¿Político yo? (1)
Notas para la comprensión de una experiencia de fe
situada
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero178
El libro de Proverbios, capítulo 12 versículo 1, declara: “El
que ama la instrucción ama la sabiduría; mas el que aborrece la reprensión es
ignorante”. He dicho muchas veces, en distintos
lugares y a distintos auditorios que, a la luz de este texto, lo que nos permite mejorar y crecer,
entre otras, es la crítica sincera de las personas que están a nuestro lado y
que ven, a veces, lo que nosotros no vemos de nosotros mismos. Es decir, crecemos
al ser corregidos, al ser interrogados. En
días anteriores varias personas, entre hermanos en la fe y amigos, me han dicho
que por qué tomo X o Y postura política en mis publicaciones y predicaciones. Frente
a esto, he aceptado el desafío de ser interrogado pero también la responsabilidad de responder, de
poner el telón de fondo conceptual, teológico y Bíblico desde donde predico y
hablo algunos asuntos que parecieran tener tintes “políticos” (según el
entendimiento general de esta nominación).
Es necesario tener claro que el término “político” y su
relativa experiencia tiene al menos dos acepciones, así lo entiendo yo desde el
“zoom politikon” aristotélico. Es decir, desde el hecho de que el hombre es un “animal
político”, un habitante de la “polis” (ciudad) y como tal todo lo referido a
ella le interesa y lo interroga. 1). Entiendo la experiencia política como el
interés en todo lo público, todo lo relativo a la sociedad y sus tramas. Nadie
puede renunciar a esta dimensión, hacerlo es casi renunciar a ser humano. 2). Entiendo
“política” como esa parte estructural que toma el estado de derecho y que
convoca a ello a personas para que administren la “cosa pública”. Aquí entonces
entra el “hacer político profesional” con todas sus bondades y maldades, las dinámicas
del manejo del poder y el acceso, por vía democrática, a este. Entonces, a la
luz de esto, yo soy político según la primera acepción, pero no político de acuerdo
a la segunda aclaración, no estoy interesado en serlo, aunque entiendo que esa
dimensión me afecta y no deje por ello de criticarla y aludirla, así como ella
me crítica y me alude. Así, cada ser humano, cada creyente es entonces un
“político”, esto, si pretende vivir su fe situada y no negar el modelo
misionero propuesto por Jesús: “como el padre me envío yo los envío a ustedes”
(Jn 20:21). A la luz de lo anterior las tres siguientes declaraciones.
Primero.
Asumo, desde la cristología (lo referente a Cristo), que Jesús fue un hombre “situado”
en la historia, con ello quiero decir que interactúo con un tiempo, un espacio
y una cultura concretas. De acuerdo a esto, y asumiendo su misión como mesías,
su mensaje no versaba sobre “cómo
prepararse para ir al cielo y abandonar a este mundo”, sino sobre “cómo
prepararse para recibir al cielo y transformar a este mundo”. Por ejemplo, Jesús
nos enseñó a orar “hágase tu voluntad en la tierra…”, asumiendo así el riesgo
de poner a dos reinos en contraste; el de Dios y los de este mundo. Los judíos de
su tiempo, deseosos de liberación y expectantes por ello, lo sabían bien. Jesús
dijo en otra ocasión, curiosamente en el gran discurso misionero de Mateo 10, “no
penséis que he venido para traer paz…”. No quiso decir que su reino no fuera un
reino de paz (Mt 5:7), no; solo que no fue ingenuo. Sabía que su mensaje y
posturas lastimarían, “sacarían ronchas”, incluso, descuadraría ese núcleo
fundamental de la sociedad; la familia. Claro está, esto es difícil de entender
para los evangélicos que, a partir de la influencia gnóstica y platónica, han
dividido el mundo en dos: el espiritual y el secular. Piensan, quienes asumen
esta dualidad, que Jesús fue un gran maestro iluminado que predicaba cosas
bonitas y “espirituales” y que en efecto, la salvación tiene que ver con ir de
este mundo a otro en el cielo azul. Pero no hay más grande mentira que esa, y
es grande púes desdibuja a Dios, pervierte a Jesús, no entiende su mensaje; niega
la encarnación y su efecto escatológico sobre lo creado. El mensaje de Jesús no
era neutral, puso con los pelos de punta a la religión y al imperio romano; su
mensaje tenía que ver con asuntos muy terrestres, muy “mundanos”; muy “políticos”.
Sería
bueno recordar que la crucifixión de Jesús fue un acto político. La cruz estaba
reservada para los sediciosos, para los revolucionarios, para aquellos acusados
de traición al imperio y que se atrevían a desafiar su poder omnímodo (Jn 19:15).
Claro está, Jesús no pretendió tomarse el poder ni ocupar la silla de Pilatos o
Herodes, no; su pretensión fue fundar una comunidad alternativa, la comunidad mesiánica.
Por ello, la escena decisiva allá en Jerusalén hace 2000 años, que invitaba a
decidir entre Barrabas y Jesús no se clausuró allá y entonces. Esta escena es
el paradigma o modelo de como la iglesia hoy sigue decidiendo entre dos modelos
de ser mesías: Jesús, el hijo de Dios, cuyo proyecto estaba fundado en la
misericordia, la entrega y la “no-violencia”, ese día se lo veía herido, débil,
indefenso... impotente. Por otro lado
Barrabas (hijo del padre) quien no era un vulgar ladrón sino un sedicioso que
encarnaba un proyecto liberador, mesiánico, fundado en la violencia y en la “hermenéutica
macabea” de la historia de la salvación, ese día se lo veía, fuerte, decidido, aguerrido…
imponente. Por eso, creo que sería bueno
preguntarnos una y otra vez ¿queremos
ser la iglesia de BARRABAS o al iglesia de JESÚS? Así, Jesús no “participó en política”,
en términos profesionales; pero si “participo en política”, en términos generales:
su mensaje tuvo profundas implicaciones sociales y políticas. Por esto creo que
cuando el mensaje, mi predicación, se vuelve concreta, tiene que ver con la gente,
la vida real, las cosas del día a día, alude e interroga la cotidianidad desde
la cruz… tengo dificultades, saco ronchitas, pongo al auditorio en aprietos. No
creo, así como Jesús tampoco lo creyó, en la neutralidad. La fe es una experiencia
situada y ubicada. Continuará.
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