miércoles, 22 de octubre de 2014

La oración y el Espíritu

La oración y el Espíritu
Lc 11:13
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 107
Para el lector inquieto, el creyente sincero que lee los evangelios para enriquecer su vida y experiencia de fe en Jesús, que ha leído y orado el padre nuestro en versión mateana, le llama la atención la forma en la que Lucas termina el padre nuestro; con la inclusión del Espíritu Santo. La pregunta que le suscita el texto pueda que sea la siguiente ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo en la oración? Esta pregunta será la que guiará la siguiente reflexión. Sugiero que Lucas incluye al Espíritu Santo en su versión del padre nuestro al menos por cuatro razones: la primera es una razón cristológica. Cuando empezamos a leer la historia de la salvación y específicamente la cuestión de la esperanza mesiánica, nos damos cuenta que junto a ella está vinculada la promesa del Espíritu (Is 42:1; 61:1-4; Ez 36-37).  El paquete de la esperanza mesiánica trae consigo la promesa del Espíritu de Dios. Ahora, Jesús de Nazaret como persona concreta y situada, asume para si las narrativas y la historia de su pueblo Israel; él es el mesías prometido. Por lo anterior, es apenas obvio que Lucas haga tal inclusión: esta oración, que pide por el reino de Dios instaurado en la persona y obra de Jesús de Nazaret como mesías, no olvida que este mesías traerá el don de los dones: el Espíritu Santo de Dios. Hoy por hoy, las grandes incomprensiones y perversiones de la doctrina y experiencia del Espíritu tienen que ver con el hecho de que se ha hablado del Espíritu olvidando el marco cristológico o mesiánico (1 Cor 12:1-2).
            La segunda es una razón misiológica. El énfasis de Lucas sobre el Espíritu Santo es evidente, en sus dos obras, Lucas y Hechos, el Espíritu aparece como condición o experiencia necesaria y fundamental para la misión. Lo que para nosotros es hoy, lamentablemente, un agregado, un apéndice, una adición descartable; para Lucas es neurálgico y vital (3:21-22; 4:18-19; Hech 1:8). En Lucas la iglesia es la comunidad neumática, la comunidad del Espíritu. Al incluir al Espíritu entonces al final de la “oración modelo”, Lucas quiere recordarnos que nuestras oraciones deben clamar y gemir por el hecho de que Dios nos capacite con su Espíritu Santo para la misión. De esta manera hay una estrecha relación entre Oración, Espíritu y Misión. Jesús resucitado mandó a los discípulos a no moverse de Jerusalén hasta la llegada de la promesa del Espíritu Santo (Hech 1:5-8). La técnica y la estrategia son importantes pero el poder de Dios a través de su Espíritu es vital y experiencia primordial para todo lo que hacemos como iglesia del Señor. Esta visión de las cosas es una crítica clara a la tendencia actual de la “profesionalización de los ministerios” y la imposición al liderazgo eclesiástico de la “cultura gerencial”.
            La tercera razón es comercial. Es sabido para nosotros que el don y la experiencia del Espíritu están y estarán sujetos a la perversión, no por la naturaleza del don sino por la naturaleza humana caída y manchada por el pecado. Cuando Lucas dice que el Espíritu se pide en oración y que Dios lo da, inmediatamente lo ubica en el escenario de la dadiva, de lo que no se compra, lo que no se vende. Es bien conocido el relato de Hechos en donde Simón el mago intenta comprar el don del Espíritu y la respuesta concluyente de Pedro: “¡Tu dinero perezca contigo, porque has pensando obtener por dinero el don de Dios!” (Hech 8:20). Simón,  acostumbrado a viajar por el mundo mediterráneo coleccionando formulas y conjuros, pensó tener en su haber al Espíritu Santo, pero el don de Dios no es mercancía, no se puede traficar con él. En la edad media se le llamó “simonía” a la venta de puestos eclesiásticos, a la venta y la comercialización de los dones y ministerios de Dios. Pero, Lucas no solo nos dice que el Espíritu no está a la venta, sino que también afirma que no es hipoteca de nadie, el texto afirma: “a los que pidan”. El Espíritu ni está a la venta ni está reservado para una elite especial. De hecho, no hay una experiencia tan democrática y tan incluyente en el NT como la del Espíritu.
            La ultima y cuarta razón es devocional. La parte final de la oración del padre nuestro pone al orante frente a una realidad compleja: sus relaciones, la relación con Dios y con sus semejantes. La tentación aludida tiene que ver con la posibilidad de no perdonar y que esto se convierta en una fuente de maldad; por ello el orante pide ser librado del mal. De esta manera, para vivir a la luz de esta oración, con todas sus implicaciones referentes a Dios (verticales) y al prójimo (horizontales), se necesita la fuerza, el poder del Espíritu Santo de Dios. Así, la oración es un llamado al compromiso social, a la construcción de una sociedad alternativa, que percibe al otro como escenario para la expresión de la fe en Dios y  no a un enemigo al que hay que eliminar. La oración genuina, ha dicho Padilla[1], no es un acto religioso que le permite al orante huir  de la realidad, es una manera de encarar la realidad, asumirla tal cual es para someterla a la acción transformadora de Dios. El compromiso que asumimos cuando oramos solo es posible llevarlo a cabo si contamos con el poder del Espíritu de Dios. Recordemos que nuestras más hondas y profundas crisis tienen una misma fuente: la ruptura con el altar de Dios; Jesús expresó “oren y velen para que no entren en tentación” (Mrc 14:38 ). Cuando no oramos se interrumpe “la fuente de poder”, nos creemos dependientes, poderosos y entonces vienen las ruinas y los desastres. Por ello oremos: “Señor, danos hoy de tu Espíritu, empodéranos para llevar a cabo tu misión”.  Fin.   


[1] PADILLA, Rene. Discipulado y Misión: compromiso con el reino de Dios. Kairos-Buenos Aires, 1997, p 34. 

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