La “Cocalización” del Espíritu (2)
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Caballero 111
Nuestro quinto ejemplo es paradigmático, lo encontramos en la
narrativa de Hechos 10 y 11. En el capítulo 10 se nos narra la “conversión” de Cornelio y en el
capítulo 11 Pedro cuenta su experiencia sobre su propia “conversión”. A Pedro
le toca entender que la misión entendida
desde el pentecostés tiene implicaciones étnicas profundas. Por ello en estos
textos acontecen dos conversiones: la de Cornelio y la de Pedro. Aunque
Cornelio era temeroso de Dios, no se le quitaba el hecho de ser gentil y para
colmo jefe militar de la potencia que ocupaba, por la fuerza, a Palestina donde
se hallaba el pueblo de Dios. Se decía que aun el polvo de Cesarea era impuro
ya que hacía parte de la región Samaritana. Pedro es asaltado por una visión en
donde ve toda clase de animales impuros y una voz que le decía “mata y come”.
Para algunos este texto es un permiso culinario, pero en contexto, la visión es
un impulso misionero; es desmonte teológico, es sorpresa étnica. Pedro es
llevado por Dios a comprender lo que significa haber aplicado el texto de Joel
a la experiencia pentecostal. Es llamado a vivir el desbordamiento del Espíritu
fuera de las fronteras geográficas, étnicas y cultuales. Pedro tiene que
“convertirse” de su miopía pentecostal. Y, ante la efusión del Espíritu para
Cornelio y los suyos, confiesa que Dios es un Dios incluyente, que al mover de
Dios no se le puede estandarizar en virtud de privilegios religiosos o
culturales; que al Espíritu no se le puede “cocalizar” (Hech 10:34-48). La
lucha de Pedro aquí es similar a la de Jonás allá: no pueden comprender el
hecho de que el Dios a quien sirven tenga tanta misericordia para los enemigos
de Israel.
El sexto y último ejemplo se da en el
terreno de la exegesis. En el mundo, la reflexión teológica y la experiencia del Espíritu durante el
siglo XX y lo corrido del XXI se puede resumir en dos tendencias: la cesacionista
y la continuista. Básicamente la primera tendencia dice, a la luz de la Biblia
y la historia, que algunos dones carismáticos que experimentó la iglesia
primitiva con sus distintos rostros ya no son para hoy. La segunda tendencia,
afirma lo contrario: hay una continuidad entre el ayer y la experiencia actual
de la iglesia en relación con los dones carismáticos. Estos últimos también
apelan a la Biblia y a la historia. Uno de los argumentos que los
“cesacionistas” esgrimen está fundamentado en la frase de Pablo “porque
conocemos solo en parte…pero cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que
es en parte será abolido” (1 Cor 13:9-10). El cesacionista afirma que lo
referido en el texto como “lo perfecto” es el canon del NT[1].
La dificultad con este argumento es su carácter anacrónico. Es anacrónico
porque pone en la “mente” de Pablo algo que para él era totalmente desconocido;
primero porque la idea del canon del NT empieza a surgir a finales del siglo
II; segundo porque ninguno de los autores del NT imaginó nunca que sus textos o
cartas serían normativas para la iglesia de todos los tiempos. Pablo o Juan
quedarían sorprendidos al enterarse de que hoy, veinte siglos después, sus
cartas se siguen leyendo y tienen carácter normativo aún para la Iglesia. Ahora,
dado el argumento Paulino en 1 Corintios 13-15, es mejor y más sano pensar que
“lo perfecto” hace referencia a la segunda venida del Señor con todas sus implicaciones
corporales, naturales y cósmicas. Como lo dijo Karl Bart, “cuando el sol sale,
todas las luces se apagan”. La cocalización del Espíritu aquí es mediada por la
exegesis y el anacronismo a ultranza.
Quisiera
terminar esta reflexión con dos consejos a dos voces. Indistintamente de qué
lado estamos, si somos cesacionistas o continuistas, el llamado es a que
nuestras reflexiones teológicas dejen lugar para el misterio, el recogimiento y
el asombro frente al hecho del Espíritu.
Nuestra fe debe ser cerebral pero siempre invitándonos a celebrar. La
primera voz, para este consejo, es de Juan Stam, él dijo: “El relato de la
venida del Espíritu, en Hechos 2, incluye otros elementos distintos al hablar
en lenguas, por ejemplo: comienza con la experiencia de fenómenos
extraordinarios (2:1-13; bien pentecostal, digamos), sigue con un sermón
expositivo cuyo tema central es el señorío de Cristo (2:14-41, al estilo
de Spurgeon o de los mejores predicadores presbiterianos) y termina con una
nueva comunidad de fe y praxis (2:42-47) ¡con sabor menonita!”[2].
La experiencia del Espíritu va mucho más allá de nuestra tradición evangélica,
ya sea continuista o cesacionista. La segunda voz es de quien fuera llamado,
coloquialmente, el papa evangélico, el gran John Stott. El hace tres
aseveraciones para tener en cuenta frente a la temática aquí abordada: 1). La
objetividad de la verdad: todas
nuestras opiniones, todas nuestras tradiciones, y todas nuestras experiencias
han de someterse al examen independiente y objetivo de la verdad bíblica. 2). La
centralidad de Cristo: Nuestros ojos han sido abiertos a la verdad
"que está en Jesús" y nuestros labios confiesan que él es Señor
Soberano y a la vez dar lugar al crecimiento hacia la madurez y a experiencias
más plenas y profundas de Cristo. 3). Debiéramos poder concordar en cuanto a la
diversidad de vida. Dicho de otra manera, el Dios vivo de la naturaleza y
de las Escrituras es un Dios de rica y colorida variedad[3]. El Espíritu
es variado en sus manifestaciones, siempre se manifiesta, pero no siempre de la
misma manera. Por ello es imposible la estandarización, no se le puede “cocalizar”.
Pero recordemos finalmente que el Espíritu sin la Palabra carece de dirección y
la Palabra sin el Espíritu adolece de vida, resulta impotente. Fin.
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