El villancico de María
Lc 1:46-56
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Los villancicos remontan su origen a los siglos XV y XVI. En un principio eran canciones del pueblo, de la gente del campo; por eso se les llama “villancicos”, pues eran cantos de los labriegos, de los trabajadores rurales, que en latín se les llamaba villanus; fue en el siglo XVII cuando se introdujeron en las celebraciones religiosas. Sus letras hablaban en un lenguaje popular acerca del misterio de la encarnación, y estaban inspirados en la liturgia de la Navidad. Aún hoy los villancicos cantan y celebran el nacimiento del Salvador. En la Biblia encontramos una canción a la que se le puede llamar, sin duda alguna, el primer villancico. Quien canta es una jovencita campesina de Belén a la que Dios se le aparece haciéndola recipiente de su gracia y protagonista directa de la historia de la salvación, al ser la madre del Mesías. Ella quedaría embarazada sin haberse acostado con hombre alguno; como es virgen pero no ingenua, pregunta cómo sería posible eso. Al enterarse del cómo se declara sierva de Dios y en total disposición a su palabra. De esta manera, lo que suscita el canto es la manifestación concreta de Dios en la historia, no solo de una mujer, sino de todo un pueblo (Cp.1:26-38).
La canción de María, que es conocida también por su nombre en latín como “El magníficat”, tiene su paralelo con otra canción que, en respuesta a la manifestación divina, canta otra mujer: el canto de Ana (1 Sam 2:1-10). Además, la canción que nos ocupa aquí tiene tres estrofas en las que se desarrollan tres temáticas en torno a la manifestación de Dios. En la primera estrofa María canta acerca de la misericordia de Dios (vv.46-50). Ella expresa su dicha al entender que lo que Dios ha hecho en ella (permitir que sea la madre del Mesías), es una muestra de su misericordia; ese acto de Dios afectaría a todas las generaciones. En María, por pura elección divina, ha comenzado ya la realización de las promesas de Dios a su pueblo[1].
En la segunda estrofa María canta del poder de Dios (vv.51-53). Aquí se presenta una inversión de la pirámide social: los poderosos, orgullosos y ricos son despojados de su condición, mientras que los pobres y hambrientos son complacidos por Dios. De esta manera esta canción es verdaderamente revolucionaria[2]. La obra de Dios en María y en todo el pueblo trayendo al Mesías presenta una revolución moral: “esparció a los soberbios”; una revolución social: “quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes”; y una revolución económica: “a los hambrientos sació de bienes y a los ricos despidió vacíos”. La llegada del Mesías es anuncio y denuncia; anuncio de buenas nuevas para unos y denuncia de las malas acciones de otros cuya posición era fruto de injusticia; así, la inversión presentada es un acto de justicia, pues Dios no es neutral, ya que asume posturas en la historia.
En la tercera estrofa canta sobre la confiabilidad de Dios (vv.54-55). Aquí se dice que lo que Dios ha hecho en María es muestra del cumplimiento de viejas promesas hechas a Abraham, registradas en las Escrituras: traer salvación a todos (Gn 12:1-3; Is 66:11; Zac 2:14). Dios es confiable, actúa, y no lo hace con base en caprichos personales, sino en sus promesas y en su palabra. Él no sufre de amnesia; cumple sus promesas porque se acuerda. María no canta en solitario sino que se une al coro del pueblo de Dios que cantó y cantaba esperando el cumplimiento de las promesas de Dios (2:25-53). El Mesías anunciado por los profetas está tocando a la puerta.
¿Qué nos dice en esta navidad el villancico de María? En primer lugar, comunica que la base para la alabanza debe ser el actuar de Dios en la historia. Nuestras canciones son respuesta, no generadoras, del obrar de Dios en medio de su pueblo. Dada la comercialización de la “música cristiana”, a menudo no cantamos porque Dios se ha manifestado sino porque esta o aquella canción es la que está sonando o ha sido la más vendida. La mera valoración comercial se impone sobre la valoración teológica. En segundo lugar, el villancico de María no se parece a los que entonamos hoy. Aquel promueve una revolución; estos, el Status Quo. Basta con leer el evangelio para darse cuenta de que la presencia de Jesús y su mensaje incomodan. Este villancico nos dice que el evangelio trae consigo la muerte del orgullo, pone fin a las etiquetas y convenciones sociales o estructuras de poder que vejan al ser humano, y aboga por una equitativa distribución de los posesiones materiales (Hch 2:42-45). Los villancicos de hoy cantan felices a un niño que, desde su pesebre, no incomoda ni desafía a nadie. Pero nadie puede entonar el villancico de María sin ser convocado a un cambio, a una verdadera revolución en su vida.
En tercer lugar, la canción hace un llamado a la confianza, a la esperanza. Parafraseando el viejo himno diríamos: “porque él vino triunfaré mañana; porque él vino ya no hay temor; porque sabemos que el futuro es suyo, la vida vale más y más solo por él”.
Fin… tomemos una actitud mariana y cantemos en esta navidad “engrandece mi alma al Señor”.