viernes, 18 de mayo de 2012

El valor de predicar: consejos para un amigo predicador. Parte I


El valor de predicar: consejos para un amigo predicador. Parte I
El encuentro
            convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 37
Mi querido amigo Samuel, me lleno de gozo al enterarme de que acabas de comenzar la dura pero reconfortante tarea de predicar la Palabra de Dios. Por esto, hoy quiero empezar a escribirte, no como quien está por encima de ti dándote órdenes, sino como un amigo que camina contigo; es decir, te escribo como compañero de lucha, como caminante del mismo camino, como el que ríe con el mismo chiste, o como el que sufre tu mismo sufrimiento. Lo que de aquí en adelante te diré es lo que he vivido en mi tarea como predicador, lo que he aprendido cuando enseño, lo que he descubierto en mis largas horas de estudio, lo bueno y lo malo que he visto en mis enseñadores; pero sobre todo, estos consejos intentarán reflejar el encuentro vivo con el Dios del texto inspirado. Te escribo con temor a parecer orgulloso, arrogante o presumido, al decir que tengo en mi mano “la última Palabra”, esa Palabra que no me pertenece, que no está a la venta, que no es manipulable; la Palabra de Dios que se convierte en “Palabra última”, en la Palabra de las palabras.
            Hoy no te hablaré de métodos, aunque sí lo haré después. Quiero hablarte de lo que creo, pues todo predicador debe comenzar con un encuentro. El evangelio de Lucas nos narra la historia de dos discípulos desesperanzados, frustrados y desorientados (Lc 22:13-33). Ese estado emocional fue causado por una interpretación teológica parcializada. Ellos creían en la “teología oficial” respecto al Mesías; un líder en términos meramente políticos que derrocaría a Roma y traería consigo la reivindicación política de Israel en su tierra, Palestina. Así, tierra, templo, ley, pueblo y Mesías serían el cumplimiento de largos años de espera. Por eso ellos exclamaban con desencanto “¡nosotros esperábamos…!”, demostrando con esto que ya todo estaba perdido. Así, cuando el espectáculo grotesco de la cruz termina, cuando las lámparas se han apagado, cuando la tarde se despide al ver llegar la noche que le relevará en el siguiente turno de la jornada, los dos discípulos van de Jerusalén a Emaús. Son once kilómetros para hacer remembranza del dolor y la tragedia. El maestro ha muerto, y con él, la esperanza. Este es un ejemplo claro de cómo nuestra teología influye en nuestros estados de ánimo.
             En el recorrido, de repente se une un caminante, alguien que al parecer ‘vive en las nubes’, pues no está al tanto de lo que ha ocurrido; no sabe lo que pasó en Jerusalén. El aparente “provinciano” no se percató de lo que había sucedido ese fin de semana en la capital. Ellos le cuentan con dolor sus dolores. Pero, de repente, el forastero desinformado resulta saber más que sus informantes. Ellos habían sido tardos para entender el mensaje de los profetas acerca del Mesías. “La respuesta del extraño consiste en contar el relato de manera diferente y mostrar que dentro de los precedentes históricos, las promesas proféticas, y las oraciones de los salmistas subyace un tema y un patrón constante que hasta ese momento no habían percibido…el problema era que habían contado y vivido un relato equivocado”[1]. Allí les interpreta, entonces, las Escrituras. No toma una parte de ellas o un versículo, sino que busca el sentido de “toda” la Escritura (“Moisés y los profetas”), y lo aplica a su experiencia (22: 26, 27).
            Así, el forastero les dice a sus acompañantes que la Escritura debe ser leída en clave cristológica. Cuando ya les ha sido revelado el sentido de todo, ‘miran hacia atrás’ y comentan la emoción que sentían cuando el mismo Señor les explicaba la Escritura. No es la novedad lo que genera tanta emoción; es simplemente que la Escritura ha sido leída e entrepretada a la luz de la obra de Cristo. Ahora regresan inmediatamente a Jerusalén. Once kilómetros de vuelta, ya no para narrar sus tristezas, sino para contar su buena nueva. Ya no relatan tristezas; ahora cuentan y celebran la esperanza. Y es que solo un encuentro tan especial puede hacer que situaciones y lugares que habían significado tristezas y angustias, se conviertan en espacios de celebración. Solo un encuentro tan significativo puede convertirnos en comunicadores del evangelio.
Nota, Samuel: lo que los discípulos tienen con el forastero es una clase de Hermenéutica[2]; pero no de manera tradicional, sino a manera de encuentro. Es por esto que la experiencia fundamental y vocacional de todo predicador no comienza en un salón de clases ni con un texto de Hermenéutica; comienza con un encuentro vivo, relacional y existencial con el Señor resucitado; no solo aquel que nos encuentra con su gracia en nuestros ‘caminos a Emaús’, sino también el Señor de quien el texto de la Escritura testifica, no como una ‘nota de pie de página’ sino como su tema fundamental. Recuerda: la Palabra es necesaria; pídela a gritos, como un bebé pide su alimento. La Palabra es luz: no la apagues; déjate guiar por ella. La Palabra es espada o herramienta de combate y no un accesorio: úsala. Pero sobre todo, la Palabra es Cristo: vive para él, ¡déjate encontrar por él!      Continuará…


[1] WRIGHT, N.T, El desafío de Jesús. Desclée de Brouwer-Bilbao, 2003, pp. 208, 209.
[2] La raíz del verbo griego que se usa para ‘interpretar’ o ‘declarar’ es “διερμηνεύω, de donde viene nuestra palabra ‘hermenéutica’ (Lc 22:27).

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