martes, 29 de noviembre de 2011

Con licencia para reír

Con licencia para reír
Dios hace, Sara invita
Gn 21:6
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero29
Las personas básicamente ríen por tres razones: por alegría (la más obvia), por rabia o impotencia, y por incredulidad. En esta ocasión se hablará de la tercera razón: la risa por incredulidad. La historia de Sara hace parte de las historias que en la Biblia tienen un tema común: mujeres estériles que tienen opción de ser fecundas gracias a la intervención divina (Cp.1 Sm 1:1-23; Jue 13:1-3; Lc 1:4-34). Estas fecundaciones no tenían un fin en sí mismas sino que ocurrieron conforme a un plan divino para traer salvación a un pueblo. Curiosamente el drama de la salvación empieza con una mujer estéril que está en edad avanzada: Sara (Gn 11:27-32), y termina con otra mujer que por no haberse acostado con ningún hombre no podía ser fecundada: María (Lc 1:34,35). Veamos ahora con más detalle la historia que nos compete. Observaremos lo que Dios hace, y decidiremos si aceptamos o no la invitación de Sara.
Desde el mismo inicio, esta historia está llena de contradicciones. Después del desastre del relato de Babel Dios llama a un hombre para hacer de este una gran nación, una nación para las naciones. Sin embargo, el lector no puede dejar de sentirse abrumado, pues la misma genealogía de Abraham dice que Sara, su mujer, es estéril (Gn 11:27-32; 12:1-3). Si leemos este relato cuidadosamente, esto parecerá un chiste. Y, aunque Abraham responde al llamado de Dios, no es extraño que más tarde sea el mismo protagonista de esta historia quien rompa el silencio con una risa frente al mismo Dios, cuando este le recuerda la promesa de un hijo. Sarai se llamará Sara, dice el Señor. Casi podemos escuchar a Abraham diciendo: “perdóname, Señor, pero cuando me llamaste de Ur no me reí por respeto, pero ahora que ya estamos en confianza y yo estoy viejo, permíteme reírme” (Gn 17:17). Abraham ríe y a Dios se le ocurre ponerle al niño el nombre Isaac[1].   
El turno llega ahora para Sara. Ella es tan incrédula como su esposo. En medio de una conversación, durante un almuerzo cuyo invitado especial era Dios, ella escucha la promesa y no puede aguantar la risa. Un ángel le increpa y ella niega haberse reído. El ángel  sostiene que se ha reído y le lanza una pregunta desafiante: “¿habrá algo imposible para Dios?” (Gn 18:10-15). La cuestión ahora es clara. Lo que va a suceder no acontecerá por la fuerza de los protagonistas sino por la intervención de Dios. De principio a fin esta historia está llena de humor: “tenemos aquí una promesa que causa risa. La gente se está riendo desde antes de que Isaac nazca”[2]. Cuando Isaac nace, Sara da una explicación de la razón del nombre: “Dios me ha hecho reír; todo el que lo escuche se reirá conmigo”. Es decir, “se reirá el que oiga cómo Dios me ha hecho reír al darme un hijo en la vejez”[3]. Aquí está la licencia para que, al leer este relato, nos unamos a la larga fila de hombres y mujeres que han reído junto a Sara por lo que Dios hizo con ella a pesar de su incredulidad (Gn 21:6).
Luigi Pirandello, un dramaturgo que fue premio nobel de literatura, decía que al humor había que analizarlo no simplemente por el chiste del cual uno se ríe y luego se olvida, sino por eso de lo cual uno se ríe, para luego tener la posibilidad de reflexionar[4]. Por esto debemos preguntarnos qué es lo que comunica esta historia aquí y ahora. En primer lugar, “el nombre Isaac nos recuerda que, por más chistosas que nos parezcan las promesas de Dios, Él es poderoso para cumplirlas”[5]. Abraham y Sara son protagonistas humanos con fe, no porque no dudaron sino porque vivieron su experiencia dentro de los límites de la condición humana.
En segundo lugar, debemos recordar que el peso del drama de la salvación no descansa en las posibilidades humanas, sino en el poder de aquel que llama. Ejemplo de ello son los discípulos quienes, a pesar de su falta de fe, vieron cómo el Maestro calmaba la tormenta (Mr 4:35-41); porque Dios no necesita de nuestra fe para actuar, pero sí nos invita a la fe por su actuar. No nos engañemos; muchos de nosotros nos hemos levantado, en ocasiones, ‘con la fe en los talones’; sin embargo, Dios ha obrado a nuestro favor.
En tercer lugar, muchos de nosotros reímos con aire de satisfacción e incredulidad cuando ponemos el retrovisor de nuestras vidas y vemos que el obrar de Dios contrasta con nuestras debilidades y falta de fe. No obstante, la historia de Sara, tu historia y la mía son invitaciones de Dios a reír y a confiar en Él.   Fin…


[1] Viene del verbo hebreo tsahaq que significa reírse.
[2] ACOSTA, M. (2009). El humor en el Antiguo testamento. Lima, Perú: Ediciones Puma. (p. 98).
[3] Ibíd., p.97.
[4] GUZMÁN HENNESSEY, M. ¿De qué se ríen?, en El Tiempo, 08/10/10. http://m.eltiempo.com/opinion/columnistas/manuelguzmnhennessey/de-qu-se-ren/8099823
[5] ACOSTA, Op. Cit. p.105.


jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Bajar a Cristo de la cruz?

¿Bajar a Cristo de la cruz?
Reflexión sobre la predicación.
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 28.
            Imaginemos 1 Corintios 1:22,23. El apóstol Pablo se encuentra haciendo planes para ir a predicar el evangelio a Corinto. Un amigo, hijo del movimiento de iglecrecimiento, se entera y le envía un mail donde le revela la clave para que su predicación sea un éxito. Le dice, entre otras cosas, que en Corinto hay básicamente dos grupos de personas. El primer grupo esta compuestos por los de cultura griega, ciudadanos del imperio, pero hijos de la helenización. A ellos, dice el eclesíologo, invítales al ágora y dales un discurso sobre la historia de la filosofía. El segundo grupo son los judíos que por revelación creen en la acción de Dios en la historia. A ellos convócalos a un estadio y descréstalos con poder y señales. Debes hacer publicidad del evento que diga: “¡gran noche de milagros y señales con el prestigioso evangelista y apóstol Pablo de Tarso, ven y recibe tu milagro!”.
            Ahora, lo anterior suena atractivo. ¿Qué mensajero del evangelio no quiere ganar adeptos para Cristo?  ¿Quién no ha compartido el evangelio esperando una respuesta positiva frente a este? Sin embargo, el problema con la propuesta del amigo imaginario del apóstol no es lo que dice sino lo que no dice. Lo que está por debajo y de manera sutil. Lo que se está diciendo es “cambia la agenda”, “cambia el mensaje” para que seas atractivo y saques aplausos, para que no parezcas como fuera de tono, anacrónico o anticuado. Pablo tiene enfrente dos auditorios diferentes, dos cosmovisiones, dos culturas. Para los griegos un Dios crucificado no tenía sentido. Para los judíos un mesías crucificado no llenaba sus expectativas ni teológicas como tampoco políticas (Cp. Lc 24:13-23). La cuestión es entonces ¿Quién define la agenda o el tema de la predicación? ¿Los auditorios o la revelación? ¿Los índices de popularidad o lo que Dios ha dicho?
            El apóstol es desafiado pero su propuesta, para su amigo consejero, es aún más desafiante. Ni sabiduría, ni señales, voy a predicar al Cristo de la cruz. Pablo pueda que no esté a la altura de las expectativas de su auditorio, pero está a la altura de la revelación de Dios. El Cristo crucificado era el tema de su predicación. El motivo por el cual Pablo no baja a Cristo de la cruz es porque en ella Dios asume la misión de salvar al mundo, aludiendo de manera casi contradictoria, las promesas del siervo sufriente (Is 53). Así, “la crucifixión fue el momento en que el mal y el dolor de todo el mundo se acumularon en un lugar, para enfrentarse a ellos de una vez para siempre”[1]. Por ello El apóstol renuncia al Cristo aséptico de los griegos y al Cristo espectacular de los judíos. Se queda con el Cristo escandaloso de la cruz. Porque “en el mundo real del dolor, ¿Cómo podría alguien adorar a un Dios que fuese inmune al dolor?”[2].
            La predicación protestante en América Latina estuvo marcada por mucho tiempo por cierto Cristo aséptico de algunos misioneros norteamericanos. Un Cristo ojos azules, de casi dos metros de altura y que casi no sabía español. Además muy poco sabía de cumbia, vallenato o música andina, por ello llevaba un himnario en su mano. Un Cristo interesado, la mayoría de veces, en salvar almas para llevarlas “más allá del sol”, pero que poco se preocupaba por los cuerpos de este lado del sol. A esto trata de responder, entre otras cosas, la Misión Integral de la FTL, primera teología protestante hecha en Latinoamérica. Ahora el péndulo se ubica en el otro extremo, hay cierta tendencia dentro de la predicación del movimiento carismático al Cristo espectacular. El de las señales. Este es el Cristo que cede ante el desafío desde el pie de la cruz: “si eres hijo de Dios baja de la cruz”.  Esta predicación llama a multitudes, pero no hace discípulos.
El predicador y predicadora deben renunciar a la tentación de predicar a un Cristo sin cruz. Esto no quiere decir que el cristianismo desdeñe el discurso e ignore el poder de Dios a través de milagros. Predicar a Cristo sin bajarlo de la cruz significa hacerlo contando la historia de la misión de Dios para el mundo. Por eso el mismo Jesús reorienta a Nicodemo diciéndole que lo importante no es afirmar las señales de Dios en él, lo importante es dejarse amar por aquel que muere en la cruz, que lo mire y sea sano de su herida. Lo importante no es saber, sino experimentar al Cristo de la cruz (Jn 3:1-16). La tentación está ahí. Un gran sector de la Iglesia Latinoamericana ha bajado a Cristo de la cruz y lo ha vestido de político, de empresario, de cantante, de actor de Holliwood. Un Cristo aséptico, indoloro, atemporal que se pierde en el discurso y se destiñe entre señales.
A Cristo lo vamos a “ver mejor en lo alto de la cruz con sus brazos abiertos como supremo argumento de convicción, no imponiéndose ante nadie, sino preguntando, una y otra vez, qué haremos con la oferta salvadora de Dios”[3].     Fin… voy a predicar a Cristo y a este crucificado.


[1] WRIGHT, Tom, El desafío de Jesús. Desclee De Brouwer-Bilbao, 2003, p 121.
[2] STOTT, John, La cruz de Cristo. Certeza-Argentina, 1996, p 5.
[3] CASTRO, Emilio, Las preguntas de Dios: la predicación en América Latina. Kairos- Argentina, 2004, 12.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Te hablo desde la prisión...

Te hablo desde la prisión.
Pablo: entre la soledad y la confianza.
2 Tim 4:9-22.
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 27
            “En el mundo en que yo vivo siempre hay cuatro esquinas, pero entre esquina y esquina siempre habrá lo mismo, para mí no existe el cielo, ni luna, ni estrellas, para mí no alumbra el sol, para mí todo es tinieblas…”. Los anteriores versos muestran la realidad de un presidiario vuelta canción. El texto que nos ocupa esta vez muestra la realidad de otro presidiario vuelta teología. De esta manera, la segunda carta a Timoteo, y última carta que el apóstol Pablo escribe, bien puede leerse bajo la sentencia; te hablo desde la prisión. Aquí el apóstol es bastante realista en cuanto a su situación: ante la cercanía de su muerte, desafía a Timoteo para que, ante el reto de otros mensajes, otros maestros, y otras hermenéuticas (las de la distorsión), pueda mantenerse fiel a las Escrituras que tienen como eje central a Cristo[1]. En las últimas líneas el apóstol deja ver una tensión entre la soledad, el abandono de los suyos y la confianza en Dios. ¿Cómo se nota esto? ¿Por qué solo y porque su confianza? De esto se hablará a continuación.
            La soledad y el desamparo del apóstol es evidente y por eso la urgencia a Timoteo: “procura venir pronto a verme” (v 9). En primer lugar el apóstol es abandonado por aquellos compañeros de lucha que se encuentran de misión: Crescente, Tito y Tiquico. En segundo lugar es abandonado por Demas, no porque el apóstol ha fallado en su mentoría, sino porque Demas ha amado a este mundo en contraste con aquellos que aman la vendida del Señor (vv. 9-11 Cp. v.8). Solo Lucas esta con él y pide de Timoteo la presencia de Marcos el útil y solicita, al parecer, su biblioteca personal. Es decir, el apóstol sigue siendo frágil: necesita de otros, y no es producto terminado: quiere seguir aprendiendo aun en la cárcel (vv. 12,13). En tercer lugar el apóstol enfrenta la oposición; la de Alejandro, le dice a Timoteo que se guarde de él y hace una imprecación; es decir deja, en oración, la oposición de Alejandro en manos de Dios (vv. 14,15)[2].
            En cuarto lugar enfrenta la soledad en su defensa evocando las palabras de Jesús en la cruz (v. 16-18 Cp. Lc 23:34). Sin embargo ha sentido la presencia acompañante de su Señor. En contraste con otros, Dios ha estado con él, esto es esperanzador. Cuando los demás han fallado, Dios sigue allí. Esta circunstancia tiene su eco en la confianza del poeta que expresa, “aunque ande en el valle de sombra de muerte… tu estarás conmigo” (Sal 23:4). Así, en contraste con el grito de desesperación de la canción del inicio, “condenado para siempre en esta horrible celda, donde no llega el cariño ni el amor de nadie”, Pablo sabe que hay algo que los barrotes de una cárcel no pueden impedir; la presencia de su Señor. De ahí su grito de esperanza ¡El Señor estuvo conmigo! En último lugar Pablo enfrenta el recuerdo de la comunidad, de la iglesia. No los olvida, les recuerda que Jesucristo es el dispensador de la gracia (vv. 19-22).
            En este texto el apóstol Pablo desarrolla una actitud correcta del ministerio y de la vida cristiana. Sin triunfalismos y sin gigantismos el apóstol abre su corazón para mostrarnos al hombre de carne y hueso. No hay cámaras de TV, no hay un público vitoreando ¡viva Pablo!, no hay un culto de ordenación o premiación, no hay diplomas ni reconocimientos; está simplemente el hombre lleno de días y de confianza en su Señor. Tal vez porque ser verdaderamente hombre no es no llorar, sino participar de todo lo que la condición humana dispone. Hasta el ser humano más fuerte se quiebra, se dobla ante los momentos difíciles; así, la soledad, la traición, el abandono de las personas cercanas requiere de la presencia de un amigo fiel que nos auxilie, aunque nada reemplaza la compañía fiel de nuestro Señor. Porque las verdaderas cadenas no son las de la prisión, sino las de la traición, la infidelidad y la cobardía frente a la fe y a la vida. Pablo, al final de sus días, no está lleno de dinero, pero sí de fe y confianza, ese es su mayor legado. Experiencia de vida que fue hecha teología para el camino.
            Hablar desde la prisión, es hacerlo desde nuestras realidades. Por esto, a todos los que en momentos hemos hablado desde la prisión, desde nuestras luchas, abandonos, soledades y desamparos. A todos aquellos a los que nos quiebran las situaciones difíciles, que nos hemos sentido desamparados por propios o extraños, hay una vieja canción que dice: “///puedo confiar en el Señor, él me va ayudar///, si el sol llegare a oscurecer, y no brille más, yo igual confió en el Señor, él me va ayudar”.   Fin… te hablo desde la prisión.


[1] Para una excelente discusión sobre historicidad, paternidad y pseudónima, ver: LEA, Thomas D, El Nuevo Testamento su trasfondo y su mensaje. Mundo Hispano-El Paso, 2000, p 485.
[2] La imprecación nace en el dolor o la tragedia, clama por la justicia y deja a esta en las manos de Dios. En la teocracia la imprecación era remitida a Dios. En sistemas de gobierno como la democracia, la imprecación (el clamor por la justicia) es remitida al estado que tiene toda autoridad para impartir el derecho y la justicia. La imprecación no consiste tanto en desear lo malo, sino en clamar por la justicia.