El
niño predicador. Parte II
Llamado y vocación de Jeremías
Jer 1:1-19
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Caballero 36
La misión ha sido revelada y descubierta; ante el desafío de esta, el niño
predicador, tal vez sin haber reflexionado en las implicaciones de su llamado,
recibe ahora una doble visión (vv.12, 14). En primer lugar, ve un almendro y escucha
la sentencia “yo vigilo”[1]. Así,
el mensaje es que Dios no duerme, no toma una siesta, sino que vigila para que
su Palabra se cumpla. En segundo lugar, Jeremías ve una olla hirviendo a punto
de rebosar. Este rebosamiento sucederá en sentido norte/sur. Dios convoca a
Jeremías para que sea su portavoz, y usa a pueblos extraños como instrumentos
para sus planes. Dios mismo se sitúa, entonces, como enemigo de los moradores
de Judá, pues lo abandonaron y se fueron tras los ídolos (v.16).
El niño predicador está por iniciar su actividad profética;
para confirmarle su vocación y llamado se le dan tres órdenes (vv.17-19): primero,
debe estar listo para la lucha; segundo, debe decir todo lo que Dios mande sin manipular
el mensaje; y tercero, no se debe intimidar delante de su complicado auditorio.
El miedo tiene un efecto paralizador y puede echar a perder todo. El profeta
vence sus miedos o sale vencido por ellos. El Señor libera a Jeremías de sus
temores; por ello las imágenes de ‘ciudades fortificadas’, ‘columna de hierro’
y ‘muralla de bronce’ (v.18a). Jeremías sería un profeta que causaría
incomodidades a su auditorio, pues la audiencia estaba conformada por reyes,
magistrados, sacerdotes y el pueblo en general. Esos cuatro sectores serían
alcanzados por el mensaje profético. Todo el país se levantará contra un
individuo débil y temeroso, pero él no caerá, porque Dios lo ha transformado en
una ciudad que no puede ser invadida[2].
El Señor sólo le promete sobrevivir, no le promete victorias (v.19). Es así como
el profeta tiene la Palabra de Dios y su presencia sobre su vida.
La situación para este niño
no es fácil. Por un lado tiene que enfrentar su pasado, el profeta tiene en su “debe”
el hecho que sus antepasados se hayan declarado en contra de la ascensión al
trono de uno de los reyes más insignes de la monarquía unida: Salomón. Es
decir, cargaba con una culpa histórica. Todos, en cierto modo, llevamos cargas
que otros nos pusieron, herencias que no deseamos, pesos que no pedimos: el niño
que nace con sida, una situación crítica en la economía familiar por la mala
administración de sus papás, el país en guerra que otros nos legaron, la mujer
que usa sus lentes oscuros para ocultar y disimular los golpes que su esposo le
propinó. Todos tenemos que asumir un pasado propio o ajeno, porque finalmente
todos somos ‘de Anatot’. Jeremías predicaba y sus colegas le miraban ‘por
encima del hombro’ y susurrando “pero este, ¿quién se ha creído? ¿acaso no es
de los sacerdotes de Anatot?”. No hay
nada más frustrante que una conciencia acusadora y un dedo señalador.
La situación del profeta
es complicada no solo por su pasado, sino por que tiene que enfrentar en su presente
a una sociedad corrupta: a los reyes que representan el poder
civil, a los magistrados o jueces que
representan el poder judicial y militar, a
los sacerdotes encargados de velar por el culto y la pureza de la fe, y al pueblo de la tierra, es decir, a los
ciudadanos libres y con derechos. Dios envía la Palabra porque cuando una
sociedad se vuelve corrupta, corre el peligro de desintegrarse, no cumpliendo
así el propósito por el cual existe. La corrupción en cualquier sociedad tiene
efectos nefastos: carcome las instituciones, destruye la ética, desvirtúa la
justicia, impide el desarrollo económico y social, y debilita el poder y la
vigencia de las leyes. Frente a esta situación, el profeta es la conciencia
social, es el guardián de la ley, es el dedo señalador, es el sembrador de
esperanza. A través del profeta, Dios incomoda y reacomoda. Por eso, el profeta
tiene que decidir entre ser exitoso o ser fiel a Dios. En el AT, los profetas
murieron por su mensaje; en el NT Jesús invita a los suyos a unirse a esta
lista al asumir la predicación del reino con todas sus implicaciones (Mt
5:11,12).
Finalmente, así como en los
textos, los hombres también significan en contexto. Esto quiere decir que no
podemos entender a un hombre, su mensaje y sus actitudes, sin conocer el
contexto en el cual vivió. Tal vez eso es lo que implica la famosa tesis
orteguiana “yo soy yo y mi circunstancia”[3]. La
invitación del libro de Jeremías, desde el inicio, es a conocer a un predicador
que vive en un contexto religioso y político específico, no en el abstracto. Así,
la teología toma forma de hombre y la predicación se torna también humana. Fin.
[1] La
relación entre ‘almendro’ y ‘vigilo’ es de asonancia, pues tienen un sonido
similar en hebreo (shaqad-shoqed).
[2]
SOLANO ROSSI, Luiz, Cómo leer el libro de Jeremías: profecía al servicio del
pueblo. San Pablo-Bogotá, 2011, p 23.
[3]
ORTEGA Y GASETT, José, Meditaciones del quijote, en http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Ortega/Ortega-MundoOCircunstancia.htm.
Consulta 09 de Mayo del 2012.
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