viernes, 23 de diciembre de 2011

El villancico de María

El villancico de María
Lc 1:46-56
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero31
            Los villancicos remontan su origen a los siglos XV y XVI. En un principio eran canciones del pueblo, de la gente del campo; por eso se les llama “villancicos”, pues eran cantos de los labriegos, de los trabajadores rurales, que en latín se les llamaba villanus; fue en el siglo XVII cuando se introdujeron en las celebraciones religiosas. Sus letras hablaban en un lenguaje popular acerca del misterio de la encarnación, y estaban inspirados en la liturgia de la Navidad. Aún hoy los villancicos cantan y celebran el nacimiento del Salvador. En la Biblia encontramos una canción a la que se le puede llamar, sin duda alguna, el primer villancico. Quien canta es una jovencita campesina de Belén a la que Dios se le aparece haciéndola recipiente de su gracia y protagonista directa de la historia de la salvación, al ser la madre del Mesías. Ella quedaría embarazada sin haberse acostado con hombre alguno; como es virgen pero no ingenua, pregunta cómo sería posible eso. Al enterarse del cómo se declara sierva de Dios y en total disposición a su palabra. De esta manera, lo que suscita el canto es la manifestación concreta de Dios en la historia, no solo de una mujer, sino de todo un pueblo (Cp.1:26-38).
            La canción de María, que es conocida también por su nombre en latín como “El magníficat”, tiene su paralelo con otra canción que, en respuesta a la manifestación divina, canta otra mujer: el canto de Ana (1 Sam 2:1-10). Además, la canción que nos ocupa aquí tiene tres estrofas en las que se desarrollan tres temáticas en torno a la manifestación de Dios. En la primera estrofa María canta acerca de la misericordia de Dios (vv.46-50). Ella expresa su dicha al entender que lo que Dios ha hecho en ella (permitir que sea la madre del Mesías), es una muestra de su misericordia; ese acto de Dios afectaría a todas las generaciones. En María, por pura elección divina, ha comenzado ya la realización de las promesas de Dios a su pueblo[1].
            En la segunda estrofa María canta del poder de Dios (vv.51-53). Aquí se presenta una inversión de la pirámide social: los poderosos, orgullosos y ricos son despojados de su condición, mientras que los pobres y hambrientos son complacidos por Dios. De esta manera esta canción es verdaderamente revolucionaria[2]. La obra de Dios en María y en todo el pueblo trayendo al Mesías presenta una revolución moral: “esparció a los soberbios”; una revolución social: “quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes”; y una revolución económica: “a los hambrientos sació de bienes y a los ricos despidió vacíos”. La llegada del Mesías es anuncio y denuncia; anuncio de buenas nuevas para unos y denuncia de las malas acciones de otros cuya posición era fruto de injusticia; así, la inversión presentada es un acto de justicia, pues Dios no es neutral, ya que asume posturas en la historia.
            En la tercera estrofa canta sobre la confiabilidad de Dios (vv.54-55). Aquí se dice que lo que Dios ha hecho en María es muestra del cumplimiento de viejas promesas hechas a Abraham, registradas en las Escrituras: traer salvación a todos (Gn 12:1-3; Is 66:11; Zac 2:14). Dios es confiable, actúa,  y no lo hace con base en caprichos personales, sino en sus promesas y en su palabra. Él no sufre de amnesia; cumple sus promesas porque se acuerda. María no canta en solitario sino que se une al coro del pueblo de Dios que cantó y cantaba esperando el cumplimiento de las promesas de Dios (2:25-53). El Mesías anunciado por los profetas está tocando a la puerta.            
            ¿Qué nos dice en esta navidad el villancico de María? En primer lugar, comunica que la base para la alabanza debe ser el actuar de Dios en la historia. Nuestras canciones son respuesta, no generadoras, del obrar de Dios en medio de su pueblo. Dada la comercialización de la “música cristiana”, a menudo no cantamos porque Dios se ha manifestado sino porque esta o aquella canción es la que está sonando o ha sido la más vendida. La mera valoración comercial se impone sobre la valoración teológica. En segundo lugar, el villancico de María no se parece a los que entonamos hoy. Aquel promueve una revolución; estos, el Status Quo. Basta con leer el evangelio para darse cuenta de que la presencia de Jesús y su mensaje incomodan. Este villancico nos dice que el evangelio trae consigo la muerte del orgullo, pone fin a las etiquetas y convenciones sociales o estructuras de poder que vejan al ser humano, y aboga por una equitativa distribución de los posesiones materiales (Hch 2:42-45). Los villancicos de hoy cantan felices a un niño que, desde su pesebre, no incomoda ni desafía a nadie. Pero nadie puede entonar el villancico de María sin ser convocado a un cambio, a una verdadera revolución en su vida.
            En tercer lugar, la canción hace un llamado a la confianza, a la esperanza. Parafraseando el viejo himno diríamos: “porque él vino triunfaré mañana; porque él vino ya no hay temor; porque sabemos que el futuro es suyo, la vida vale más y más solo por él”.
            Fin… tomemos una actitud mariana y cantemos en esta navidad “engrandece mi alma al Señor”.


[1] CARRILLO ALDAY, Salvador, El evangelio según San Lucas. Verbo Divino-Estella (Navarra), 2009, p 68.
[2] BARCLAY, William, Comentario al Nuevo Testamento: Lucas. Clie-Terrassa (Barcelona), 1994, p 29,30.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Opción Betesda

Opción Betesda
Eclesiología desde la periferia
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero30
            Los teólogos de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) formularon y han sostenido por décadas el modelo de misión llamado Opción Galilea. Este modelo realza a Jesús realizando su misión en un momento particular de la historia, en una situación cultural específica y desde la periferia[1]. Fue así como el centro de las operaciones de Jesús estuvo alejado de los grandes centros del poder religioso y político de su tiempo, pero sin dejar por eso de incidir en ellos. A menudo, algunos modelos del quehacer eclesiástico en América Latina hoy, inspirados en el marketing, la magia de la televisión, las megaiglesias, el entretenimiento y el espíritu consumista, nos han hecho olvidar de la inspiración que pueden producir algunas iglesias que, lejos de los modelos anteriormente descritos, llevan a cabo su misión desde la periferia.
            En días anteriores fui invitado a exponer la palabra en una pequeña congregación ubicada en zona rural. La iglesia Betesda se encuentra en El Toche, corregimiento de Pueblo Nuevo, Córdoba. Los hermanos que ministran la alabanza no están a la altura de los últimos trabajos discográficos de Witt, Romero, Campos o Montero; a duras penas saben quiénes son.  Alaban al Señor al son de harmónica (violina), caja y guacharaca. Las letras de las canciones son tan autóctonas y propias como sus instrumentos. Ellos no alaban al Señor con sabor norteamericano, ni mucho menos con acento mexicano. Sus canciones no se han “norteamericanizado”, ni “mexicanizado”; su alabanza sabe a Colombia, a Costa Caribe. Cantan sus experiencias de vida, lo que sale después de un día de haber sembrado la yuca o el plátano, lo que ellos experimentan lejos de la urbe, lo que cuentan en sus veredas y en los caminos enlodados. No están interesados en vender o ganar nada. Alaban al Señor porque se ha manifestado en sus historias.  Son canciones del camino y para el camino.
            Mi exposición estuvo fundamentada en la carta a los Efesios. Después de haber dado un panorama del libro, pasé a exponer las bendiciones de Dios en Cristo Jesús (1:3-14). Cuando terminé de exponer la primera parte del texto (las dos primeras bendiciones: la elección y predestinación, para alabanza de la gloria del Señor), me llevé tremenda sorpresa. Los hermanos se pusieron de pie  y entre lágrimas y cantos levantaron oración a Dios por haberlos salvado. El pastor pasó al frente y, de rodillas ante el Señor, comenzó a llorar y orar. Ahora bien, ¿Qué es lo que suscita este acto en una congregación? La respuesta es obvia: la Palabra. Aún hay congregaciones que se asombran frente al texto bíblico.
            La sorpresa pasaría después a otro plano. El director del ministerio de alabanza me invitó a su casa (de palma, con una única habitación para todos) y me contó su historia. Me mostró a su bebé, Andrés Felipe, quien tiene trece años y desde que tenía un mes de nacido tiene parálisis cerebral. Nunca le escucharon decir “papá” o “mamá”, nunca le han llevado de la mano para andar por los caminos, tampoco le han llevado a la escuela; la vida de Andrés se supedita a su cama. Pensé como papá por un momento y pude sentir lo difícil de la situación. Sin embargo, aún faltaba más: me dijo que hacía cuatro años había sepultado a su hija; ella tenía cinco años cuando murió de un paro cardiorrespiratorio. Pero ¿Qué es lo que hace que un hombre como este con semejante drama tenga aun la valentía de dirigir a la congregación a alabar y glorificar a Dios? Con toda razón una de sus canciones dice:
                        “Yo caminaba por caminos de espinas, como un loco cantaba y lloraba con mi dolor.
                        Decepcionado y cansado de la vida, no encontraba salida, y morir era mejor;
                        y escuché allá en el cielo una voz que decía: “¡No desmayes, por favor!”
                        Ese es mi Cristo que se apiada de nosotros, que perdona los pecados y nos da su                   amor".    
            Esta congregación campesina plantea algunos aspectos para reflexionar sobre la misión.  En primer lugar, con los ritmos y letras autóctonas nos recuerdan que la misión es encarnación, no imposición, ni colonización. El evangelio tiene la capacidad de ser relevante a una cultura y a un entorno social específico, tomando sus convenciones y sus categorías para su propio fin. Recordemos que el NT no se escribió en latín o griego clásico, sino en el griego koiné o en lenguaje común. En segundo lugar, hay dos elementos que nos recuerdan un modelo sencillo (sin ser simplista) de la misión: congregación y texto. La Iglesia debe volver al asombro de la predicación y a la humillación frente a la Palabra de Dios y al Dios de la Palabra.
            En tercer lugar, casi siempre que la misión ha fluido desde los centros de poder y prestigio se ha comunicado un evangelio diferente al que se oye cuando procede desde una postura de debilidad y la periferia social. “… la radicalidad de las imágenes populares del pueblo de Dios entero en misión, y el carácter precario de las imágenes de peregrinación son todas fuentes de inspiración para una iglesia débil y sufriente, una iglesia que vive y da testimonio bajo una cruz, motivada por la fidelidad a su Señor”[2].  Fin.



[1] COSTAS, Orlando, Evangelización contextual: fundamentos teológicos y pastorales. Sebila-Costa Rica, 1990, p 46-71.
[2] DRIVER, Juan, Imágenes de una iglesia en misión: hacia una eclesiología transformadora. Semilla-Guatemala, 1998, p 165.