Iglesia
líquida. Parte III
Una
semblanza de la eclesiología actual
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 74
Para terminar este análisis bajo el título “iglesia
líquida” quisiera proponer un viaje al pasado. Iremos de Bauman a Jesús. Ahora,
¿en qué se parecen Jesús y Bauman? La respuesta sencilla es en mucho. Y es que
2000 años antes que Bauman ya Jesús había hecho una propuesta similar para
describir lo que puede pasar cuando se construye sobre lo sólido (la roca) o
sobre lo líquido (la arena). Esto es evidente en la forma en la que concluye su
sermón de la montaña, leámoslo: “24Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa
sobre la roca. 25 Descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y
no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace,
le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; 27 y descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y
fue grande su ruina” (Mt 7:24-27).
Veamos el texto, que es el primero
de cinco discursos que Mateo registra de Jesús[1], en
detalle. Al introducir esta última parte
del discurso con el pronombre relativo “cualquiera” (gr. ὅστις), se nos está diciendo que el desafío
planteado no es para una elite especial y que el llamado al discipulado
trasciende el marco temporal/geográfico de la montaña, pero también el
estrechismo étnico (no solo el judío). El discípulo de Jesús no estará definido
ni por el tiempo, ni la geografía, ni mucho menos por la etnia, sino por lo que
hace con el mensaje del maestro de la montaña. Jesús no es hipoteca de nadie,
es bendición para todos. Así, el “cualquiera” es indiscriminado, no elitista,
es para los del margen y para los del centro, porque en el mensaje de este
predicador todos estamos aludidos, nadie es dejado por fuera. Ahora, Jesús,
según algunos criterios actuales de comunicación, sería un mal predicador: escoge
una mala manera de finalizar su sermón. Hubiese sido mejor que terminara
animando a los asistentes a “este culto” a sentirse bien consigo mismos.
Hubiese llevado a su auditorio a descubrir el campeón que había en ellos o a
declararse bendecidos, prósperos y en victoria; pero no. Es evidente que Jesús
como predicador es un mal modelo (según algunos). “¡Por favor Señor-dirían
algunos gurús de la predicación actual- así no se termina una sermón!”. Él pone
al auditorio en aprietos. Este culto es un poco incómodo.
En
segundo lugar, ser oyente de este mensaje compromete, invita a tomar
partido. Lo que se hace o deja de hacer con el mensaje clasifica a unos como
prudentes y a otros como insensatos (Cp. Mt 25). Y es que “la palabra
evangélica está intrínsecamente orientada hacia la acción, en caso contrario no
sirve para nada. Su belleza literaria y su profundidad existencial, el deleite
y la fascinación que provoca el oír, quedan estériles y se desvanecen si no los
acompaña el hacer”[2]. En tercer lugar, ser oyente, prudente o
insensato no exime de las tormentas. Tanto a la persona que escucha y hace como
la que escucha y no hace les sobrevienen tormentas. Estas son propias de la condición
humana. La diferencia entre un discípulo de uno que no lo es, no es la ausencia
de “tormentas” sino la permanencia después de estas. Es común entre cristianos
hoy creer que la fe en Cristo es como especie de un conjuro contra el mal. La
verdad es que la seguridad del creyente no está en la ausencia de problemas
sino en la presencia acompañante de Dios en medio de las dificultades creyendo
que, aunque no entendemos, Dios sabrá sacar un buen propósito de nuestras
adversas y malas circunstancias. Y, en cuarto
lugar, las tormentas (los momentos difíciles) son las que ponen en
evidencia el fundamento. La apariencia externa
de una casa no es el criterio final para comprobar su estabilidad. El criterio
no es la estética, sino la ética; no es la estructura externa, es el
fundamento. El resultado después de una tormenta puede ser la estabilidad o la
ruina.
Entonces, en este texto, “la arena”
es expresión de debilidad e inconsistencia. La casa construida sobre la arena será
incapaz de sobrevivir a las inclemencias del tiempo; semejante proceder es por
tanto una necedad. “Roca” por el contario denota lo sólido, lo estable y lo consistente.
Construir sobre ello es un acto de lucidez. El desafío del texto es a construir
la vida sobre las palabras de Jesús para prevenir así el mayor de los
desastres, la ruina de la vida. Al lector se le pregunta y usted… ¿Qué hará con
este mensaje? Ahora, a qué ruina hace referencia el texto (v. 27 Cp. Salm 1). Una lectura y predicación
del texto, muy “psicologizada”, ha dicho que la ruina es, por ejemplo, perder
el empleo, que se acaben ciertas relaciones personales, que no salga este o
aquel negocio, la muerte de un ser querido, entre otros. Sin embargo la
verdadera ruina no tiene que ver con estas cosas, sino con lo que Jesús expresó
en el texto anterior a este, el verdadero desastre es que llegue el día de
presentarse ante el Señor y la sentencia sea esta: “no los conozco, apártense
de mi hacedores de maldad” (7:23). El desastre de la vida es que el cielo no te
conozca. Lo líquido al final arrojará sus peores resultados. Por esto, la
iglesia debe volver a configurar su misión y mensaje desde las palabras y el
mensaje de Jesús. La actualización o renovación, tema en boga hoy, no tiene
tanto que ver con lo novedoso o con inventarse el mensaje sino con ser fiel al
mensaje del reino. Jesús dijo: “enséñenles todas las cosas que les he mandado…
(Mt 28:20a); como diciendo... “enséñenles a construir sobre lo sólido”. Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario