lunes, 28 de febrero de 2011

Soñar no cuesta nada...

 Soñar no cuesta nada o… la canción de un caminante
Salmo 126
EN VOZ ALTA 08. Jovanni Caballero.
El afamado historiador de la Iglesia Paul Johnson acusó de la crisis política de su tiempo a los filósofos, no a los políticos, porque aquéllos habían negado a esa generación toda posibilidad de utopía, la posibilidad de soñar. En el salmo 126, que habla de un sueño cumplido, el poeta se ubica en el presente y desde allí mira a su pasado,  como el espacio donde Dios actuó (vv.1-3); mira también hacia el futuro, como el espacio donde Dios actuará (vv.4-6); de esta manera, el salmo es un canto a la esperanza, a la posibilidad de soñar, de construir utopía.  
Este poema forma parte de lo que se conoce como “cánticos graduales” (120-134), los cuales eran entonados por los peregrinos que subían a las fiestas en Jerusalén. El peregrino comienza su experiencia en angustia y soledad (120) y termina con una invitación a alabar a Dios en comunidad (133,134). El poeta, desde su presente, mira al pasado recordando un acto concreto de la historia de su pueblo: la repatriación efectuada por Dios (Esd 1-6). Los soñadores, Moisés y Jeremías, tenían razón (Dt 30:2, Jer 29:14). La acción de Dios, aunque parecía increíble, generó alabanza en el pueblo y testimonio a las naciones. De esta manera, el Dios de Israel había cumplido su Misión: que las naciones conocieran de él, a través de los actos salvíficos en Israel (Is. 12:4-5; 43:8-13; Salmo 96:1-3)[1].
En la segunda parte del Salmo el poeta cambia el gozo y la celebración por la intercesión a favor de los que quedan todavía en tierra extraña (vv.4-6), y acentúa su deseo de restauración con dos imágenes: los arroyos del Neguev y la imagen agrícola. La primera trata de un área geográfica al sur de Israel que recibía lluvias ocasionales durante el año y reverdecía; la segunda dice que la restauración no será fácil, será como sembrar, pero finalmente el duro trabajo de la siembra dará como resultado la alegría de cosechar. Es evidente que este poema fue escrito y cantado por aquellos que “conocían el lado oscuro de las cosas. Ellos llevaban en sus huesos el recuerdo doloroso del exilio y las cicatrices de la opresión sobre sus espaldas. Conocían los desiertos del corazón y las noches de llanto. Ellos sabían lo que significaba sembrar con lágrimas”[2]. Al fin y al cabo, soñar no cuesta nada, lo que sí cuesta es hacer de los sueños una realidad.
Ahora, este canto nos recuerda que también nosotros somos peregrinos (1 Ped 2:11; Heb 12:1-2), que andamos por el camino de la fe, yendo toda la vida hacia un sitio, yendo hacia Dios; sin embargo, hay dos mentalidades o formas de vida que compiten con la del peregrino: la del turista que no se compromete con la fe (cree que la fe es un paseo) y la del residente que se compromete en demasía con la cosmovisión imperante, olvidando su vocación como caminante de la fe.
Por otro lado, el canto nos recuerda que es posible soñar, construir utopía y mirar la historia como el espacio donde Dios actuó y actuará trayendo restauración. Cuando nuestras vidas están asoladas por la sequía, de repente, los largos años de infructuosa espera son interrumpidos por la invasión de la gracia de Dios, pues en definitiva todo el sufrimiento, todo el dolor, todo el vacío, toda desilusión es semilla: si la esparcimos en Dios, él producirá, finalmente, una cosecha de alegría; por ello la utopía de nuestro himno nacional “en surcos de dolores el bien germina ya”. Dios puede convertir nuestros sufrimientos en esperanza y nuestras lágrimas en canciones.
La obra de Dios es el fundamento de nuestros actos de alabanza, pues la alabanza a Dios en la Biblia no es un mandato caprichoso, no es solo hermosas canciones como mera valoración estética; alabamos a Dios porque él se ha manifestado en actos concretos hacia nosotros (cp. Salmo 136). Es así como el salmo cuenta la historia de un pueblo que canta, “un pueblo cuya vida esta bordeada, por un lado, por el recuerdo de los hechos de Dios, y por el otro, por la esperanza en las promesas de Dios y que, a pesar de todo lo que pueda estar ocurriendo, puede decir, en el centro: eso nos llena de alegría”[3].
Por último, aunque la invitación es a soñar con los actos de Dios, no olvidemos que los sueños tienen sus asesinos: la posmodernidad con su énfasis en el “ya” y “el ahora”; la indisciplina con su subvaloración a los planes y el orden, y la filosofía del menor esfuerzo con su énfasis en los logros fáciles y a como dé lugar.  Fin…                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               



[1] Para una excelente exposición y ampliación de este tema ver a: WRIGHT, Christopher, La Misión de Dios: descubriendo el gran mensaje de la Biblia. Certeza- Buenos Aires, 2009, p 99-138.
[2] PETERSON, Eugene H, Una obediencia larga en la misma dirección: el discipulado en una sociedad instantánea. Patmos- Miami, 2005, p 97.
[3] Ibíd., p 100.

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