Yo
me llamo… Lea (I)
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 83
Hola amigos, yo me
llamo Lea[1]. He hecho un viaje del
pasado, del mundo Bíblico; al presente, al mundo de ustedes, para hablarles un
poco de mí. Espero poder comunicarme bien y que las distancias culturales,
lingüísticas, sociales y religiosas puedan ser acortadas en aras un mensaje
claro y concreto. Nací en el seno de una familia semita hace, según la
cronología Bíblica, cerca de 5.000 años, en medio de una sociedad patriarcal; un
mundo determinado y construido por
el hombre y para el hombre. En esta sociedad las mujeres pocas veces nos destacábamos,
nuestro foco de acción se supeditaba a las actividades domésticas y pastoriles.
Todo esto concordaba con un chiste machista que he escuchado entre ustedes hoy
que dice que “la mujer debe estar en su lugar; en la cocina”. En una cultura como la mía, las mujeres
éramos la mayor parte de veces solo un objeto que se convertía en transacción
comercial. Aunque, pensándolo bien, eso de que la mujer es “solo objeto” es muy
común hoy también, solo ha cambiado la forma. Por ejemplo, la mujer que se cree
muy libre y sale a la calle ligerita de ropas
y es admirada por los hombres, no sabe que ya es objeto de una cultura
erotizada y machista; no sabe que se expone a que la vean como un objeto en la
vitrina de cualquier almacén y que está a la venta.
Bueno.
Mi primera aparición en la Biblia Judía, es decir, lo que muchos hoy llaman
Antiguo Testamento, se da en el marco de una transacción comercial. Aún
recuerdo la llagada de ese joven a la casa llamado Jacob, mi papa, Labán, lo
recibió con alegría por ser hijo de Rebeca su hermana. Jacob y yo éramos
primos. Al principio no dije nada al respecto, me uní a la celebración, pero
algo dentro de mi decía que ese tal Jacob tenía su guardado, y es que, a juzgar por el nombre que tenía, el usurpador,
no se me podía ocurrir nada más sino pensar en lo peor. El tal Jacob se enamoró
de mi hermana Raquel, eso fue amor a primera vista. El empezó a trabajar en mi
casa, mi papá, como dicen ustedes, “le dio la mano”, y a cambio de salario
Jacob le pidió en matrimonio a Raquel mi hermana menor. Culturalmente estaba
establecido que la primera en casarse sería la mayor y así sucesivamente hasta
llegar a la última. Y aquí empieza mi drama, en el seno de mi familia, en mi casa.
Un experto Biblista ha dicho que mi historia se puede leer en paralelo con
otras historias que, en el Antiguo Testamento, hablan de conflictos o tensiones
entre mujeres[2].
Yendo en contravía con lo cultural pero haciéndole caso al corazón, Jacob
decide trabajar siete años a cambio de mi hermana Raquel. Ese día me sentí tan
despreciada, tan falta de amor y cariño; intente frustrarme. Pero bueno, pensé
en mis adentros, otro día será.
Podía
contemplar a mi primo trabajar de sol a sol a cambio de mi hermana, siete años,
24 horas al día, siete días a la semana; me llenó de gozo el hecho de que, por
lo menos, el amor que sentía era genuino y sincero; entonces pasé de la
frustración al regocijo por lo que estaba aconteciendo a favor de mi hermana. Llegó
el tan esperado día: hubo fiesta, vino, despedidas, lágrimas, abrazos y
acciones de gracias a Dios por la boda. Pero, como todo tramposo encuentra su
tapa, Jacob encontró la suya. Esa noche mí papá debía entregar a mi hermana en
la habitación nupcial, sin embargo no lo hizo, sino que a cambio de ella, me
entrego a mí. Como les dije al principio, este acto obedecía a normas
patriarcales y culturales. Algunos hoy dicen coloquialmente que mi papá fue un
mal músico, porque le pidieron LA menor y dio LA mayor. Esa noche la disfruté,
no puedo negarlo, además, por lo menos físicamente, el tipo me caía bien. Pero
al amanecer, el idilio acabó; Jacob al verme el rostro se sintió engañado y le
reclamó a mi papá por haberle hecho semejante trampa. Es decir el engañador se
sintió engañado. Jacob, no había leído cultura general, descuidó el detalle
cultural que decía que jamás se casaba primero la menor antes que la mayor. El
hecho es que ya casada con Jacob, me tocó contemplar como él trabajaba siete
años más por obtener a mi hermana, esto es posible pues estábamos en una
cultura en donde la poligamia era “permitida”. Pero esto añadió más tensiones y
conflictos a mi vida. Imagínense no más como me dolió la actitud de Jacob y que
registra el autor del Génesis cuando dice: “Jacob se unió a Raquel y la amó más
que a Lea”. Eso fue como un puñal en mi corazón y sentido de valía, sentí que
entraba en una competencia que perdería.
Ahora,
yo les pregunto, ¿se han sentido despreciados alguna vez?, ¿han vivido la
experiencia de competir por el amor de alguien frente a otro u otra?, Yo lo
viví en carne propia. Pensemos un momento en ciertas realidades que he estado
mirando en mi viaje por el presente. Pensemos en esas decenas de mujeres que
esperan a sus esposos hasta tarde de la noche y estos nunca llegan, o tal vez al
amanecer, porque estaban en donde otra mujer, o en donde lo que ustedes llaman
“la sucursal” o la “querida”. Corazones rotos mendigando amor. Y es que, no nos
digamos mentiras, ustedes están inmersos en una cultura machista en donde el
hombre que tiene dos o tres mujeres es aplaudido, mientras quien se dedica al
amor y a la conquista de una, es un estúpido. Recuerdo las palabras del cantante
Ricardo Arjona, que en una de sus canciones dice: “hombre no es el que tiene
tres mujeres y vida de tormenta, hombre es el que tiene una y la mantiene
contenta. Les confieso… mis noches eran largas y tediosas al saber que mi
esposo estaba durmiendo con mi hermana. Continuara...
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