¡Sirvan con alegría! (2)
Mini teología del culto a partir del salmo 100
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Caballero115
La segunda estrofa, vv. 4-5, se centra en la
cuestión de la actitud del creyente ante la entrada al templo y la gran razón
para la liturgia alegre y festiva. El texto va de lo general a lo particular, el
culto es incluyente: involucra a los “habitantes de toda la tierra” y a quienes
van a Jerusalén al templo para adorar. La primera parte de la estrofa con tres
imperativos, entrad, alabadle y bendecid, invita al creyente a entrar al culto
en el templo con la actitud correcta: se entra para agradecer, no para
negociar. Israel, rodeado por culturas paganas que veían el culto como un
asunto contractual, debe entender que Dios no es manipulable, que no puede relacionarse con Dios según el principio del do
ut des (te doy para que tú me des). Y es que “Dios sólo puede ser el
objeto de nuestro culto si primero es el sujeto que nos da el culto… los
paganos se imaginaban un culto esperando ganarse el favor de los dioses por
medio de él. El culto de los hebreos era un respuesta a lo que Dios ya había
hecho por ellos”[1]. Pero
además, esta estrofa también toca otro tema fundamental en el orden del culto
hebreo: la cuestión del lugar único de culto según Deuteronomio (Dt12). Esto era
un asunto de unidad nacional e identidad religiosa. La actitud agradecida evita
tres tentaciones: 1). La de pensar que se puede negociar con Dios, pensar que
Dios es manipulable, 2). La tentación de mirar el templo como fetiche y como símbolo
de seguridad nacional, como en efecto pasó (Cp. Jer
7:4). 3). La tentación de creer que la vida es una conquista personal y no un
don; se evita la tentación del orgullo e invita a la humildad. Curiosamente en el
NT Pablo le dice a Timoteo que la ingratitud será el sello característico de
las gentes de su tiempo (2 Tim 3:1-9). Esto no significa que la gente había
dejado de ir a culto necesariamente, significa que la gente iba al culto y lo
habían pervertido para sus fines personales y mezquinos.
La
segunda parte de esta estrofa, v. 5, recoge magistralmente la razón de la alabanza,
de la liturgia alegre. La razón es la bondad de Dios evidenciada en misericordia
y verdad que no se agota. El culto es respuesta comunitaria e individual a la
misericordia y la verdad divinas. La misericordia y la verdad son palabras con
mucho contenido en la teología del AT, son distinciones del carácter de Dios (hesed y emeth). No son ideas abstractas, son términos altamente personales
y relacionales. Teológicamente, caracterizan a Dios en acción, en una relación
con los hombres, con todos en general y con su propio pueblo en particular.
Socialmente, se exigen de las personas en su relación unas con otras[2].
Al reconocer a Dios como misericordioso y verdadero, el adorador es desafiado a
ser como el Dios que adora. El creyente es desafiado a vivir de acuerdo con la
confesión que hace respecto a Dios. Porque finalmente, el ser humano termina pareciéndose
a aquello que adora (Cp. Salm 115). De
esta manera se evita la tentación de vivir dualmente la fe: se confiesa a Dios
como misericordioso y verdadero en el culto y vivir, sin embargo, el resto de
la semana como mentiroso e insensible. Ese culto no agrada a Dios y los
profetas lo denuncian constantemente (Miq 6:6-8). Sicre afirma: “las mismas
personas que oprimen a los pobres o contemplan indiferentes los sufrimientos
del pueblo tienen la desfachatez de ser las primeras en acudir a los templos y
santuarios pensando que el Señor se complace más de los actos de culto que en
la práctica de la justicia y la misericordia”[3].
Jesús mismo critica la falta de misericordia de sus coterráneos que le reprochan
porque se juntaba con pecadores y publicanos, esa falta imposibilitaba la
salvación de los perdidos (Mt 9:13). Por ultimo: los siete imperativos del salmo
nos recuerdan el carácter englobante y total del culto.
Recapitulemos:
1). El culto tiene carácter mnemotécnico, le recuerda al pueblo la vocación de
servicio. En el NT la iglesia ha sido liberada para servir al Señor. El culto general y la eucaristía sirven para
tener viva la memoria (1 Cor 11:24-25). 2). La liturgia de entrada le recuerda
al creyente que Dios le recibe tal como es pero se resiste a dejarlo tal como
es. El culto tiene la intención de transformarlo, cambiarlo. El culto debe trasformar
la vida de la comunidad y del individuo o si no se pervierte. Jesús habla de la
necesidad de un autoexamen cuando se va al templo a adorar (Mt 5:23-24). El
autoexamen aquí es necesario para no quedarse solo en la dimensión vertical del
culto, esa que solo ora a Dios pero ignora al hermano. 3). El culto es un escenario
para la afirmación de la identidad como pueblo de Dios porque el culto es
reflejo de lo adorado. La idea que la gente tenga de Dios dependerá en gran
parte de la imagen reflejada en el culto. En la conquista por ejemplo, el
cristo despojado de la Escritura se cambió por el Cristo despojador del
catolicismo español. Esa percepción aún persiste hoy. ¡Qué gran responsabilidad
la que tenemos! El culto convocará a la adoración o invitará a la perversión.
Edesio Sánchez lo expresó así: “Dime qué clase de culto celebras y te diré que
clase de iglesia eres”[4].
4). La misericordia (o el amor) de Dios imitada en el culto nos lleva a cambiar
situaciones de odios y rencores. Su verdad imitada desenmascara las falsedades
propias y ajenas, las apariencias y las mentiras. Nos revela la realidad detrás
de la realidad. Dios es fiel y verdadero, no es faltón, el culto nos llena de
confianza. ¡Sirve con alegría! Fin.
[1] Citado por KUEN, Alfred. Renovar el culto. Clie-Barcelona, p.14.
[2] WRIGHT, Christopher. Viviendo
como pueblo de Dios: la relevancia de la ética del Antiguo Testamento.
Andamio-Barcelona, 1996, p. 156.
[3] SICRE, José Luis. Profetismo en
Israel. Verbo Divino-Estella (Navarra), 1992, p. 413.
[4] SANCHEZ CETINA, Edesio. ¿El poder del amor o el amor al poder? Luces y
sombras del ejercicio del poder en las iglesias evangélicas. Kairos-Argentina,
2011, p. 207.
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