La “Cocalización” del Espíritu (1)
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Caballero 110
En 1996 George Ritzer publicó un trabajo de
corte sociológico y económico llamado “La McDonalización de la sociedad”, el
neologismo “McDonalización” es para Ritzer una forma de representar la globalización.
Ritzer, profesor de sociología en la Universidad de Meryland, se dio cuenta de
que la estandarización (homogenización), propuesta por el modelo global, era
equivalente al del popular consorcio de comida rápida[1].
Siguiendo la representación del autor mencionado, usaré aquí el término
“Cocalización”, que viene de Coca-Cola, para hablar de la tendencia a
estandarizar, homogenizar o, en el peor de los casos, domesticar al Espíritu
Santo y su obra. Así como la Coca-Cola es una en sabor, presentación y
distribución en más de 200 países del mundo, a menudo solemos hacer lo mismo con Dios, su actuar y su Espíritu;
homogenizamos su proceder de tal manera que, cuando vemos algo que no cabe en
los marcos teológicos preestablecidos de como debiera ser y actuar Dios, optamos
por el rechazo o la crítica descarnada. En la Biblia hay sendos ejemplos de
“Cocalización” del Espíritu. Veamos.
El primer ejemplo lo encontramos en Números
11. Aquí hallamos una de las tantas quejas del pueblo de Israel en medio de
su travesía por el desierto. El pueblo quería comer carne y evoca tontamente a
Egipto. Eran esclavos, dicen, pero tenían comida. La esclavitud suele evocarse como
estado idílico cuando la libertad está costando. En medio de este escenario
Dios ministra a Moisés, para que no se reviente física y emocionalmente, le
dice que escoja a 70 ancianos para que lleven junto a él la carga del pueblo;
para esto, Dios visitaría a los ancianos con el Espíritu que estaba en Moisés,
esto acontecerá en el marco litúrgico del tabernáculo. La cuestión es que
cuando el Espíritu viene sobre los ancianos, este se “desborda” y alcanza a
Eldad y Medad, que no estaban dentro de los 70 y tampoco en el tabernáculo. Frente
a esto el joven líder Josué va a Moisés y le dice que el Espíritu ha
sobrepasado los límites, ha salido del marco, esto no puede estar pasando. Moisés
le responde diciendo que no tenga celos, que su deseo es que todo el pueblo
guste de la presencia del Espíritu y hable la Palabra de Dios. Así, el pastor Moisés no se hipoteca el
Espíritu, su liderazgo no está en el hecho de “manipular el don de Dios” sino en
crear los escenarios para que todos tengan una experiencia genuina de él.
Nuestro segundo ejemplo lo encontramos en
Joel 2. El profeta recoge el sueño
de Moisés y frente a un liderazgo corrupto, impío y la realidad trágica del
exilio; Dios promete su Espíritu, será dado a todos sin distinción de edad
(“ancianos y jóvenes”), de clase social (“siervos y siervas”), de género
(“hijos e hijas”), o de nacionalidad (“toda carne”). El Espíritu deja de ser
privilegio de pocos para convertirse en bendición de muchos. La visitación
de Dios aquí tiene un carácter incluyente. Es curioso que el texto no mencione
a la clase religiosa, parece haber aquí una crítica interna contra todo intento
de monopolizar el don de Dios, todo intento de domesticar a Dios con fines
personales y elitistas. La “cocalización” del Espíritu es criticada. Este es el
mismo fondo Escritural, que frente a la experiencia en el aposento alto, Pedro cita:
se remite el mismo y a su auditorio que le critica y pide razones. Fuera del
templo, una comunidad como de 120 personas recibe la promesa, el nuevo Israel es
empoderado y enviado a las naciones. Desde la periferia social (galileos) y
religiosa (fuera del templo), son enviados hasta lo último de la tierra. ¡Quién
iba a pensarlo!
Un tercer ejemplo de “cocalización del
Espíritu” se da en el NT con la experiencia de Jesús. Con la llegada del
reino en la persona y obra del Nazareno, las fuerzas del mal son trastocadas,
los poderes del infierno con obras muy terrenales son perturbados. En una serie
de controversias que Marcos describe (2-3), se presenta una con los escribas:
ellos acusan a Jesús de expulsar a los demonios por el poder de Belcebú
(3:22-30). Jesús les responde mostrándoles la incoherencia lógica y “espiritual”
del argumento. Pero va más allá, al argumentar así, al atribuir la obra de Dios
al demonio, los escribas pecan contra el Espíritu, este pecado es imperdonable.
Es imperdonable porque se cierran al actuar del Espíritu que les lleva a Dios
para el perdón de pecados, es imperdonable porque se oponen a la liberación de Dios en
Cristo. Lo que Jesús hace no cabe en la religión institucionalizada, en el
estándar que “los de Jerusalén” tienen del mover de Dios. Y es que no hay nada
que le haga más daño a la misión y al evangelio que la que “fe institucionalizada”.
La historia nos dice que la iglesia perdió fuerza misionera y ética, cuando
llegó a ser la religión oficial del imperio.
Un cuarto ejemplo sucede en el mismo texto
de Marcos. Los discípulos que han fracasado frente a la expulsión del demonio
mudo, ven a alguien que si expulsa demonios por el “nombre de Jesús” e intentan
impedírselo (Mrc 9:38-41). Ellos tal vez pensaron que Jesús les aplaudiría esta
moción. La “cocalización” aquí tiene tinte sectario y elitista. Diríamos en
términos contemporáneos: “vimos a alguien haciendo la obra de Dios pero como no
es de nuestra denominación… entonces lo desaprobamos”. Los discípulos intentan
domesticar la obra de Dios. Jesús les reprende y les revela más bien en donde
estuvo la falla de ellos, la razón del fracaso; olvidaron hacer la obra de Dios
en “el nombre de Jesús”, se fundamentaron en la veteranía y olvidaron la
dependencia que produce la oración (“y el ayuno”). El exorcista anónimo sale
bien librado, mientras que los discípulos “aventajados” salen regañados. La
desaprobación del otro, solo porque no es parte de los nuestros, aunque con
teología sana, es “cocalización del Espíritu”. Continuará.
[1] Ritzer, George. La McDonalización de la sociedad. Un
análisis de la racionalización en la vida cotidiana, 3ª ed. Ariel,
Barcelona, 1996.
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