jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Bajar a Cristo de la cruz?

¿Bajar a Cristo de la cruz?
Reflexión sobre la predicación.
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 28.
            Imaginemos 1 Corintios 1:22,23. El apóstol Pablo se encuentra haciendo planes para ir a predicar el evangelio a Corinto. Un amigo, hijo del movimiento de iglecrecimiento, se entera y le envía un mail donde le revela la clave para que su predicación sea un éxito. Le dice, entre otras cosas, que en Corinto hay básicamente dos grupos de personas. El primer grupo esta compuestos por los de cultura griega, ciudadanos del imperio, pero hijos de la helenización. A ellos, dice el eclesíologo, invítales al ágora y dales un discurso sobre la historia de la filosofía. El segundo grupo son los judíos que por revelación creen en la acción de Dios en la historia. A ellos convócalos a un estadio y descréstalos con poder y señales. Debes hacer publicidad del evento que diga: “¡gran noche de milagros y señales con el prestigioso evangelista y apóstol Pablo de Tarso, ven y recibe tu milagro!”.
            Ahora, lo anterior suena atractivo. ¿Qué mensajero del evangelio no quiere ganar adeptos para Cristo?  ¿Quién no ha compartido el evangelio esperando una respuesta positiva frente a este? Sin embargo, el problema con la propuesta del amigo imaginario del apóstol no es lo que dice sino lo que no dice. Lo que está por debajo y de manera sutil. Lo que se está diciendo es “cambia la agenda”, “cambia el mensaje” para que seas atractivo y saques aplausos, para que no parezcas como fuera de tono, anacrónico o anticuado. Pablo tiene enfrente dos auditorios diferentes, dos cosmovisiones, dos culturas. Para los griegos un Dios crucificado no tenía sentido. Para los judíos un mesías crucificado no llenaba sus expectativas ni teológicas como tampoco políticas (Cp. Lc 24:13-23). La cuestión es entonces ¿Quién define la agenda o el tema de la predicación? ¿Los auditorios o la revelación? ¿Los índices de popularidad o lo que Dios ha dicho?
            El apóstol es desafiado pero su propuesta, para su amigo consejero, es aún más desafiante. Ni sabiduría, ni señales, voy a predicar al Cristo de la cruz. Pablo pueda que no esté a la altura de las expectativas de su auditorio, pero está a la altura de la revelación de Dios. El Cristo crucificado era el tema de su predicación. El motivo por el cual Pablo no baja a Cristo de la cruz es porque en ella Dios asume la misión de salvar al mundo, aludiendo de manera casi contradictoria, las promesas del siervo sufriente (Is 53). Así, “la crucifixión fue el momento en que el mal y el dolor de todo el mundo se acumularon en un lugar, para enfrentarse a ellos de una vez para siempre”[1]. Por ello El apóstol renuncia al Cristo aséptico de los griegos y al Cristo espectacular de los judíos. Se queda con el Cristo escandaloso de la cruz. Porque “en el mundo real del dolor, ¿Cómo podría alguien adorar a un Dios que fuese inmune al dolor?”[2].
            La predicación protestante en América Latina estuvo marcada por mucho tiempo por cierto Cristo aséptico de algunos misioneros norteamericanos. Un Cristo ojos azules, de casi dos metros de altura y que casi no sabía español. Además muy poco sabía de cumbia, vallenato o música andina, por ello llevaba un himnario en su mano. Un Cristo interesado, la mayoría de veces, en salvar almas para llevarlas “más allá del sol”, pero que poco se preocupaba por los cuerpos de este lado del sol. A esto trata de responder, entre otras cosas, la Misión Integral de la FTL, primera teología protestante hecha en Latinoamérica. Ahora el péndulo se ubica en el otro extremo, hay cierta tendencia dentro de la predicación del movimiento carismático al Cristo espectacular. El de las señales. Este es el Cristo que cede ante el desafío desde el pie de la cruz: “si eres hijo de Dios baja de la cruz”.  Esta predicación llama a multitudes, pero no hace discípulos.
El predicador y predicadora deben renunciar a la tentación de predicar a un Cristo sin cruz. Esto no quiere decir que el cristianismo desdeñe el discurso e ignore el poder de Dios a través de milagros. Predicar a Cristo sin bajarlo de la cruz significa hacerlo contando la historia de la misión de Dios para el mundo. Por eso el mismo Jesús reorienta a Nicodemo diciéndole que lo importante no es afirmar las señales de Dios en él, lo importante es dejarse amar por aquel que muere en la cruz, que lo mire y sea sano de su herida. Lo importante no es saber, sino experimentar al Cristo de la cruz (Jn 3:1-16). La tentación está ahí. Un gran sector de la Iglesia Latinoamericana ha bajado a Cristo de la cruz y lo ha vestido de político, de empresario, de cantante, de actor de Holliwood. Un Cristo aséptico, indoloro, atemporal que se pierde en el discurso y se destiñe entre señales.
A Cristo lo vamos a “ver mejor en lo alto de la cruz con sus brazos abiertos como supremo argumento de convicción, no imponiéndose ante nadie, sino preguntando, una y otra vez, qué haremos con la oferta salvadora de Dios”[3].     Fin… voy a predicar a Cristo y a este crucificado.


[1] WRIGHT, Tom, El desafío de Jesús. Desclee De Brouwer-Bilbao, 2003, p 121.
[2] STOTT, John, La cruz de Cristo. Certeza-Argentina, 1996, p 5.
[3] CASTRO, Emilio, Las preguntas de Dios: la predicación en América Latina. Kairos- Argentina, 2004, 12.

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