El retrato de mamá. II
Prov 31:1-9
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 92
Este texto nos dice que los asuntos de estado
se aprenden en casa; que los grandes valores como la justicia, la solidaridad, la
humildad, la sobriedad, la espiritualidad y el buen gobierno, se aprenden en el
hogar y no en Harvard o en una facultad de ciencias políticas. Y es que, la
teología debe empezar en casa, en el hogar. En el seno de nuestra familia y en
un ambiente desprovisto de los cánones regulares de la academia, también se
hace teología. Es allí, en el hogar, donde se aprenden las primeras afirmaciones
de la fe y donde se lucha para que esas afirmaciones encuentren su lugar en la
vida diaria. El hogar, eso ya lo sabemos, ofrece innumerables oportunidades
para la evangelización de sus miembros, pero también para el enriquecimiento y
el desarrollo de la fe. Esta “teología casera” se nutre a través del diálogo
sincero, del debate honesto, de la discusión entusiasta, de la libertad para la
duda, de la enseñanza participativa, de la lectura reverente de las Escrituras
y de la práctica disciplinada de la oración. La formación espiritual, comprendida
de esta manera, tiene que ver con algo más que con la tradicional celebración
del culto familiar; se refiere, sobre todo, a la vivencia, asimilación,
reflexión y maduración de la fe... mientras la vida se da.
El
pueblo de Dios en el Antiguo Testamento hizo teología desde el hogar. Esa tarea
se cumplía durante todo el día e involucraba a todos los miembros de cada
familia. La Ley del Señor había ordenado que la enseñanza de la fe se produjera
así: en todo momento, mientras se estuviera en la casa o cuando se estuviera
caminando fuera de ella; ya fuese por la mañana al levantarse o por la noche al
acostarse. Así dice la Ley: “Grábate en el
corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus
hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino,
cuando te acuestes y cuando te levantes. ¡Átalas a tus manos como un signo;
llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en
los portones de tus ciudades!” (Dt 6:6-9). Este adelantado principio
educativo fue confirmado muchos siglos después apenas en el siglo veinte por
John Dewey quien aseguró que “toda la vida educa” y que la instrucción que se
recibe en las instituciones escolares representa sólo una pequeña parte de la
educación global. Dewey señaló la existencia de múltiples formas de “educación
deliberada”[1].
El Nuevo Testamento presenta “las casas” (oikos)
como espacio predilecto para la predicación y enseñanza de la fe. En ellas
se celebraba la vida en común, se producían milagros por parte del Señor, se
enseñaba el significado del evangelio, se experimentaba el costo del
seguimiento y se reflexionaba acerca de las implicaciones de la fe para toda la
vida (Hech 2:46; 9:17; 10:37; 17:15; 28:30-31). El templo, según Green[2],
no era el centro educativo; lo eran las casas de los creyentes y así siguió
siendo durante los primeros siglos.
Ahora,
lo que estamos presenciando hoy es la ruptura y un desplazamiento desde la responsabilidad
teológica de los padres (la casa) hacia la responsabilidad teológica de la
iglesia (los líderes). Lo mismo pasa con la educación en términos generales,
quien educa es la escuela, la televisión y el internet. Como en la canción de
Lavoe, “el retrato de mamá” se ha ido desdibujando, la crisis de los valores
mencionados al inicio es evidente, es más la teología casera es poca o nula. Lo
poco que aprenden de Dios nuestros niños y adolescentes, se lo deben a la Escuela
Dominical y a sus reuniones juveniles. Y, frente a alguna dificultad moral no
faltan los padres que culpan a los líderes juveniles, al pastor de la iglesia o
a los maestros de escuela dominical, porque, en algún momento de la historia
empezamos a creernos el cuento de que la responsabilidad pedagógica de nuestros
hijos reposa en el liderazgo y no en nosotros, los padres. Y en el peor de los
casos, hemos caído en el lento y dañino proceso de la decadencia
espiritual, que se ilustra así: “para los abuelos la fe fue una experiencia
vital. Para los padres la fe fue una herencia preciosa. Para los hijos la fe
era una conveniencia. Para los nietos la fe es un fastidio”[3].
Contrario a esto, la sabiduría de “los padres proverbiales” ilumina un poco
nuestros caminos ya oscuros.
Cuando observamos a nuestros líderes religiosos y políticos,
algunos con maestrías y doctorados, y escuchamos de sus escándalos morales nos
damos cuenta de que algo falló. Se dice que, a Teresa de Calcuta se le
preguntó, en el marco de la entrega del premio Nobel de Paz en 1978, sobre la
manera de construir a la paz mundial; ella respondió: “vayan a sus casa y construyan
familias”. A nosotros, líderes religiosos y políticos, Dios nos llama a una
vida de compromiso con él, en un mundo caído, y el compromiso con Dios es
compromiso con el prójimo. Pero, urge restaurar la familia, urge la teología
casera, urge asumir las palabras del evangelio cuando nos invita a “construir
la casa sobre la roca”. La historia nos dice que, cuando la familia se
destruye, se degenera; también sucede lo propio en la sociedad. Por esto,
usted, amado lector, dígame, ¿Cuáles son los consejos de mamá?, ¿Qué ha hecho
con el retrato de la pared? Fin.
A pesar del contexto social que abruma y distrae una realidad, encontramos un esperanzador modelo pedagógico en Deuteronomio 6:6-9 que nos reta a replantear la figura de los padres dentro del proceso de formación de los hijos. Cabe preguntar: conocen los padres las herramientas conceptuales para llevar a cabo su responsabilidad teológica?
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