viernes, 11 de mayo de 2012

El niño predicador. Parte II


El niño predicador. Parte II
Llamado y vocación de Jeremías
Jer 1:1-19
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 36
La misión ha sido revelada y descubierta; ante el desafío de esta, el niño predicador, tal vez sin haber reflexionado en las implicaciones de su llamado, recibe ahora una doble visión (vv.12, 14). En primer lugar, ve un almendro y escucha la sentencia “yo vigilo”[1]. Así, el mensaje es que Dios no duerme, no toma una siesta, sino que vigila para que su Palabra se cumpla. En segundo lugar, Jeremías ve una olla hirviendo a punto de rebosar. Este rebosamiento sucederá en sentido norte/sur. Dios convoca a Jeremías para que sea su portavoz, y usa a pueblos extraños como instrumentos para sus planes. Dios mismo se sitúa, entonces, como enemigo de los moradores de Judá, pues lo abandonaron y se fueron tras los ídolos (v.16).
El niño predicador está por iniciar su actividad profética; para confirmarle su vocación y llamado se le dan tres órdenes (vv.17-19): primero, debe estar listo para la lucha; segundo, debe decir todo lo que Dios mande sin manipular el mensaje; y tercero, no se debe intimidar delante de su complicado auditorio. El miedo tiene un efecto paralizador y puede echar a perder todo. El profeta vence sus miedos o sale vencido por ellos. El Señor libera a Jeremías de sus temores; por ello las imágenes de ‘ciudades fortificadas’, ‘columna de hierro’ y ‘muralla de bronce’ (v.18a). Jeremías sería un profeta que causaría incomodidades a su auditorio, pues la audiencia estaba conformada por reyes, magistrados, sacerdotes y el pueblo en general. Esos cuatro sectores serían alcanzados por el mensaje profético. Todo el país se levantará contra un individuo débil y temeroso, pero él no caerá, porque Dios lo ha transformado en una ciudad que no puede ser invadida[2]. El Señor sólo le promete sobrevivir, no le promete victorias (v.19). Es así como el profeta tiene la Palabra de Dios y su presencia sobre su vida.
            La situación para este niño no es fácil. Por un lado tiene que enfrentar su pasado, el profeta tiene en su “debe” el hecho que sus antepasados se hayan declarado en contra de la ascensión al trono de uno de los reyes más insignes de la monarquía unida: Salomón. Es decir, cargaba con una culpa histórica. Todos, en cierto modo, llevamos cargas que otros nos pusieron, herencias que no deseamos, pesos que no pedimos: el niño que nace con sida, una situación crítica en la economía familiar por la mala administración de sus papás, el país en guerra que otros nos legaron, la mujer que usa sus lentes oscuros para ocultar y disimular los golpes que su esposo le propinó. Todos tenemos que asumir un pasado propio o ajeno, porque finalmente todos somos ‘de Anatot’. Jeremías predicaba y sus colegas le miraban ‘por encima del hombro’ y susurrando “pero este, ¿quién se ha creído? ¿acaso no es de los sacerdotes  de Anatot?”. No hay nada más frustrante que una conciencia acusadora y un dedo señalador.
            La situación del profeta es complicada no solo por su pasado, sino por que tiene que enfrentar en su presente a una sociedad corrupta: a los reyes que representan el poder civil, a los magistrados o jueces que representan el poder judicial y militar, a los sacerdotes encargados de velar por el culto y la pureza de la fe, y al pueblo de la tierra, es decir, a los ciudadanos libres y con derechos. Dios envía la Palabra porque cuando una sociedad se vuelve corrupta, corre el peligro de desintegrarse, no cumpliendo así el propósito por el cual existe. La corrupción en cualquier sociedad tiene efectos nefastos: carcome las instituciones, destruye la ética, desvirtúa la justicia, impide el desarrollo económico y social, y debilita el poder y la vigencia de las leyes. Frente a esta situación, el profeta es la conciencia social, es el guardián de la ley, es el dedo señalador, es el sembrador de esperanza. A través del profeta, Dios incomoda y reacomoda. Por eso, el profeta tiene que decidir entre ser exitoso o ser fiel a Dios. En el AT, los profetas murieron por su mensaje; en el NT Jesús invita a los suyos a unirse a esta lista al asumir la predicación del reino con todas sus implicaciones (Mt 5:11,12).
            Finalmente, así como en los textos, los hombres también significan en contexto. Esto quiere decir que no podemos entender a un hombre, su mensaje y sus actitudes, sin conocer el contexto en el cual vivió. Tal vez eso es lo que implica la famosa tesis orteguiana “yo soy yo y mi circunstancia”[3]. La invitación del libro de Jeremías, desde el inicio, es a conocer a un predicador que vive en un contexto religioso y político específico, no en el abstracto. Así, la teología toma forma de hombre y la predicación se torna también humana. Fin.


[1] La relación entre ‘almendro’ y ‘vigilo’ es de asonancia, pues tienen un sonido similar en hebreo (shaqad-shoqed).
[2] SOLANO ROSSI, Luiz, Cómo leer el libro de Jeremías: profecía al servicio del pueblo. San Pablo-Bogotá, 2011, p 23.
[3] ORTEGA Y GASETT, José, Meditaciones del quijote, en http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Ortega/Ortega-MundoOCircunstancia.htm. Consulta 09 de Mayo del 2012.

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