jueves, 22 de agosto de 2013

Por qué soy cristiano: razones para creer. Parte I

Por qué soy cristiano: razones para creer. Parte I
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 66
Empezaré este trabajo adelantándome a dos posibles objeciones que, frente a mi argumentación, el lector, cristiano o no, pueda tener. El lector puede objetar, en primer lugar, por ejemplo que “mi confesión de fe” obedece, más que a convicciones personales, a imposiciones culturales y familiares; y que, de haber nacido en la China de seguro sería budista. Frente a lo primero, a las imposiciones culturales y familiares, respondo que aunque soy “parte de una cultura”  en donde por cinco siglo el cristianismo ha sido la religión tradicional e “hijo de una familia” que ha sostenido la fe cristiana por tres generaciones; hay personas que en las mismas condiciones han optado por otras formas y credos, e incluso por el ateísmo que dicho sea de paso, es también una forma de fe[1]. Por otro lado, la posibilidad de haber nacido en la China y ser budista se hace insostenible porque estamos de repente entrando en el terreno de lo falaz; sería una falacia ex hipótesis o contraria al hecho, en donde se trata de sostener un argumento en lo que nunca pasó. Por ejemplo, hay creyentes que preguntan  ¿Y… que hubiese pasado si Adán y su mujer no hubiesen pecado?, la respuesta es: no sabemos. No experimentamos esa realidad y está, la de la caída, es el único fundamento para la reflexión y la argumentación.
            La segunda objeción que puede esbozar el lector es que, como mi argumentación es a partir del texto Bíblico, estoy cometiendo la falacia de petición de principio o argumento circular. Sin embargo, no recurriré al texto sagrado de la forma tradicional del evangelicalismo latinoamericano[2], en donde la persona tiene que creer esto o aquello porque lo dice la Biblia y la Biblia es la Palabra  de Dios. Esta forma de ver el asunto muestra a veces una creencia ciega y fundamentalista. Mi forma de ver el asunto es la siguiente. Los orígenes del pueblo de Israel están vinculados a eventos históricos al igual que el cristianismo. Cuando, por ejemplo, Isaías hace mención de Ciro el Persa nos está diciendo que ese mensaje, en relación a Israel, se llevó a cabo en el seno de un espacio concreto y, de no ser así, de comprobarse que Ciro no existió, entonces estamos frente a una farsa (Is 45:1). Cuando Mateo dice que el nacimiento de Jesús se dio cuando Herodes gobernaba Palestina, nos está diciendo que Jesús es un personaje histórico al igual que Herodes, porque, de no ser así, estamos frente a una gran mentira (Mt 2:1). El mensaje entonces es comprobable, esta sujeto a prueba. El lector podrá, legítimamente, objetar sobre asuntos de teología y sobre aparentes contradicciones del texto Bíblico, pero no podrá negar el sentido histórico del material Bíblico. De esta manera, la Biblia se presenta como testigo fiel de la revelación de Dios en el mundo. La autoridad del texto sagrado no viene de si mismo sino de las acciones históricas de Dios que describe.
            Ahora, se que por lo general el lector contemporáneo tiene frente a la lectura del texto Bíblico dos dificultades. La primera es temporal. El lector se pregunta ¿Cómo un texto tan antiguo puede ser relevante hoy? Muchos se me acercan diciéndome esto pensando dejarme sin argumentos, pero les respondo que, eso para mi no es nada nuevo, es decir, se que estamos frente a un texto antiguo. Aquí estamos frente a lo que C.S Lewis llamo “esnobismo cronológico” en donde se descarta algo por estar “pasado de moda”  o “viejo”. También se le conoce como la falacia de orgullo modernista. Por ejemplo, cuando decimos, “todo tiempo pasado fue mejor”, la respuesta es “no necesariamente”. Así, la novedad no siempre es virtud y lo viejo no siempre es vicio. La verdad, la belleza y la vida no se determinan por el momento en que existen. Así, nada es menos por ser viejo, y nada es más por ser actual. Pero aun más, todos de manera práctica y cotidiana nos enfrentamos con la realidad de que nuestra identidad esta anclada en el pasado: un himno, una tierra, un apellido, un evento liberador, una reliquia que guardamos, el abuelo que apreciamos; el planeta mismo en el que habitamos es “viejo” y no por ello optamos por escapar de él. Es obvio entonces que el criterio para la valoración del texto Bíblico debe superar la dificultar temporal.
            La segunda dificultad es moral. El lector, de manera equivoca, se acerca al texto pensando encontrar ejemplos memorables. Pero la Biblia no es, principalmente, un libro de moralidad. En contra de lo que se esperaría, el pueblo judío incluyo en la Biblia sus quejas y evasiones, así como a sus reyes arrogantes y malvados y a sus muy críticos profetas. El pueblo judío leía esto en público. Son textos que, lejos de contar sus maravillas, les recordaban sus miserias. A la Biblia le es inherente  la capacidad para el pensamiento auto crítico. Esto es bastante raro en la historia de las religiones. La auto crítica resulta necesaria para prevenir la tendencia natural de la religión a la arrogancia y a la excesiva seguridad en si misma[3]. Pero es necesario también “hacer la diferencia entre lo que la Biblia hace notorio en sus registros y lo que aprueba: la Biblia no aprueba, moralmente, todo lo que está en ella registrado, al igual que un editor no aprueba todo lo que se imprime en su periódico”[4]. Entender esto es necesario para superar la lectura “moralista” y la dificultad moral en el acercamiento al texto Bíblico. Continuará.


[1] El libro “manual de ateología” recoge testimonios de 16 Colombianos, ateos confesos, que optaron por esa fe a pesar de su trasfondo cristiano.
[2] Forma para llamar a las “tradición evangélica” especialmente en Norteamérica.
[3] ROHR, Richard, La Biblia y su espiritualidad. Sal terrae-Santander, 2012, p 18.
[4] RAM, Bernard, Protestant Biblical Interpretation. Boston-Wilde, 1956,  p 171.