El paparazzi de Dios: retratos de un pecado real (2)
2 Sam 11-12
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Caballero126
David mira desde su palacio (situación vertical, de
poder). Ahora, la mujer ya tiene nombre, pero sigue siendo “cosificada”, sigue
siendo objeto de deseo. Pero el poder,
que no opera solo, manda a sus emisarios y trae a la mujer al palacio. David se
acuesta con ella. El relato dice que ella “estaba purificándose de su impureza”
(Lv 18:19; 15:28), es decir, el narrador afirma, que la mujer acababa de menstruar
y prepara al lector para lo que viene: la mujer queda embarazada y es de David.
Ahora, la mujer rompe el silencio. La vergüenza que a veces se cierne sobre la
victima de la “violencia sexual” es remitida a quien debe ser, al victimario
(v.5). La parte paralela del texto (B’) muestra al David consolador, obviamente
ha tenido que pasar ya por el escrutinio de la Palabra profética y la voz
concientizadora del defensor de las víctimas, Dios mismo. David opta por no
rechazar a Betsabé viuda y sin hijos. La consoló (12:24-25). Nace con el tiempo
un nuevo hijo al que ponen por nombre Salomón. El nombre alternativo, jedidías, trasmitido por medio del
profeta Natán, significaba “amado de Dios”. Y fue casi con total seguridad
visto por David y Natán como un
reconocimiento de que David podía dejar atrás su pecado, aunque las
consecuencias seguirían[1]. Esta
parte del relato cierra como la anterior, con la sensación de que las cosas
pudieron ser mejores. De que cuando se actúa bajo la ley divina, Dios aprueba y
consuela.
David ya
ha adulterado. Ahora tiene que asumir las consecuencias, por lo menos, eso se
espera, pero no (C). Manda a buscar a Urías el heteo, esposo de Betsabé, que está
en la guerra, en donde el rey debía estar. El rey no va asumir su culpa, quiere
remitirla, quiere proyectar su culpa en otro, quiere legitimar el embarazo de
Betsabé, haciendo que su esposo legítimo se acueste con ella (11:6-27). Urías
el heteo no acepta el consejo “aparentemente loable y misericordioso” de su
rey. “Urías se muestra solidario con el resto de soldados y ante la embriaguez
conserva su sentido de lealtad. Urías era un verdadero soldado de Israel y
aunque se encontraba lejos del campo de batalla, su corazón estaba en la
batalla; la actitud de Urías era una actitud que David había perdido en ese
momento”[2]. La
integridad de Urías es inquebrantable y ante esto, el rey toma otra decisión: mandarlo
con una carta a Joab, cuyo contenido Urías ignora, es su sentencia de muerte.
¡Qué ironía! Urías muere, su integridad física es lesionada pero su integridad
moral queda intacta. La repetición constante de la nacionalidad “hitita” de
Urías (7 veces) cumple un efecto retorico: Urías el hitita era más fiel israelita
que David, el rey. Con su actitud le dijo a David a todo lo que él no era. Urías
es también víctima del poder político. El hijo, producto del adulterio, muere
en cumplimiento de la Palabra del profeta Natán (12:16-23)[3]. David no acepta la Palabra así no más, pelea, ora,
ayuna, no se entrega al fatalismo. Dios es libre para actuar, pero eso no
significa que el creyente pueda hacer preguntas. “David sabía que Dios no era
un autócrata tirano, sino un Dios viviente, que se relaciona activamente con su
pueblo, respondiendo a las oraciones y situaciones según se van produciendo… las oraciones de
David no suponían un chantaje a Dios para obligarle a actuar de determinada
forma, sino una manera de expresarle a Dios sus sentimientos tratando al mismo
tiempo de conocer su voluntad”[4].
Hasta
aquí podemos resaltar tres observaciones frente al pecado de David: 1). David
se olvida del “manifiesto del rey” que el Deuteronomio ya proponía. El rey
debía ser modelo de la ley para su pueblo (Dt 17: 14-20). La legitimidad de su
gobierno estaría en someterse a Dios. Es decir, el rey debería ser un modelo de
piedad para el pueblo. 2). David viola
los mandamientos 7,8 y 10; comete homicidio, comete adulterio y estos dos actos
son alimentados por la codicia (Ex 20:13, 14,17). La codicia rompe el sentido
de comunidad y convierte al otro en una cosa o producto. La codicia cosifica y
comercializa la vida humana. 3). David viola el pacto o contrato que el mismo
había hecho con el pueblo (2 Sam 5:3). En dicho contrato la autoridad del rey debía
usarse para dos fines: defender al pueblo de los enemigos y hacerlo vivir en la
justicia y el derecho. David traicionó su función de autoridad: no acompaño más
al pueblo en la batalla y así dejo de defenderlo; al mismo tiempo torció la
justicia y violó el derecho para satisfacer sus caprichos personales. Es más,
el nombre Betsabé significa “hija del
pacto”, pero embriagado de poder, David no notó la advertencia que el nombre
del su víctima le comunicaba. Por esto y otros detalles más, David en este
texto es el “anticristo” (el anti ungido, el anti mesías). David es el
anticristo cuando asume un proyecto contrario al proyecto del mesías de Israel.
Es el “anticristo” porque no vive a la altura de su vocación: no protege al
indefenso (la mujer de Urías); “la cosifica” y abusa de ella abusando de su
poder, no trata con cuidado al extranjero, no es modelo de piedad para su
pueblo. Es el “anticristo” porque no actúa de acuerdo a la “unción” que Dios,
por gracia, le ha otorgado. Continuará.
[1] EVANS, Mary J. Comentario Antiguo
Testamento Andamio. 1 y 2 Samuel. Andamio- España, 2009, p 288.
[2] Llanes, Hector. Comentario
Bíblico Mundo Hispano. 1 Samuel, 2 Samuel y 1 Crónicas. Mundo Hispano-El paso
(Texas), 2008, p 244.
[3] Parece haber aquí una referencia
indirecta de la “ley del talión”: esta tenía como objeto poner freno a los
abusos. Estableció un principio de misericordia: la venganza jamás debe exceder
a la ofensa (Ex 21:23-25; Lv 24:19-21;
Dt 19:21).
[4] EVANS, Op., Cit, p 286.
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