Joel, el profeta pentecostal: apuntes para su lectura. Parte I.
La devastación.
Joel 1:1-2:11
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Caballero 65
Las primeras palabras de este pequeño, pero complejo, libro empiezan
diciendo que este mensaje no es de Joel, él apenas es un instrumento, un medio;
el mensaje es de Dios. Además este encargo es todo un acontecimiento, por ello
dice “la palabra le aconteció o le sucedió” (v.1). Así, la palabra de Dios es
acontecimiento, es suceso; pero la palabra también convoca a un suceso, a un acontecimiento[1]. Pero,
¿De qué trata? ¿A qué acontecimiento o suceso se quiere convocar?, no se pierda
entonces, querido lector, semejante acontecimiento, ¡déjese convocar por esta
palabra!, ¡escuche este mensaje!, ¡viva este suceso!, ¡evalúese a la luz de
este hecho! De esta manera, valiéndose de la imagen de la invasión de langostas
para aludir una invasión militar extranjera y sus consecuencias a su pueblo, el
profeta convoca al arrepentimiento, habla de restauración y señala vindicación[2].
El suceso de las
langostas y sus consecuencias, es tan monumental; que todas las fuerzas
sociales son convocadas a reaccionar frente a este y no quedar neutrales. En el primer grupo de convocados están
los ancianos; a ellos se les manda a conservar este acto en la memoria de tal
manera que pueda ser contado de una generación a otra. Este acto sin
precedentes por sus consecuencias y magnitudes será cita obligada en la
historia del pueblo (vv.2-4). El segundo
grupo es el de los borrachos; las consecuencias de la invasión se ven
reflejadas en la falta de vino (vv. 5-7). Hasta el mismo Dios ha quedado sin
vino “mi vid y mi higuera”. El tercer
grupo convocado es, al parecer, Jerusalén; a ella se le dice que se vista
de luto porque en el templo no hay para las ofrendas, los sacerdotes hacen
duelo y la tierra también se enluta (vv.8-10). El cuarto grupo es el de los agricultores; a ellos se les manda a
llorar por la situación del agro (vv. 11,12). El quinto grupo es el de los sacerdotes; a ellos se les insta a
hacer duelo y a convocar al pueblo a actos de constricción (vv.13-18). Para
cerrar la convocación, el mismo profeta es tocado por su mensaje. El profeta no
es como un presentador de noticias que desde su set cuenta los problemas de una región; el profeta es como el
desplazado que cuenta su propia tragedia, como el secuestrado que desde la
montaña manda un mensaje. El profeta, como intérprete de la realidad de su
pueblo, es tocado por su mensaje, sufre por lo que ve y comunica y responde en
oración (vv.19, 20).
El problema sigue acentuándose,
con la ruptura de la armonía surge la tristeza tanto en el templo como en el
campo. La invasión y destrucción es magistralmente ampliada (2:1-11). Hasta
aquí hay algunos elementos retóricos importantes que no podemos pasar por alto.
El primer elemento es el de la imagen de las langostas, estas no solo deben ser
leídas a la luz de las maldiciones del Deuteronomio
(Dt 28), sino también como una ironía: las langostas fueron una de las plagas
con las que Dios castigo a Egipto; es decir, el pueblo está por vivir un éxodo
al revés. El segundo elemento es el de la asonancia que el autor hace con el
nombre de Dios: el texto dice que el Dios todopoderoso (shaday) envía calamidad o destrucción (shod). La devastación será, como el nombre de Dios, todopoderosa
(1:15). Es decir; la crisis es del tamaño de Dios y tan poderosa como él, hasta
su mismo nombre se vuelve de malagüero. El tercer elemento es el que se da en
torno al “día del Señor”, el acento está en que ese día será oscuro. Y el
cuarto elemento está en el contraste que se hace con la situación actual de la
tierra: “como el Edén”, y la situación final como resultado de la devastación:
“como un desierto”, se propone una des-creación.
No solo habrá un éxodo al revés sino también una creación al revés. Creación y
liberación serán dos eventos necesarios para el pueblo dada su
condición política, religiosa y moral.
Hasta aquí podemos anotar
algunos detalles a manera de aplicación y agenda para la lectura del libro y la
vida. En primer lugar la puerta
hermenéutica para el texto de Joel es la dinámica dada por el “día del Señor”. En
esta primera parte del texto (1:1-2:11), el día del Señor, implica juicio para
Judá; en la segunda parte significa juicio para las naciones y vindicación para
Dios y su pueblo (2:12-3:21). Lo terrible y asombroso de ese día no está en su
aspecto tenebroso cuando el sol y la luna retraen sus fuerzas, lo terrible está
en el carácter mismo del Dios que actúa en ese escenario y marco temporal. En
ese sentido, el nombre mismo del profeta (Joel) está para afirmar el carácter
de Dios: “Yahvé es Dios”. En segundo
lugar, el profeta es una persona que sufre su mensaje. No es un
privilegiado que vive ausente de los conflictos. Para Joel, la vida diaria es
escenario de la Palabra de Dios que lo encuentra, lo convoca y lo hace convocar
a otros al magno evento: el accionar de Dios en la historia en actos concretos
para darse a conocer. Es curioso que para la iglesia latinoamericana la figura del
profeta sea más cercana a la de un vaticinador de desastres, que la de alguien
que es tocado y convocado por su propio mensaje. Continuará.
[1] La
estructura general del libro está dada como una inclusión: A. Convocación a
juicio (1:1-2:11); B. Arrepentimiento y restauración (2:12-32); A’. Convocación
a juicio (3:1-21).
[2] El
autor considera que las langostas son simple imágenes para hablar de una
realidad militar, ver; ANDIÑACH, Pablo R, Joel: la justicia definitiva. En
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana No 35-36. Los libros
proféticos, la voz de los profetas y sus relecturas. Ed, CROATTO, José.
Quito-Ecuador, p 148-152, 2000.
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