Dios enamorado (2)
Apuntes para una lectura de Juan 3:16
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Caballero 148
En tercer lugar “que dio a su hijo único”[1]. Notemos aquí que la fuerza del argumento no
está en el sustantivo amor, de hecho, Juan usa agape y fileos de manera
indistinta jugando con la cadena lingüística sin darle más o menos importancia
a uno u otro sustantivo (Jn 21:15-19). La fuerza entonces no está en el
sustantivo, como popularmente se ha pensado y predicado, sino en el verbo: dar,
entregar. Esto es similar a lo que pasa con nuestras expresiones de amor hoy: la
gracia no está tanto en decir que amamos (la confesión verbal) sino en mostrar
que amamos a través de actos concretos y puntuales (la demostración puntual). Por otro lado, el verbo “dio” no es tanto una
referencia al sacrificio sustituto o vicario, como si la muerte fuese lo único
que importara para cambiar un estado legal en el cielo, creo que el verbo se
refiere a la categoría amplia de la encarnación y a todo lo que esta implico, incluyendo
la muerte por supuesto (Jn 1:1-18). A Dios no le conocemos por ideas o
discursos abstractos sino por su
divinidad envuelta en humanidad, se hizo carne y se dio a sí mismo. Ahora,
cuando leemos la frase “hijo de Dios” generalmente
lo hacemos a la luz de los relatos de infancia de Mateo y Lucas con su acento
en la concepción virginal y por el poder del Espíritu (Mt 1:18-24; Lc 1:34-56).
Sugiero que debemos leer la cuestión de “hijo de Dios” a la luz del AT. Aquí,
Israel es hijo de Dios y tenía una misión (Ex 4:23): dar a conocer a Dios, ser
testigo de él ante las naciones (Is 40:9). Pero Israel fracasó. Ahora Jesús
como mesías, es el clímax del relato, como verdadero Israel, el hijo de Dios,
es enviado al mundo para comunicar vida.
En cuarto lugar “para que todo aquel que en
él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Aquí se vuelve a
enfatizar nuevamente el carácter o la política universal del reino “todo
aquel”. Pero también se habla de la acción-respuesta del mundo: “creer”. Aquí,
“creer” no es un asentimiento intelectual frente a credos, hipótesis teológicas
o abstracciones conceptuales sobre Jesús; significa amarle, entregarle
totalmente el corazón, la lealtad, la fidelidad y el compromiso (Cp. Dt 6:4). Este es el camino hacia una
nueva vida. Creer en Jesús es dejarse amar por Dios. Pero no solo se habla de
creer, también se puntualiza el objeto de esa fe: “en él”. Hoy se habla mucho
de fe, la literatura de “superación personal” nos invita a confiar en nosotros,
a tener fe en nosotros mismos, el evangelio… nos invita a ver al crucificado, a
depositar la confianza en Dios para corregir los autoconceptos y las autoestimas.
Al final nos habla de los resultados de creer: “no perderse sino tener vida eterna”.
En términos generales los cristianos piensan que “vida eterna” es una
asignación postmortem, una condición
de la que disfrutaran aquellos que mueran en el Señor cuando estén en el cielo.
Sin embargo para Juan la “vida eterna” es una asignación temporal y presente, “aquí”
y “ahora”, definida como una relación con el hijo y el padre (Jn 17:3). En
contraste la “condición de perdido o muerto” no es tampoco una asignación postmortem en el infierno, es la
negación de una relación “aquí” y “ahora”; es no dejarse amar.
Creo
que uno de los grandes asuntos que podemos trazar a la luz de este texto es el
hecho de replantear nuestras imágenes de Dios. Depurarlas, dejar a Dios ser
Dios. Hay que sanar nuestras imágenes de Dios, necesitamos curarlas. Tener
malas imágenes de Dios es una enfermedad. Daña el espíritu y pervierte la
espiritualidad[2]. Sugiero
que hay varias fuentes desde donde han brotado imágenes torcidas y dañadas de
Dios. Primero, la fuente eclesial. Aquí
el canal ha sido la teología de la predicación. La forma en la que hemos
comunicado a Dios, un Dios con garrote y airado[3].
Segundo, la fuente familiar. La
imagen que tengamos de Dios depende en parte de nuestras vivencias y
convivencias familiares, especialmente la imagen que tuvimos de nuestros padres.
Hay muchos que no pueden experimentar el amor de Dios padre hoy por la imagen
de terror que les quedó de sus padres en casa. El miedo es un obstáculo grande
para experimentar el amor de Dios. La tercera
fuente, la cultura. La cultura del “macho” que mira con sospecha eso de
dejarse amar pues lo considera como un acto de cobardía y de debilidad. Perpetuando
así las formas de dominio, autoritarismo y hasta los ciclos de violencia. La cuarta fuente, la comercial. En una
cultura en donde prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito
material constituye el valor predominante, no hay motivos para sorprenderse de
que nuestra concepción el amor siga el mismo esquema que gobierna el mercado de
bienes y servicios[4]. Pero,
DIOS NOS AMA, nos invita a dejarnos vencer y seducir por su amor, a reconocer
nuestras heridas y mirar al crucificado. Fin.
[1] “único” es mejor traducción que
“unigénito” (1:14,18).
[2] MARDONES, José María. Matar a nuestros dioses: un Dios para un
creyente adulto. PPC-Madrid, 2013, p 9.
[3] Fácilmente las personas
ven imágenes de un Dios de ira en el Antiguo Testamento. Comencemos a cambiar
esta concepción estudiando pasajes que establecen claramente que la
misericordia de Dios es más grande que su ira y entonces intentemos leer el
Antiguo Testamento desde este punto de vista. Señalemos que el amor de Dios y
el pacto precedieron a la ley. El amor de Dios no está condicionado a la
obediencia humana ni siquiera en el Antiguo Testamento… La frase "Dios es
amor" también se oye habitualmente en coros provenientes de iglesias en
América Latina. ¿Concuerdan las palabras con lo que las personas sienten? Stan
Slade ha presenciado muchas reuniones de iglesias en América Central. Él
observa que "Dios es confesado como bueno, pero experimentado como lejano,
estricto y, aunque nadie se atreve a decirlo, injusto." https://profmarkbakerdotcom.files.wordpress.com/2015/04/gdautla-sp-2015-1.pdf 24/02/2016.
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