miércoles, 21 de marzo de 2012

El niño predicador. Parte I

El niño predicador. Parte I
Llamado y vocación de Jeremías
Jer 1:1-19
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 35
            “Josué David predica y convoca a cientos de personas. También dicen que hace milagros. Algunos dudan, otros lo siguen ciegamente. ¿Puede un adolescente de 13 años convertirse en un fenómeno religioso?”[1]. La experiencia de Jeremías, que se nota en la lectura del libro que lleva su nombre, deja ver una tensión entre los que dudan de su ministerio y los que creen que realmente tiene Palabra de Dios para el pueblo. Pero es en el comienzo del libro donde el mismo profeta, ante el llamamiento divino, se hace la misma pregunta que se plantea frente al caso de Josué David Parra, el niño predicador que se ha convertido en fenómeno religioso en nuestro país. Jeremías pregunta “¿Puedo convertirme yo, a pesar de mi juventud, en profeta para Judá?”. El relato de vocación de los primeros versos de Jeremías nos convoca a vivir de cerca lo que significa ser llamado por Dios y quedar sin excusas ante el llamamiento. El relato tiene la siguiente estructura: a) Introducción (vv.1-3), b) Misión (vv.4-8), c) Investidura (vv.9, 10), d) Elemento teofánico: visiones (vv.11-14), e) Ampliación del mensaje (vv.15, 16), f) Confirmación de la misión (vv.17-19)[2]. Veamos, entonces, la manera en la que “un niño” se convierte en predicador.
            En la introducción, el texto abre de inmediato diciendo tres asuntos: en primer lugar, el trasfondo familiar de Jeremías: él pertenece a la familia de sacerdotes que Salomón había enviado a Anatot porque no apoyaron su ascenso al trono (1 Re 2:26, 27). En segundo lugar, el contexto político en el que Jeremías profetizó: durante los reinados de Josías, Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías (650-587 a.C.). Y en tercer lugar, la fuente o el origen de su mensaje: la palabra de Jeremías es la palabra de Dios, es una palabra dinámica, viva; es un acontecer, un suceder[3]. En la misión, es el mismo profeta quien toma la palabra para decir cómo se dio el proceso de llamamiento. Antes de recibir la palabra, el profeta debe tener un encuentro con el Dios de la Palabra. Entonces, lo que acredita a este predicador no es la altura académica del seminario en el que se graduó, sino el encuentro vivo con su Señor. Lo que Dios le dice es que su llamado no es un asunto fortuito, es un plan; Dios lo “conoció” antes de formarlo en el vientre (Cp. Gen 4:1; Os 4:1; Am 3:2); antes de nacer se estableció el alcance de su ministerio: “profeta a las naciones”. El mensaje de Jeremías tendría implicaciones internacionales, en especial para Egipto, Asiria y Babilonia. Así, el Señor no es un “dios nacional” sujeto a las fronteras de Palestina, pues se presenta como el Señor de la historia, de los pueblos y naciones (46-51). La misión de Jeremías no es un añadido, sino que está inseparablemente unida a su existencia.
            Jeremías objeta el llamado divino bajo la excusa de su incapacidad de hablar, por ser un muchacho[4]. Dios le responde y le dice que su autoridad no radicará en la “experiencia” o en su adultez, sino en la palabra del Señor que recibirá y le capacitará. Jeremías debe asumir la misión, dejando atrás sus excusas. El irá y dirá. No debe tener miedo de los auditorios, porque su fuerza no estará en la popularidad de su mensaje sino en la salvación del Señor (vv.7, 8). Estas palabras están cargadas de significado; para el profeta son estas las que va a recordar cuando el desespero toque a su puerta o cuando enfrente el aparente fracaso de su misión. Aquí se repite una cuestión que se da claramente en la vocación de Moisés (Éx 3:1- 4:15). Pareciera que el requisito para la misión fuera no querer, no aceptar o declararse incapacitado.
            Ahora se presenta una investidura (vv.9, 10). A través de un acto simbólico, el Señor pone sus palabras en la boca del profeta. Los labios son de Jeremías, pero las palabras son del Señor. La palabra del Señor no está a disposición de Jeremías, ni es propiedad privada del profeta. Los seis verbos: arrancar, desmenuzar, arruinar, destruir, edificar y plantar, indican la doble naturaleza de la misión de Dios para el profeta: denuncia a través de cuatro verbos negativos, y da un anuncio de esperanza a través de dos verbos positivos. Se destruye para después edificar. Hasta aquí, entonces, podemos afirmar que “ningún profeta ha dicho ‘¡Señor, abrazo!’. Todos han sido abrazados por Dios. Ningún profeta ha dicho ‘¡Comprendo!’. Todos han sido comprendidos por Dios”[5].                                                                                                                                           Continuará…



[2] DEL OLMO LETE, Gregorio, La vocación del líder en el Antiguo Testamento: morfología de los relatos Bíblicos de vocación. UPS- Salamanca, 1973, p 270.
[3] El hebreo dice literalmente: “la palabra del Señor le aconteció a Jeremías”.
[4] El hebreo na’ar  traduce ‘muchacho’, ‘joven’ o ‘adolescente’.
[5] FISCHER, Georg, Guía espiritual del Antiguo Testamento: el libro de Jeremías. Herder-Madrid, 1996, p 43.

1 comentario: