jueves, 22 de febrero de 2024

ESPIRITUALIDAD PROFÉTICA PARA TIEMPOS DE CRISIS (1)

 

ESPIRITUALIDAD PROFÉTICA PARA TIEMPOS DE CRISIS (1)

Disciplinas espirituales a la luz de la oración de Habacuc

Hab 2:20-3:19

convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 204

            La disciplina puede ser definida como la capacidad que puede ser desarrollada por cualquier ser humano y que implica, para toda circunstancia, la puesta en práctica de una acción ordenada y perseverante, para obtener un bien o fin determinado. En el caso del pastor ese bien a obtener será el cumplimiento del propósito de Dios con altura a través de la dependencia del Señor, reverencia frente a su Palabra y relevancia frente a tu auditorio: actualizando la presencia de Cristo y su obra en la vida de aquellos a quienes ministra. El cultivo de algunas disciplinas nos ayudará en este propósito y nos alejará de la “superficialidad”, a la que Foster llama “la maldición de nuestro tiempo”[1], acercándonos a una vida espiritual profunda. En estos días, tomando como referencia la experiencia del profeta Habacuc[2], hablaremos de seis disciplinas, estas son: el silencio, la Palabra, la oración, la historia (memoria), la debilidad y la alabanza. Estas disciplinas (entre otras), tendrán en nosotros básicamente tres resultados. El primero es que evitaremos una vida superficial y tendremos una experiencia de fe mucho más profunda. El segundo resultado será el de experimentar la unción del Espíritu Santo sobre nuestras vidas y ministerios. Spurgeon acostumbraba a decir que “unción es aquello que es imposible definir, pero que usted siempre sabe cuándo está presente y puede usualmente decir cuando está ausente”[3]. En tercer lugar, lograremos ser más relevantes frente a nuestros auditorios. Pero aclaro, las disciplinas serán siempre medio, nunca fin, nunca leyes. Veamos.

            1. LA DISCIPLINA DEL SILENCIO.

El profeta dice: “Pero el Señor está en su santo templo: ¡guarde silencio delante de él toda la tierra!” (Hab 2:20, DHH). Muchas voces. Mucho ruido. Una de las características sobresalientes en nuestra realidad occidental es que hablamos muchos y mucho. El arte de escuchar empática y atentamente, que presupone el silencio, se nos ha venido degradando en el transcurso de los últimos años, al parecer, porque la tendencia actual consiste en pronunciarnos cuanto más podamos a través de todos los recursos conocidos. Tantas voces aturden al mundo, lo confunden –inclusive lo desorientan- por las “verdades” que cada una de ellas presume, pregona, defiende… en fin. Tanto es así el asunto que se ha dicho que hoy “el silencio es un lujo”. Vivimos en un mundo en el que el poder más terrible es el del ruido. El silencio es el lujo más caro. Los niños tienen miedo al silencio, pero los adultos también. Por esto nos ponen música en los ascensores, en la espera de la llamada, en el baño, etc[4].

            Desafortunadamente hemos perdido el valor del “silencio activo” tan cercano a la escucha (Sant 1:26). Hemos perdido igualmente nuestra capacidad de atención (Déficit de atención y sobre estimulación). Necesitamos recuperar el silencio y la capacidad de escucha. Es la única forma de reconocernos desde la interioridad y reconocer también a otros. Los pastores estamos hablando todo el tiempo: predicamos, aconsejamos, exhortamos, regañamos. Nuestros cultos y celebraciones están llenos de música, por todos lados hay piano, batería, guitarra, bajo, tambor. Pero, ¿Dónde están los espacios dispuestos para el silencio? En Habacuc, el silencio es también una forma de adoración y reconocimiento. Para el profeta significaba dejar de hablar y prepararse para la escucha y el actuar de Dios.

            Necesitamos hoy “silencios” programados que nos ayuden a escucharnos mejor a nosotros mismos, a los demás y a Dios. Necesitamos “silencios” para contrarrestar la tiranía del ruido, para elaborar mejores respuestas y para traer a la vida renovación. Muchos de los desgastes que vivimos a nivel personal y ministerial se deben a la falta de silencio y a la mucha palabrería que viene del activismo. Los desgastes producen irritaciones y estas a su vez generan malas relaciones (Libera tensiones, desestresa y nos libera de actuar mecánicamente).  La iglesia necesita que de vez en cuando su pastor se calle, guarde silencio activo y fecundo trayendo renovación y unción fresca (no es la tecnología sino la relación). Necesitamos los pastores superar el síndrome de “enciclopedia”, la trampa de la complicación (complejo) y la ocupación. Necesitamos silencio para dejar de ser nosotros el centro, la voz oficial, y darles a otros la posibilidad de expresarse, celebrando así el criterio carismático de la iglesia.

            El silencio no es pecado, es el reconocimiento de los nuestros, de que Dios está en control, que esto no depende de nosotros, de que nuestra palabra no es la última ni la más adecuada a veces. Necesitamos silencio para encontrarnos con Dios como le pasó a Elías (1 Rey 19:12) o a Zacarías (Lc 1:20). La iglesia también debe a prender a callar y a reconocerse para adorar. Los músicos también deben guardar silencio. De hecho, en música, el silencio es lenguaje y expresión también. En el silencio nosotros no somos los protagonistas. Es Dios quien tiene que serlo. El silencio desemboca en la presencia del Señor y la respuesta vendrá siempre. No basta con no hablar, sino que hace falta acallar el ruido que producen nuestros pensamientos, preocupaciones, pasiones y sentimientos. Se requiere de un movimiento de renuncia, de salir de nosotros mismos y de nuestro mundito interno para abrirnos al otro. ¡Callamos para que Dios actúe! Alguien dijo que le gustaba tanto “la disciplina del silencio” que demoraría horas hablando de esto”.

            Como lo hacemos. Aquí algunos consejos.

1. Tiempos a solas en ayuno y/o lectura de la Biblia (“El sabio en su retiro es útil a la comunidad”).

2. Tiempos de ayuno de “tecnología”: separación programada de las redes sociales y teléfonos celulares (tiranía de la urgencia).

3. Guiar a la iglesia en los cultos a callar frente a lo escuchado (“Piense un momento allí en silencio esto o aquello”).

4. Seguir el consejo de Santiago: que cada palabra y acción este precedida de una reflexión. Recuerde que por algo tenemos dos oídos y una sola boca. Pensar y oír bien antes de hablar. No interrumpir a los demás (No es callar para responder sino para entender y comprender).

5. Compartir más el ministerio de la predicación; alejarse del pulpito de manera programada y adrede.

6. Dejar que los niños en casa se expresen, tratar de no imponerse.

7. Escribir notas de reflexión sobre la palabra oída: volver una y otra vez a la Palabra del domingo.

            Silencio activo, fecundo y creativo: “cuando Dios está en silencio es porque está trabajando”. Así las cosas: el Señor está en su santo templo: ¡guarde silencio delante de él toda la tierra!”.

continuará.

 

 

 

 

             

           



[1] FOSTER, Richard. Alabanza a la disciplina. Betania-Miami, 1986, p 15.

[2] Habacuc, profeta “interpelador de Yahvé” (no habla de Dios para el pueblo sino del pueblo para Dios), se queja de Dios y ante Dios porque ante la violencia y la corrupción vividas parece guardar silencio y no hacer nada. En Habacuc la corrupción tiene, al menos, tres fuentes: la corrupción política, la corrupción de la justicia y la corrupción social. Se cree que su ministerio se desarrolla en Judá, reino del sur, para los años 609-597 durante el reinado de Joaquín quien era rey vasallo de Egipto. El profeta tiene literalmente una carga, la lectura de la realidad política y social lo ha cargado. Es un hombre “cargado”, afectado por la realidad que lee, vive e interpreta; involucrado en sus realidades. No ha profeta sin carga, esta surge de un encuentro, el encuentro entre la Palabra y la realidad.

[3] ALEXANDER, Erick, Las ocho proposiciones de la predicación expositiva. Cartilla de “Escuelitas de exposición Bíblica”, p 29. Material no publicado.

[4] La conversación natural la hemos cambiado por el ruido, por el sofoco constante, por el alejamiento de nuestra condición; temerosos siempre. Somos seres que huimos de nuestra naturaleza y hemos diseñado las formas y los mecanismos para hacerlo. Miramos ansiosos las pantallas de nuestros televisores, computadores o teléfonos, siempre deseosos de algo o alguien que nos rescate de la angustia que nos provocamos. Esperamos que alguna noticia, aún la más intrascendente, nos eleve de la serenidad hasta la euforia superficial y pasajera.  Aunque sean noticias dolorosas, preferimos el vértigo a la inteligible serenidad. Pobres como somos, no podemos pagar el enorme lujo del silencio

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