Profetizar o no profetizar ¡esa es la cuestión!
Las preferencias
carismáticas del apóstol Pablo
1 Cor 14
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 79
El desafío con el que inicia este capítulo, que está dedicado al uso y la
administración del don de profecía y el de lenguas, se desprende del argumento
que trató en el capítulo anterior. El apóstol insta a los corintios a dejarse
seducir por la “revolución del amor” en lugar de estar buscando la admiración y
la promoción personal al usar los “dones espectaculares”, sobre todo, el de
lenguas. Ahora pasa a mostrar sus “preferencias carismáticas”, es decir; va a
preferir el don de profecía al de lenguas a no ser que estas últimas sean
interpretadas. La idea es la siguiente: el
don de profecía es “mejor” que el de lenguas porque edifica a la iglesia y
puede generar la conversión de los incrédulos. Para fundamentar su
preferencia va a esbozar, básicamente, cuatro argumentos.
En primer lugar está el argumento basado en los auditorios y propósito
del don de lenguas y de profecía (vv. 1b-5). Para el don de lenguas el
auditorio es Dios y el propósito es la edificación individual. Es decir, quien
habla en lenguas, habla a Dios no a la congregación. Mientras que el que
profetiza, su auditorio es la comunidad y su propósito es triple: edificar,
exhortar y consolar. El mensaje que el profeta emite debe entonces edificar; es
decir, incrementar el conocimiento del evangelio para poder vivir de acuerdo a
este (3:9-13); exhortar (llamar la
atención) a aquellos que por razones éticas han dejado de construir; y consolar
a aquellos que por razones anímicas han dejado de edificar (Cp. Jer 1:10; 2 Tim 3:16). El que
profetiza es “mayor” porque alcanza a un número amplio de personas al hacerlo.
Esto representa un eco de las enseñanzas de Jesús sobre el servicio: mayor aquel
que sabe que sus dones son para el servicio de los demás, no para
autopromoción, manipulación y ostentación (Mt 20:25-28).
En
segundo lugar está el argumento fundado en el carácter incomprensible de las
lenguas (vv. 6-19). El apóstol
afirma que hablar lenguas sin interpretarlas es como instrumentos que producen
sonidos desagradables, como la trompeta, que por producir un sonido
incomprensible no invita a la guerra y como un extranjero que habla a otros en
su lengua pero nadie le entiende. Hace una pequeña aplicación al decir que el
culto a Dios en comunidad no debe despreciar la razón, no la anula, sino que la
usa para edificar. En tercer lugar está
el argumento basado en la escritura (vv. 20-22). En un acto de juicio Dios
permitiría que los asirios invadieran a la nación y los conquistaran, entonces
tendrían que escuchar una lengua que no podrían entender (Is 28:11): la de sus
conquistadores. Entonces las lenguas estaban diseñadas como señal para un
pueblo duro de corazón e incrédulo; pero serían en últimas ineficaces (Cp. 11:34)[1]. Y en cuarto lugar está el argumento basado
en la conversión de los no creyentes (vv. 23-25). El culto debe ser entendible
de tal manera que no lleve a la burla sino a la adoración (conversión) de los
que no creen. Así el culto con sabor profético procura la edificación, consolación
y exhortación de la iglesia y la conversión de los incrédulos. El apóstol, que
no prohíbe el hablar en lenguas públicamente pero interpretadas, termina
aplicando bajo la sentencia: “hágase todo decentemente y con orden” (vv.26-40).
Las preferencias carismáticas del apóstol pablo no están
fundadas en un capricho personal sino producto de una preocupación pastoral: la
edificación de la iglesia. El trasfondo es el de los “cultos de misterio” que
estaban introducidos en la iglesia y que el apóstol está contrastando. En estos
los labios espumeantes, los profetas fuera de sí, las personas hablando lenguas
extrañas sin control, gente revolcándose en el suelo; era sinónimo del “mover
de Dios”. Pablo está intentando depurar el culto de esas prácticas, hacerlo
entendible, sobrio, coherente y razonable. Por otro lado el apóstol está quitando
cierto protagonismo a los que hablaban lenguas, porque lo hacían para
atribuirse éxito personal. Así, la iglesia no es un circo donde asistimos a ver
un show, la iglesia es el lugar de la adoración y la conversión. Los cristianos
son personas coherentes no locos de atar.
Algunas nociones para el culto. El culto no debe ser egoísta,
esto significa que las reuniones no son un espacio para la búsqueda de la
promoción (exhibicionismo) personal sino
para la edificación grupal; es bueno preguntarse, esto que hago ¿puede ayudar a
alguien? ¿Acercará esto a cada uno de los miembros más a Dios? El culto debe
ser inteligible (entendible), razonable; se debe “vivir la locura del evangelio
de manera cuerda”. El culto “prefiere” el don de la Palabra porque genera agenda
para la comunidad: ella es la Palabra cierta que ilumina los momento inciertos
del camino, ella percibe el rumbo del proyecto de Dios para que la comunidad no
pierda de vista su misión; ella nos lleva a experimentar a Dios ya decir, “¡Verdaderamente Dios está aquí!”; y
nos confronta con nuestras propias fragilidades. Fin
[1] Los “incrédulos” en primer lugar son corintios
creyentes, los “creyentes” son los que hacen parte de la iglesia y se dejan
llevar por el argumento paulino y, el otro grupo de incrédulos son los “no
creyentes” en Cristo.
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