martes, 5 de noviembre de 2013

Iglesia líquida. Parte III

Iglesia líquida. Parte III
Una semblanza de la eclesiología actual
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 74
Para terminar este análisis bajo el título “iglesia líquida” quisiera proponer un viaje al pasado. Iremos de Bauman a Jesús. Ahora, ¿en qué se parecen Jesús y Bauman? La respuesta sencilla es en mucho. Y es que 2000 años antes que Bauman ya Jesús había hecho una propuesta similar para describir lo que puede pasar cuando se construye sobre lo sólido (la roca) o sobre lo líquido (la arena). Esto es evidente en la forma en la que concluye su sermón de la montaña, leámoslo: 24Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.  25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.  26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;  27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt 7:24-27).
            Veamos el texto, que es el primero de cinco discursos que Mateo registra de Jesús[1], en detalle.  Al introducir esta última parte del discurso con el pronombre relativo “cualquiera” (gr. ὅστις), se nos está diciendo que el desafío planteado no es para una elite especial y que el llamado al discipulado trasciende el marco temporal/geográfico de la montaña, pero también el estrechismo étnico (no solo el judío). El discípulo de Jesús no estará definido ni por el tiempo, ni la geografía, ni mucho menos por la etnia, sino por lo que hace con el mensaje del maestro de la montaña. Jesús no es hipoteca de nadie, es bendición para todos. Así, el “cualquiera” es indiscriminado, no elitista, es para los del margen y para los del centro, porque en el mensaje de este predicador todos estamos aludidos, nadie es dejado por fuera. Ahora, Jesús, según algunos criterios actuales de comunicación, sería un mal predicador: escoge una mala manera de finalizar su sermón. Hubiese sido mejor que terminara animando a los asistentes a “este culto” a sentirse bien consigo mismos. Hubiese llevado a su auditorio a descubrir el campeón que había en ellos o a declararse bendecidos, prósperos y en victoria; pero no. Es evidente que Jesús como predicador es un mal modelo (según algunos). “¡Por favor Señor-dirían algunos gurús de la predicación actual- así no se termina una sermón!”. Él pone al auditorio en aprietos. Este culto es un poco incómodo.
             En segundo lugar, ser oyente de este mensaje compromete, invita a tomar partido. Lo que se hace o deja de hacer con el mensaje clasifica a unos como prudentes  y a otros como insensatos (Cp. Mt 25). Y es que “la palabra evangélica está intrínsecamente orientada hacia la acción, en caso contrario no sirve para nada. Su belleza literaria y su profundidad existencial, el deleite y la fascinación que provoca el oír, quedan estériles y se desvanecen si no los acompaña el hacer”[2]. En tercer lugar, ser oyente, prudente o insensato no exime de las tormentas. Tanto a la persona que escucha y hace como la que escucha y no hace les sobrevienen tormentas. Estas son propias de la condición humana. La diferencia entre un discípulo de uno que no lo es, no es la ausencia de “tormentas” sino la permanencia después de estas. Es común entre cristianos hoy creer que la fe en Cristo es como especie de un conjuro contra el mal. La verdad es que la seguridad del creyente no está en la ausencia de problemas sino en la presencia acompañante de Dios en medio de las dificultades creyendo que, aunque no entendemos, Dios sabrá sacar un buen propósito de nuestras adversas y malas circunstancias. Y, en cuarto lugar, las tormentas (los momentos difíciles) son las que ponen en evidencia el fundamento. La apariencia externa de una casa no es el criterio final para comprobar su estabilidad. El criterio no es la estética, sino la ética; no es la estructura externa, es el fundamento. El resultado después de una tormenta puede ser la estabilidad o la ruina.
            Entonces, en este texto, “la arena” es expresión de debilidad e inconsistencia. La casa construida sobre la arena será incapaz de sobrevivir a las inclemencias del tiempo; semejante proceder es por tanto una necedad. “Roca” por el contario denota lo sólido, lo estable y lo consistente. Construir sobre ello es un acto de lucidez. El desafío del texto es a construir la vida sobre las palabras de Jesús para prevenir así el mayor de los desastres, la ruina de la vida. Al lector se le pregunta y usted… ¿Qué hará con este mensaje? Ahora, a qué ruina hace referencia el texto (v. 27 Cp. Salm 1). Una lectura y predicación del texto, muy “psicologizada”, ha dicho que la ruina es, por ejemplo, perder el empleo, que se acaben ciertas relaciones personales, que no salga este o aquel negocio, la muerte de un ser querido, entre otros. Sin embargo la verdadera ruina no tiene que ver con estas cosas, sino con lo que Jesús expresó en el texto anterior a este, el verdadero desastre es que llegue el día de presentarse ante el Señor y la sentencia sea esta: “no los conozco, apártense de mi hacedores de maldad” (7:23). El desastre de la vida es que el cielo no te conozca. Lo líquido al final arrojará sus peores resultados. Por esto, la iglesia debe volver a configurar su misión y mensaje desde las palabras y el mensaje de Jesús. La actualización o renovación, tema en boga hoy, no tiene tanto que ver con lo novedoso o con inventarse el mensaje sino con ser fiel al mensaje del reino. Jesús dijo: “enséñenles todas las cosas que les he mandado… (Mt 28:20a); como diciendo... “enséñenles a construir sobre lo sólido”.  Fin.


[1] Los discursos se encuentran así: Primero (5-7), segundo (10), tercero (13), cuarto (18) y quinto (23-25).
[2] SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. La enseñanza de la montaña: comentario contextual a Mateo 5-7. Verbo Divino- Estela (Navarra), 2005, p 171.

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