lunes, 10 de febrero de 2014

El poder del Espíritu Santo, ¿Qué significa hoy?

El poder del Espíritu Santo, ¿Qué significa hoy?
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 82
El discurso y la experiencia del Espíritu Santo siempre han generado y generarán inquietudes. En el registro bíblico, por ejemplo, se encuentra el celo de Josué y el deseo de Moisés. Josué intenta impedir y “monopolizar” el don del Espíritu frente a la experiencia de otros distintos a Moisés, este último le dice que no lo haga pues la idea es que todos gusten de esa experiencia y profeticen (Nm 11:29). Cuando Jesús habla de la experiencia directa del Espíritu sobre él, la gente intenta apedrearlo (Lc 4:28,29). La llegada del Espíritu en pentecostés genera también confusión y alboroto: unos están maravillados y otros atribuyen al vino la obra del Espíritu (Hch 2:12,13), y ni hablar de las correcciones que el mismo apóstol Pablo hace a la iglesia en Corinto en cuanto a los dones y experiencia del Espíritu (1 Co 12-14). La historia del dogma también arroja sus aportes: de Constantinopla a nuestros días la cuestión del Espíritu ha sido objeto de contrariedades[1]. A pesar de todo, lo que sí es seguro es que la obra del Espíritu en las Escrituras comienza con la creación y termina con la recreación y un deseo: el Espíritu se une al coro de la Iglesia que clama por la venida del Mesías (Gn 1:2; Cp. Ap 22:17). El Espíritu, el discurso sobre él y la experiencia en la vida del creyente, son, entonces, una realidad ineludible. Pero, ¿qué significa esto para América Latina? Se tratará de dar una respuesta a la luz de Hechos capítulos 1 y 2[2].
            En el encuentro que los discípulos tienen con Jesús resucitado, justo antes de su ascensión en el Monte de los Olivos, surge un choque de expectativas. Los discípulos vinculan el recibimiento del Espíritu Santo y la promesa del Padre, de la que les había hablado Jesús, con la restauración de Israel (Hch 1:5-7). La relación que hacen, dada la condición política de Israel y las promesas del AT sobre el Espíritu, es apenas obvia; es decir, las circunstancias teológicas y sociopolíticas dominan por completo la interpretación del asunto. El Señor les orienta a pensar diferente, pues mientras ellos piensan en Israel, Dios está pensando en “toda la tierra”. Así, la restauración de Israel no es tanto un asunto político sino misiológico. De esta manera el poder del Espíritu Santo hará posible una vieja tarea dada a Israel: ser testigo de Dios frente a las naciones (Cp. Gn 12:1-3; Is 40:10). La visión reducida de los discípulos parece ir abriéndose. En su segundo sermón, Pedro habla de la “restauración de todas las cosas”, en contraste con la “restauración de Israel” (Hch 3:20).
            Hechos 2 inicia poniendo la venida del Espíritu Santo en un marco temporal e histórico claro: la fiesta de Pentecostés (Hech 2:1), una de las tres fiestas en donde los judíos renovaban su compromiso con Dios como pueblo del pacto (Dt 16:16). Es posible que el mensaje sea que  esta es la primera cosecha del reino de Dios. Hay un segundo marco donde se ubica la llegada del Espíritu, y es el marco escritural: el apóstol Pedro explica la experiencia a la luz de lo que Joel había dicho (Hech 2:14-21 Cp. Jl 2:28). Con la llegada del Mesías ha iniciado una nueva era donde el Espíritu se ha “democratizado”, pues es dado a todos sin distinción de edad (“ancianos y jóvenes”), de clase social (“siervos y siervas”), de género (“hijos e hijas”), o de nacionalidad (“toda carne”). El Espíritu deja de ser privilegio de pocos para convertirse en bendición de muchos. Pero hay un tercer marco: el cristológico: el Espíritu es dado por Cristo para que sus receptores sean ahora testigos no del Espíritu, sino del mismo Mesías (Hech 2:22-36). El sermón de Pedro y lo que Jesús ya había dicho confirman esto. El tema del mensaje es Jesús; el Espíritu da el poder para hablar de Cristo. Veamos ahora un cuarto marco: el existencial y evangelístico. Este trata de responder la pregunta del que escucha ¿Qué tiene que ver este mensaje conmigo? Quien escucha este mensaje debe tomar la decisión de arrepentirse, de volverse a Dios en actos concretos (Hech 2:37-40). El apóstol Pedro vincula la experiencia de Pentecostés con el llamado al arrepentimiento y al bautismo “en el nombre de Jesucristo”, y con la promesa del perdón de pecados y del don del Espíritu Santo. Toda persona que responde al llamado recibe la promesa.
Y, el quinto marco: el eclesiológico y práctico. Así, la venida del Espíritu tiene consecuencias prácticas: la evangelización, la enseñanza, la comunión, y la celebración (Hech 2:41-47). La palabra es la que da existencia a la iglesia. Notemos como la conversión en el marco general de la venida del Espíritu Santo cambia hasta la apreciación hacia las posesiones materiales. Quien escucha este mensaje debe tomar la decisión de arrepentirse, de volverse a Dios en actos concretos. Así, la venida del Espíritu tiene consecuencias prácticas: la evangelización, la enseñanza, la comunión, y la celebración.
            Ahora, en América Latina la experiencia del Espíritu ha traído a la Iglesia la posibilidad de un Dios más cercano, más experimentable. Sin embargo, a menudo esta experiencia ha estado alejada del marco escritural y cristológico, que se evidencia en los desmanes que se presentan en algunos sectores de la iglesia. Todavía, por ejemplo, hay un énfasis muy marcado en el hablar en lenguas, sobre todo en el pentecostalismo, dejando de lado otras dimensiones del obrar del Espíritu. El relato de la venida del Espíritu, en Hechos 2, incluye otros elementos distintos al hablar en lenguas, por ejemplo: “comienza con la experiencia de fenómenos extraordinarios (2:1-13; bien pentecostal, digamos), sigue con un sermón expositivo cuyo tema central es el señorío de Cristo (2:14-41, al estilo  de Spurgeon o de los mejores predicadores presbiterianos) y termina con una nueva comunidad de fe y praxis (2:42-47) ¡con sabor menonita!”[3].
            Por otro lado, la presencia del Espíritu en la comunidad eclesial y en un individuo en particular a menudo se ha reducido a una serie de ademanes que promueven un dualismo entre lo “material” y lo “espiritual”. No obstante, el recibimiento del Espíritu convoca tanto a pentecostales como a los que no lo son a no separar la “experiencia del bautismo del Espíritu de la exposición Bíblica, de una preocupación por las necesidades humanas, del compañerismo, de la unidad en la misión y de la transformación social”[4], donde todas las dimensiones humanas sean igualmente importantes porque el Espíritu vino a liberarnos de manera integral (Lc 4:16-21). Finalmente, pentecostés muestra una huerta experimental de Dios donde anticipadamente se cultivan, muchas veces con sudor y lágrimas, los primeros frutos de la gran cosecha del reino de Dios[5]. (Cp. Ex 34:22, 23; 2 Cr 8:12,13; 1 R 9:25). Pentecostés se cumplió pero no se agotó por esto la señal genuina de una iglesia que obra bajo el poder del Espíritu Santo es su mensaje, su cristología. El Espíritu vino para empoderarnos y que pudiéramos así ser testigos de Cristo; es decir, la iglesia realiza su misión bajo el impulso neumatológico, pero su mensaje es cristológico. Fin

[1] Ver un resumen de la cuestión del Espíritu en los primeros concilios y credos de la Iglesia en, DE PALMA, Antony, El Espíritu Santo: una perspectiva pentecostal. Vida-Miami, 2005, p 28.
[2]   Sugiero la estructura de inclusión para estos dos capítulos:
A.  La promesa del Espíritu anunciada, 1:1-14.
         B. La promesa del Espíritu esperada, 1:15-26.
A’. La promesa del Espíritu cumplida, 2:1-47.
[3] STAM, Juan, Evangelio, cultura y pluralismo religioso; en Boletín Teológico, año 29, No 67 (Julio- Septiembre 1997) p 7-27.
[4] LOPEZ, Darío, Pentecostalismo y Misión integral: teología del Espíritu, teología de vida. Puma-Lima, 2008, p 52.
[5] PADILLA, Rene, Discipulado y Misión: compromiso con el reino de Dios. Kairos-Buenos Aires, 1997, p 85.

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