Recordar es vivir (2)
Dt 8:1-20
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero193
También hoy nos vemos atraídos por las fuerzas del consumo, por esta
cultura de la servilleta, del “úselo y tírelo”; por el criterio de la obsolescencia
y la moda. Dijo Galeano: “pueblos y tierras se sacrifican en los altares del
mercado internacional… la sociedad de consumo consume fugacidades. Cosas,
personas: las cosas fabricadas para no durar, mueren al nacer; y hay cada vez
más personas arrojadas a la basura desde que se asoman a la vida”[1]. El
tiempo verbal imperativo está presente en toda la publicidades creando cada vez
más insatisfacción y acrecentando la vergüenza del no tener: aproveche, lleve,
disfrute, usted se lo merece, usted es nuestro cliente estrella. Urge, desde la
experiencia de Dios, recordar la sentencia aquella “hoy”: no solo de pan, no
solo de cosas, hay que cultivar el espíritu, la trascendencia, aquello que va
más allá de lo que vemos y de los brillos de la publicidad y el mercado
religioso y económico. Renunciar al simplismo que nos ha querido enseñar la
“teología de la prosperidad”: “la escasez es maldición de Dios, la abundancia
es bendición divina”, cayendo en la tentación de creer que “se vive solo de pan”
e ignorando la fuerza de la prueba capitalizada en la formación y construcción
de un carácter maduro. El asunto no es tan fácil. Volvamos al texto.
3). Acordarse del desierto como escenario para la corrección al
experimentar el amor del padre, vv. 4-6. Dios, así como cualquier padre,
usa los faltantes, las carencias y la estrechez de la vida para imprimir
lecciones al carácter de su pueblo. Recordemos que el desierto es, por
definición, un lugar de carencias y limitaciones. Sin caminos, sin carreteras,
sin tiendas, sin supermercados, sin centros comerciales, sin cajeros automáticos.
De manera intencional Dios padre forma y educa. El desierto fue el salón de clases
en donde Dios formó y educó a su pueblo. El mismo desarrollo biológico nos
enseña lo que también debe darse a nivel de carácter y formación personal. A medida
que crecemos físicamente debemos ir creciendo psicológicamente en la comprensión
de la vida y nuestras realidades. Freire
expresó: “Qué equivocados están los padres y las madres o qué
mal preparados están para el ejercicio de su paternidad o maternidad cuando, en
nombre del respeto a la libertad de sus hijos o hijas, los dejan librados a sí
mismos, a sus caprichos, a sus deseos... La educación tiene sentido porque,
para ser, las mujeres y los hombres necesitan estar siendo. Si las mujeres y
los hombres simplemente fueran, no habría por qué hablar de educación…”[2].
El llamado en esta primera parte del texto, 8:1-6, es a
recordar la forma en la que Dios, como peregrino también, aconteció y sucedió
en medio de ellos en los duros momentos de ese pasado llamado desierto. Así, el
desierto no solo es un lugar geográfico sino también un lugar teológico. El
pueblo es llamado a hacer memoria y a actuar de acuerdo con ese recuerdo. Por
ejemplo ¿Cuáles eran las implicaciones prácticas del recuerdo del sábado?
¿Cuáles eran las implicaciones prácticas al recordar que en el pasado el pueblo
había sido inmigrante? Pero, ¿Cómo recordaba Israel? Había varios escenarios
para refrescar la memoria, pero quisiera resaltar dos que tienen que ver
directamente con el tema del desierto: primero estaban las fiestas, que se
convertían en una pausa, un alto en el camino para recordar; pero entre estas,
la fiesta de los tabernáculos o de las enramadas (Dt16:16). Aquí, la familia
dejaba por unos días la comodidad de casa y salían a las afueras y habitaban
pequeñas chozas o enramadas, todo esto para recordar el desierto. Lo segundo
era la práctica de “la cultura de la solidaridad” (Ex 22:21; Lv 19:34; Dt
10:19). Ponerse y poner a los suyos en contacto con los sufrimientos, los vacíos
y los faltantes de otros para recordar el desierto y la vocación constate al
servicio. La cultura de la solidaridad no ve al otro como competencia sino como
un hermano, como un escenario para el servicio.
Todo lo expuesto hasta aquí nos permite levantar una
pregunta teniendo en cuenta el ayer del texto y el hoy nuestro, ¿Por qué antes éramos
tan felices con “tan poco” y ahora somos tan infelices “con tanto”? Creo
aproximarme un poco a la respuesta: el nivel de percepción de satisfacción ha
ido creciendo con los tiempos. La globalización ha estandarizado el proyecto de
felicidad de occidente que predica, desde la profecía del mercado y la publicidad,
que somos más felices entre más cosas y cachivaches tengamos. Dentro de todo
este espectro globalizante encontramos: la cultura del bienestar (que engorda);
el mito de la máquina que nació en la modernidad y se ha acentuado hoy con los últimos
aparatos tecnológicos, este mito declara que la maquina nos ordena y sostiene
la vida; la poca tolerancia que esta generación tiene al dolor y a la crítica,
somos una generación de “hipersensibles”; el individualismo intimista en donde
el único referente es el individuo desapareciendo así del horizonte cercano la solidaridad
y el servicio. ¿Qué hacemos? Jesús dijo:
“de que le sirve al hombre ganar el mundo y perder su alma” (Mt: 16:26). Hoy,
hemos ganado el mundo pero hemos perdido el alma. Hemos ganado el mundo: poder,
fama, aceptación, posición. Hemos perdido el alma: trascendencia,
espiritualidad, relación, afectividad, lúdica. Será importante recuperar el
culto como escenario de identidad, la solidaridad y las privaciones
intencionales de cosas (ligeros de equipaje, los “no”). Continuará.