío es “volver a las sendas antiguas”, que la Iglesia vuelva a mirar el texto antiguo y verse reflejada en él. Una Iglesia que no se mira en el texto o que se mira y se olvida sufre de autoengaños. La iglesia dejó de ser definida por el texto para ser definida en función de un líder en particular. García Márquez expresó: “los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta) a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella”. En este sentido debemos cuestionarnos, ya a menara individual, sobre lo que somos, y si esto que somos está dado en virtud del texto de la Escritura.
            Por otro lado, sería bueno preguntarnos ¿Cuál es la tarea del predicador la formación de la identidad? Allende nos presenta un personaje, mujer y madre, cuyo oficio era contar cuentos. Un mediodía de agosto se encontraba al centro de una plaza, cuando vio avanzar hacia ella un hombre soberbio, delgado y duro como un sable. Venía cansado, con un arma en el brazo cubierto de polvo de lugares distantes y cuando se detuvo, ella notó un olor de tristeza y supo al punto que ese hombre venía de la guerra. La soledad y la violencia le habían metido esquirlas de hierro en el alma y lo habían privado de la facultad de amarse a sí mismo. ¿Tú eres la que cuenta cuentos? Preguntó el extranjero. Para servirle, replico ella. El hombre sacó cinco monedas de oro y se las puso en la mano. Entonces véndeme un pasado, porque el mío está lleno de lamentos y no me sirve para transitar por la vida, he estado en tantas batalla que por allí se me perdió hasta el nombre de mi madre, dijo. Ella no pudo negarse, porque temió que el extranjero se derrumbara en la plaza convertido en un puñado de polvo, como le ocurre finalmente a quien carece de buenos recuerdos. Comenzó a hablar. Toda la tarde y toda la noche estuvo construyendo un buen pasado para ese guerrero… y tuvo que inventarlo todo, desde su nacimiento hasta el día presente… y hasta la geografía y la historia de su tierra. Por fin amaneció y en la primera luz del día ella comprobó que el olor de la tristeza se había esfumado. Suspiró, cerró los ojos y al sentir su espíritu vacío como el de un recién nacido, comprendió que en su afán de complacerlo, le había entregado su propia memoria, ya no sabía que era suyo y cuánto ahora pertenecía a él, sus pasados habían quedado anudados en una sola trenza”[2]. La función del predicador es, como la contadora de cuentos, contar una y otra vez la historia de la salvación para crear identidad. Cuando la iglesia recibe la Palabra, la practica y persevera en ella, evita el riesgo de una identidad fragmentada, y si por algún motivo, en su peregrinaje la identidad se divide (especialmente en este tiempo en donde la única identidad legítima es no tener identidad) la Palabra-Espejo traerá restauración. Fin.


[1] ESCOBAR, Samuel, La Palabra vida de la Iglesia: la Biblia y el ministerio cristiano. Mundo Hispano- El Paso, 2006, p 17.
[2] ALLENDE, Isabel, Eva Luna. Oveja Negra-Bogotá, 1987, p 221.

miércoles, 2 de abril de 2014

Las traiciones de la memoria (I)

Las traiciones de la memoria (I)
Identidad fragmentada e identidad recuperada en Santiago 1:19-25
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 87
La memoria es una función del cerebro y, a la vez, un fenómeno de la mente que permite al organismo codificar, almacenar y recuperar la información del pasado. En términos prácticos, la memoria (o, mejor, los recuerdos) es la expresión clara de que ha ocurrido un aprendizaje. Sentimos que la memoria “nos traiciona” cuando vamos olvidando lo esencial en la vida y nos vamos ocupando de lo periférico y lo trivial. Faciolince[1], desde una postura más literaria y práctica que fisiológica,  dice que hay muchos pedazos de nuestra vida que ya no son nada, por un simple hecho: porque ya no los recordamos. Por eso uno debería tener con ciertos episodios de la vida, la precaución de anotarlos porque si no, se olvidan y se disuelven en el aire. En el AT Dios recurría constantemente a la memoria de Israel para que este no olvidara que la historia era escenario de su palabra y, a la luz de ello fuera construyendo identidad como pueblo de Dios (Dt 8; 2,11; 30:7). En el texto que nos ocupa esta vez, Santiago le va a decir a la comunidad a la cual escribe, una comunidad de fe y con una identidad en construcción, que acoja la Palabra, que la practique y que persevere en ella, con el objetivo de que reafirme su identidad y no la traicione la memoria. La traición llega cuando la Palabra no se vuelve cotidiana, no se hace práctica, cuando la voz de Dios llega a ser desconocida. La identidad se fragmenta, el yo se satura y la capacidad de ser alternativa de Dios para un mundo con palabras pero sin Palabra, se diluye.
            Santiago va a describir el proceso que debe vivir la iglesia frente a la Palabra: recibirla, practicarla y persistir en ella, con el fin de construir y mantener la identidad de pueblo de Dios. Veamos. Lo primero: recibir la Palabra (vv. 19-21). El apóstol plantea el hecho de que ellos están siendo muy ligeros al hablar y al responder airadamente frente al conflicto. Frente a esto, la única ligereza permitida es la de escuchar, saber oír; y elogia la lentitud para hablar y airarse. Si el creyente refrena su lengua podrá reprimir su enojo (Pr 16:32). La razón es que la justicia de Dios o el obrar que Dios espera de los suyos no se da en ambientes de enojos y habladurías humanas. Para Santiago la mayor muestra de espiritualidad no es el poder hablar en lenguas (usando el lenguaje paulino), sino poder controlar la lengua que ya tenemos (3:1-12). Muchos problemas nos evitaríamos si nuestras palabras y acciones estuvieran mediadas por la reflexión. Al desafiar a la iglesia, Santiago va ir al fondo del problema, les dice que esas actitudes tienen su origen en la inmundicia y la maldad que tienen de manera abundante. Les propone una salida: les invita  a recibir la Palabra con humildad, ellos son como un campo de siembra y la palabra les ha sido sembrada. Sean humildes, ríndanse, dejen el orgullo- les dice- sean creyentes productivos, sean buena tierra, conviértanse en campo fértil. Y es que la Palabra de Dios se acerca al hombre con un presupuesto básico: el ser humano pondrá resistencia, esta puede ser abierta o sutil. Gran parte de la historia del pueblo de Israel en el AT se lee en “clave de resistencia”. La Palabra genera salvación mientras la inmundicia genera esclavitud. Santiago les invita a un ÉXODO, a dejarse seducir por la voz de Dios-Padre, a portarse como aquellos que han nacido porque la Palabra les fecundó (1:18).
            Lo segundo: practicar la Palabra (vv. 22-24). Ahora les invita a ser practicantes de la Palabra para evitar la mayor estafa, la estafa de la vida: el autoengaño. Les invita a pasar de la escucha a la acción, a unir oídos y pies, a evitar la tentación del ateísmo práctico, a ser coherentes con lo que escuchan. Para ilustrar esta verdad, Santiago deja la imagen agrícola, relacionada en la parte anterior, y hace uso de una imagen domestica: el espejo; escuchar la Palabra y no hacerla es comparable con el hombre que se mira al espejo y se olvida de quien es y como es. La Palabra es entonces como un espejo que refleja lo que soy y lo que  debería ser. El llamado es a no perder la memoria (olvidar), pues perder la memoria de la Palabra es perder la identidad[2]. Ahora, creo que el uso del espejo aquí abarca por lo menos dos dimensiones: 1). Una dimensión cultural: parece ser que en el tiempo de Santiago los espejos no eran muy comunes y mirarse en uno de ello (aunque borroso) era un privilegio. Santiago dice entonces “hermanos no desaprovechen semejante privilegio y oportunidad”. 2). Una dimensión escritural: en el tabernáculo, el lavacro tenía en su interior espejos (Ex.38:8) esto, tal vez, era porque el espejo refleja la persona, muestra sus bellezas o deformidades; así la Palabra de Dios es como un espejo que revela quienes somos. Los sacerdotes se lavaban y se miraban allí antes de entrar a sacrificar. Lo más seguro es que Santiago tenía en mente este texto y nuestras experiencias como sacerdotes del nuevo pacto. Así, la ministración y el servicio estarán mediados por el auto examen que la “Palabra espejo” permite hacernos. Es evidente entonces que para el apóstol, la identidad del creyente esta mediada por el texto de las Escrituras. Así las cosas, el llamado es a confrontarse con la Palabra para fundamentar la identidad (la memoria) a la luz de esta. Oír la Palabra y hacerla evitará las traiciones de la memoria. Continuará.


[1] FACIOLINCE, Hector Abad. Traiciones de la memoria. Alfaguara-Bogotá, 2009, p 15.
[2] La identidad (Del latín identitas) es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad. Estos rasgos caracterizan al sujeto o a la colectividad frente a los demás. La identidad también es la conciencia que una persona tiene respecto de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás.