¡Sirvan con alegría! (1)
Mini teología del culto a partir del salmo 100
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero114
El culto es reflejo y
espejo de la teología del pueblo de Dios, es decir, las celebraciones
litúrgicas evidencian lo que la Iglesia cree de Dios y la forma en la que esta
comprende la revelación de Dios en la historia. Se ha dicho con razón que
probablemente uno de los puntos más débiles en la reflexión teológica
contemporánea, sea la reflexión sobre el culto[1].
Tengo la leve sensación que entre nosotros el culto se percibe como una huida
de la realidad, como el escenario en donde todas las realidades sociales son
negadas y, por otro lado, el escenario en donde las fuerzas del individualismo,
la fe hedonista, la falsa espiritualidad y las lógicas de mercado se hacen
latentes. El salmo 100 nos ayuda a reflexionar un poco en el culto y en este
como realidad encarnada o situada. El salmo reúne dos formas litúrgicas; por un
lado el texto es “una canción de acción de gracias”; es decir, quien lee el
salmo se ubica en el presente, mira hacia atrás y reconoce que la vida es un
don, que la historia tiene carácter sacramental. Sabe que el agradecimiento es
necesario para evitar el orgullo. Por otro lado, el poema esta dentro de la categoría
de las “liturgias de entrada” (Cp.
Sal 15; 24). En estas, los adoradores en el momento que llegan a la puerta del templo,
perciben la realidad del Dios santo, “el totalmente otro”, diría Bart, y entran
en una profunda reflexión de autoanálisis sobre sus pensamientos y acciones. Además,
estructuralmente hablando, el texto presenta dos estrofas, estrofas que recogen
dos grandes acontecimientos del pueblo de Israel: el éxodo y el culto en el templo.
Liberación y adoración.
Primera estrofa,
vv. 1-3. Dividida en dos secciones, la primera parte de esta estrofa, vv.
1-2, recoge la idea de la celebración alegre, festiva, en el marco de tres
imperativos: “aclamad, servid y venid”. Sugiero que la fuerza en esta primera
parte está dada por el uso del verbo “servir”. Este verbo es el usado en el
marco de la liberación del pueblo de Israel de Egipto, el pueblo sería libre
para “servir” a Dios (Ex 3:2; 4:23; 7:16). La liturgia tiene la intención de recordarle
al pueblo su vocación de servicio fundada en la experiencia del éxodo. En el éxodo
el pueblo pasa de la servidumbre al servicio. Y es que la liberación no tenía
la intención de ser un fin en sí misma sino que apuntaba al servicio, a la
adoración. Por ello, después del cruce del mar rojo lo que el pueblo de Israel
encuentra no es la tierra prometida sino la ley y el tabernáculo. La Palabra y
el escenario para adorar, para servir. Así Israel reflejaría al Dios que lo
había salvado y de esta manera las naciones acudirían al Dios de Israel. Liberación,
adoración y misión son los tres ejes fundamentales de esta experiencia. Así, el
culto tienen carácter “mnemotécnico”, existe para recordar al pueblo su vocación
primaria y fundamental: el servicio. En actitud festiva el pueblo cuando se reúne
recuerda que existe para servir, que ha sido libre para comunicar a otros esa liberación.
El servicio como categoría amplia es la propuesta de vida que Dios ha dado para
el mundo. El culto es la actuación del libreto original, ese que se malogró en Génesis.
Cuando sucede lo contrario, la vocación se pervierte. El culto que no recuerda
la liberación, que no promueve la adoración y que no apunta a la misión es pervertido. Lo es porque no
logra el propósito de Dios para su pueblo y el mundo. He notado un ejemplo
claro en algunos “clubes teológicos” que discuten sobre la “elección” y la “predestinación”
con mucha pasión y entrega pero que no comunican esas realidades a los perdidos
con ímpetu y ardor.
La segunda parte de esta primera estrofa, v. 3, empieza
con otro imperativo “reconoced”, este plantea dos cuestiones fundamentales de la
fe en Israel: el monoteísmo y el pacto. “Reconoced que el Señor es Dios”, esta
es la afirmación clásica de monoteísmo judío expresado en el Deuteronomio (Dt
6:4). El monoteísmo resaltaba el carácter único del Dios de Israel frente a las
divinidades cananeas y a la vez apelaba a la entrega total al Señor. En pocas
palabras, la declaración monoteísta es una clara advertencia contra la
idolatría[2].
Por otro lado, las frases “él nos hizo… somos su pueblo, sus ovejas”, recuerdan
el pacto de Dios para con Israel; la identidad del pueblo. El pacto es
recordado aquí no como una condición
privilegiada sino como posición que le recordaba al pueblo la identidad como
acto gracioso de Dios para con ellos (Dt 7:3-6). Entonces, el culto genuino advierte
sobre la idolatría, sobre “la absolutización
de cualquier realidad creada o cualquier producto de nuestra imaginación,
cuando adoptamos ante ellos una actitud de temor, afecto o confianza absolutas[3]”.
Pero el culto también promociona la identidad del pueblo. Lo primero lleva a lo
segundo: el Dios único liberó a Israel y
le dio una identidad, lo creo (Gen 2:4-17). El culto protesta contra la
idolatría contemporánea: las fuerzas de poder, el mercado, el yo; el culto
desmantela esas realidades y no permite que quien ya ha sido libre, caiga en
viejas esclavitudes. El culto celebra la gracia de Dios, esta gracia que se
resiste a creer que no hay esperanza, que no hay redención, que el hombre esta absoluta
y definitivamente perdido. Continuará.
[1] VARELA, Juan. El culto cristiano: origen, evolución, actualidad. Clie-Terrasa
(Barcelona), 2002, p 13.
[2] El tema de
la idolatría es uno de los temas que más se repiten y se previenen en todo el
libro de Deuteronomio. Todo el libro prácticamente está permeado de alusiones
enfáticas, directas o indirectas a la importancia de no caer en la idolatría.
La frase “otros dioses” aparece 18 veces en Deuteronomio (63 veces en el A.T.)
y su uso se restringe casi por completo a la tradición deuteronómica. Sánchez Cetina, Edesio. Deuteronomio
(Comentario Bíblico Iberoamericano). Ediciones Kairos, 2002, p.503.
(Apéndice: Semántica de la Idolatría en Deuteronomio).
[3] José Luis Sicre, Los
dioses olvidados. Poder y riqueza en los profetas preexílicos, Ediciones
Cristiandad, Madrid 1979, p. 16.