El ministro sin vergüenza (2)
2 Tim 1-2
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Caballero131
Esta experiencia de
pastoral y de trato, recuerda la iniciación vocacional del tímido Moisés que se
declara impotente frente al colosal proyecto divino de liberación, Dios
interviene para asistirle con su poder (Ex 3-4). Pablo le dice en pocas
palabras a Timoteo “porque Dios te llamó de acuerdo a una fe generacional,
porque te dió una vocación y la fuerza para llevarla a cabo… ¡se un
sinvergüenza!”, se un testigo del evangelio, vive tu vocación “en clave de
martirio por el poder que Dios te ha dado”. No obstante debemos recordar que en
la Biblia, la vocación personal se lee siempre en el marco del servicio a un
pueblo o por un pueblo; en este caso, la iglesia.
En segundo lugar: Yo, un sin
vergüenza, vv. 9-14. Pablo ha llegado a esta convicción por
su comprensión del evangelio. 1). El propósito del evangelio: traer salvación,
2). La base del evangelio: la gracia de Dios en Cristo Jesús, 3). La
manifestación concreta del evangelio: Cristo Jesús, 4). La tarea del evangelio:
hace testigos. Para Pablo “el evangelio no es una lista de técnicas de cómo
hacer para que la gente se convierta. Tampoco es una serie de reflexiones
teológicas sistemáticas, por importante que esto sea, el evangelio es anunciar
que Jesucristo es el Señor, Señor del mundo, Señor del cosmos, Señor de la
tierra”[1]. Ahora,
si el mensaje central del evangelio es que Jesús es el rey, esto tiene al menos
tres grandes implicaciones que nos
ayudan a entender la dimensión liberadora del mismo: 1). Si Jesús es el Señor
de todo el mundo, el gran dios Mamón no puede serlo. 2). Si Jesús es el Señor
de todo el mundo, Afrodita, la diosa del amor erótico, no puede serlo. En el
nombre de Jesús debemos desafiar el poder de Afrodita, que tiene millones de
adeptos a los que les ofrece felicidad, dándoles tan solo confusión y miseria.
3). Si Jesús es el Señor de todo el mundo, los poderes de este mundo quedan
desmantelados. ¡Con toda razón Pablo no se avergonzaba!
En tercer lugar, Pablo expone a los
“con vergüenza”; se refiere a ellos, a Figelo, Hermógenes y todos los de Asia, como
unos “con vergüenza”, v. 15. Pablo ha experimentado
la crisis del abandono, la crisis de la soledad (Cp. 4:9). El posesivo “mi” muestra que apartarse de Pablo era
también apartarse del evangelio que él había predicado. La soledad duele y
lastima, todo ser humano tiende al encuentro, a la relación vital y
significativa con los demás, para ocupar sus espacios vacantes previstos para
el destino de su ser relacional. Por eso, cuando una persona busca a alguien y
descubre que nadie está disponible para ella, que nadie satisface sus
necesidades (de cualquier naturaleza), que nadie se ocupa de ella en un sentido
singular y profundo, que a nadie importa directa y verdaderamente, o que no hay
nadie buscándola o esperándola, se inunda de pena y vacío. Pablo se refugia en
la oración, tal vez sienta pena, pero no se deja llevar por el vacío, sabe que
Dios no lo deja solo (Cp. 4:17). En cuarto lugar, Pablo menciona a un “sin
vergüenza”, a Onesíforo, vv. 16-18. Onesíforo es un “sin vergüenza” porque
tuvo la osadía de identificarse con la misión de Pablo en medio de un contexto agresivo
y contrario. Onesíforo permanece en la cultura del abandono, busca y consuela
al misionero. Onesíforo no solo confiesa a Cristo con sus labios (es ortodoxo)
sino que también lo confiesa con sus actos (es orto practico). Pablo desea que
la misericordia de Dios repose sobre la casa de Onesíforo (Cp. 4:19).
En quinto lugar Pablo vuelve a
desafiar directamente a Timoteo, diciéndole que se atreva a ser un sin vergüenza,
2:15. El carácter sin
vergüenza aquí está relacionado con la hermenéutica, con la necesidad de ser
cuidadoso a la hora de leer y enseñar la Escritura. “Trazar” bien “la Palabra
de verdad” es necesario para evitar el
extravío, tal como le sucedió a Himeneo y Fileto y al auditorio de estos
dos. Al hacer este desafío Pablo invita a Timoteo a buscar la aprobación de
Dios, el dador de la Palabra de verdad. Tal vez adelantándose a lo que le dirá
después, el auditorio estará condicionado por sus caprichos e intereses,
generalmente, lejos de los propósitos y la voluntad de Dios (4:3-4). Además, el
compromiso con la Palabra es importante no solo por la aprobación de Dios, sino
por la utilidad que ella representa en la formación de un pueblo distinto, de
una comunidad alternativa. Lo que busca “la Palabra de verdad” es la formación
integral del ser humano para que asuma el proyecto de Dios englobado bajo la
sentencia “buenas obras” (3:16-17). Así, el ministro sin vergüenza es fiel a
las Escrituras y no las falsifica. Debe usar la Palabra con un cuidado tan
escrupuloso que lo mantendrá en el camino, evitando desvíos y facilitando al
mismo tiempo que otros lo sigan de la misma manera[2].
Las
vergüenzas de ayer, son las vergüenzas de hoy; al igual que Timoteo, nosotros,
ministros de hoy, tenemos que ser ministrados para superar nuestros temores,
para superar nuestras vergüenzas. Existe hoy, por ejemplo la vergüenza de no
ser popular y contar con la aprobación de las multitudes, muchos han sucumbido aquí.
También podemos notar que, aquello que para Pablo y Timoteo era vergonzoso, la
mala interpretación de la Escritura, para muchos hoy es sinónimo de grandeza y
de prestigio; lo vergonzoso es ser fiel a la Escritura, hasta el punto de
desdeñadar el estudio juicioso de la Palabra como falta de unción y poder. Por
esto… ¡Sea un ministro sin vergüenza!
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