Descubriendo el rostro de Dios (1)
Apuntes para una espiritualidad comunitaria y amorosa
1 Jn 4:7-21
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 108
Al usar el término “rostro” estoy haciendo
referencia a la forma en la que Dios se presenta. La Biblia presenta varios
rostros de Dios, podemos decir que el Dios de la Biblia es más bien
polifacético, escoge revelarse de distintas formas, es variado, no le gusta la
monotonía y la rutina. A estos rostros les podemos llamar también imágenes o
metáforas. Sin imágenes de Dios el hombre no podría acoger la presencia de la
que vive. Pero no debemos olvidar que todas las imágenes o rostros que
establecemos, hasta las más elevadas, son solo símbolos y lenguaje insuficiente
para la realidad a la que se refieren.
Frente a esto, tenemos siempre la necesidad de decir como el maestro
Eckhart: “Dios mío, líbrame de mi Dios”[1].
Pablo, el apóstol, afirma de manera rotunda que en Cristo Dios da la cara (Col
1:15). Nadie puede acusar a Dios de jugar al escondido, él se ha manifestado
con un rostro concreto, objetivo y preciso en el nazareno aquel que caminó las
polvorientas veredas de la Palestina de su tiempo y terminó, como un anticlímax
divino, en una cruz. Esta vez no ahondaré en las imágenes paulinas de Dios,
sino que trabajaré esta propuesta a partir de uno de los tantos desafíos que
nos hace Juan en su primera carta. Hablaré de la forma en la que el desafío del
amor a la comunidad Juanina le permite ir tejiendo el rostro de Dios.
Es
necesario aclarar, dada ya nuestras concepciones amañadas del amor, que en
Juan, como lo apreciamos en el resto de la tradición epistolar, el amor es el
lenguaje del pacto o la alianza. Cuando los autores del NT hablan del amor su
referente inmediato es el AT con sus grandes relatos del amor de Dios por
Israel (Dt 7:2-4; Salm 136). El AT presenta a Dios enamorado, sufriendo los
desamores y queriendo tercamente a su pueblo. El NT es claro en afirmar que la
expresión cumbre del amor de Dios por Israel y el mundo se dio en una cruz (Jn
3:16). Ahora, volviendo a nuestro texto,
quisiera sugerir para esta reflexión una estructura concéntrica, así:
A.
Amaos unos a otros, vv. 6-7.
B. La prueba del amor divino, vv. 9-10.
C. La permanencia, vv. 11-16.
B’. La prueba del amor divino, vv. 17-19.
A’. Amaos unos a
otros, vv. 20-21.
Juan,
se presenta en el prólogo de su primera carta (1:1-5) como alguien que ha
visto, ha oído, ha tocado; se presenta como testigo ocular y presencial de las
cosas que cuenta, de los asuntos que narra. Renuncia a la “cristología
aséptica” de los gnósticos y de muchos cristianos en la actualidad que han
optado, como lo afirma González, por una “cristología muy espiritual”[2]. El
llamado al “amor mutual” (A-A’) se centra en la experiencia de haber conocido a
Dios con el resultado de no desconocer al “otro”, al hermano. Y es que el eje
de la experiencia de la fe cristiana está aquí: reconocer a Dios como padre y
al otro como mi hermano. Juan expresa que quien dice conocer a Dios y no ama a
su hermano es un mentiroso (v. 20). La mentira más grande se da cuando se
intenta cultivar la verticalidad divina sin la horizontalidad humana. Ahora, la
base para semejante desafío haya su razón de ser en la Escritura. Juan tal vez
recuerde el mandamiento de Jesús al resumir la ley y los profetas (Mt 22:37-40):
“amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. No obstante
Jesús mismo no afirma nada nuevo, solo recoge las palabras del levítico cuando afirma el amor al hermano en el marco
de la santidad (Lv 19:18).
Lo anterior conecta con el prólogo, este no es solo
arreglo literario, estilístico y pauta hermenéutica, sino también criterio
relacional y fraternal: sí Juan renuncia a la “cristología aséptica” de los
gnósticos, como ya lo afirmamos, como resultado de esto, renuncia también a la
“eclesiología aséptica”. La iglesia es, o debe ser, la comunidad de los
“tocables, los audibles y los visibles”. Si Cristo fue una experiencia concreta
y relacional, también debe serlo mi hermano y la comunidad cristiana. Para la
comunidad Juanina el peligro era “la eclesiología aséptica”, peligro latente
hoy y representado en la cultura de la “cibercultura”, a través de las redes
sociales. Existe el peligro de volvernos una iglesia “de Facebook”, con
relaciones mediatizadas por la pantalla, en donde podemos eliminar lo tosco y
lo incómodo con un clic. Bauman afirma:
“Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado
por la tecnología online, nos permite
transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida normal.
La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al
mundo online, llamo offline… El
futuro de nuestra cohabitación en la vida moderna se basa en el desarrollo del
arte del diálogo. El diálogo implica una intención real de comprendernos
mutuamente para vivir juntos en paz, aun gracias a nuestras diferencias y no a
pesar de ellas”[3]. Continuará.
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