martes, 14 de enero de 2014

Profetizar o no profetizar, ¡esa es la cuestión!

Profetizar o no profetizar ¡esa es la cuestión!
Las preferencias carismáticas del apóstol Pablo
1 Cor 14
            convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 79
El desafío con el que inicia este capítulo, que está dedicado al uso y la administración del don de profecía y el de lenguas, se desprende del argumento que trató en el capítulo anterior. El apóstol insta a los corintios a dejarse seducir por la “revolución del amor” en lugar de estar buscando la admiración y la promoción personal al usar los “dones espectaculares”, sobre todo, el de lenguas. Ahora pasa a mostrar sus “preferencias carismáticas”, es decir; va a preferir el don de profecía al de lenguas a no ser que estas últimas sean interpretadas. La idea es la siguiente: el don de profecía es “mejor” que el de lenguas porque edifica a la iglesia y puede generar la conversión de los incrédulos. Para fundamentar su preferencia va a esbozar, básicamente, cuatro argumentos.
            En primer lugar está el argumento basado en los auditorios y propósito del don de lenguas y de profecía (vv. 1b-5). Para el don de lenguas el auditorio es Dios y el propósito es la edificación individual. Es decir, quien habla en lenguas, habla a Dios no a la congregación. Mientras que el que profetiza, su auditorio es la comunidad y su propósito es triple: edificar, exhortar y consolar. El mensaje que el profeta emite debe entonces edificar; es decir, incrementar el conocimiento del evangelio para poder vivir de acuerdo a este (3:9-13); exhortar (llamar  la atención) a aquellos que por razones éticas han dejado de construir; y consolar a aquellos que por razones anímicas han dejado de edificar (Cp. Jer 1:10; 2 Tim 3:16). El que profetiza es “mayor” porque alcanza a un número amplio de personas al hacerlo. Esto representa un eco de las enseñanzas de Jesús sobre el servicio: mayor aquel que sabe que sus dones son para el servicio de los demás, no para autopromoción, manipulación y ostentación (Mt 20:25-28).
En segundo lugar está el argumento fundado en el carácter incomprensible de las lenguas (vv. 6-19). El apóstol afirma que hablar lenguas sin interpretarlas es como instrumentos que producen sonidos desagradables, como la trompeta, que por producir un sonido incomprensible no invita a la guerra y como un extranjero que habla a otros en su lengua pero nadie le entiende. Hace una pequeña aplicación al decir que el culto a Dios en comunidad no debe despreciar la razón, no la anula, sino que la usa para edificar. En tercer lugar está el argumento basado en la escritura (vv. 20-22). En un acto de juicio Dios permitiría que los asirios invadieran a la nación y los conquistaran, entonces tendrían que escuchar una lengua que no podrían entender (Is 28:11): la de sus conquistadores. Entonces las lenguas estaban diseñadas como señal para un pueblo duro de corazón e incrédulo; pero serían en últimas ineficaces (Cp. 11:34)[1]. Y en cuarto lugar está el argumento basado en la conversión de los no creyentes (vv. 23-25). El culto debe ser entendible de tal manera que no lleve a la burla sino a la adoración (conversión) de los que no creen. Así el culto con sabor profético procura la edificación, consolación y exhortación de la iglesia y la conversión de los incrédulos. El apóstol, que no prohíbe el hablar en lenguas públicamente pero interpretadas, termina aplicando bajo la sentencia: “hágase todo decentemente y con orden” (vv.26-40).
Las preferencias carismáticas del apóstol pablo no están fundadas en un capricho personal sino producto de una preocupación pastoral: la edificación de la iglesia. El trasfondo es el de los “cultos de misterio” que estaban introducidos en la iglesia y que el apóstol está contrastando. En estos los labios espumeantes, los profetas fuera de sí, las personas hablando lenguas extrañas sin control, gente revolcándose en el suelo; era sinónimo del “mover de Dios”. Pablo está intentando depurar el culto de esas prácticas, hacerlo entendible, sobrio, coherente y razonable. Por otro lado el apóstol está quitando cierto protagonismo a los que hablaban lenguas, porque lo hacían para atribuirse éxito personal. Así, la iglesia no es un circo donde asistimos a ver un show, la iglesia es el lugar de la adoración y la conversión. Los cristianos son personas coherentes no locos de atar.
Algunas nociones para el culto. El culto no debe ser egoísta, esto significa que las reuniones no son un espacio para la búsqueda de la promoción (exhibicionismo)  personal sino para la edificación grupal; es bueno preguntarse, esto que hago ¿puede ayudar a alguien? ¿Acercará esto a cada uno de los miembros más a Dios? El culto debe ser inteligible (entendible), razonable; se debe “vivir la locura del evangelio de manera cuerda”. El culto “prefiere” el don de la Palabra porque genera agenda para la comunidad: ella es la Palabra cierta que ilumina los momento inciertos del camino, ella percibe el rumbo del proyecto de Dios para que la comunidad no pierda de vista su misión; ella nos lleva a experimentar a Dios ya  decir, “¡Verdaderamente Dios está aquí!”; y nos confronta con nuestras propias fragilidades. Fin

[1] Los “incrédulos” en primer lugar son corintios creyentes, los “creyentes” son los que hacen parte de la iglesia y se dejan llevar por el argumento paulino y, el otro grupo de incrédulos son los “no creyentes” en Cristo.

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