martes, 17 de septiembre de 2013

Por qué soy cristiano: razones para creer. Parte II

Por qué soy cristiano: razones para creer. Parte II
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 67
Todos hemos escuchado hablar, mucho o poco, del apóstol Pablo. La Biblia habla de él como alguien que pasó de ser fanático, alguien que mataba por sus ideas, a ser un radical, alguien que murió por sus ideas (Hech 9:1-29). El filólogo italiano Umberto Eco dice de Pablo lo siguiente: “nació en Persia, de una familia judía, que hablaba griego, leía la Torá en hebreo y vivió en Jerusalén, donde hablaba el arameo y cuando se le pedía el pasaporte era romano”[1]. Es así como Pablo se convierte, tal vez, en el cristiano “más insigne” del NT. Su peregrinaje de fe, su interpretación del evangelio, especialmente a los no judíos, su visión de la historia a la luz de la narrativa de la salvación del AT con su clímax mesiánico; hacen que tome, precisamente, un texto del apóstol Pablo para desarrollar “mis razones”.  A partir de un himno, que escribe en su condición  de presidiario a la Iglesia de Éfeso, fundamentaré mis siete tesis por las cuales soy creyente (lea Efesios 1:3-14).
             Las canciones, y la música en términos generales, son medios efectivos para la comunicación y crear conciencia de algo o de alguien. Ya mercedes Sosa expresó: “si se calla el cantor calla la vida porque la vida, la vida misma es todo un canto. Si se calla el cantor, muere de espanto la esperanza, la luz y la alegría”. La “canción” sirve para mantener viva la esperanza, para incomodar el status quo, para protestar. Para hablar del plan de Dios, o la forma en la que llegó a ser cristiano,  Pablo canta un himno y lo hace desde la prisión. La forma literaria que toma la canción no es original de Pablo sino que está enmarcada en una larga tradición arraigada en el judaísmo del AT, a esta forma se le conoce como “beraca”. Esta forma la usaban los judíos para cantar y celebrar los actos concretos de Dios en la historia. Esta vez, el himno que Pablo canta está dividido en tres estrofas, siendo la división entre una y otra la frase: “para alabanza de su gloria” (vv. 6, 12, 14). La canción empieza así: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo…” (Efe 1:3).
            Pablo recoge, en esta sección, toda una tradición de su pueblo que tenía que ver con “la esperanza mesiánica”. Para la mayoría de nosotros, “Cristo” es un nombre propio, pero no era así para los judíos del primer siglo y para la iglesia. “Cristo” no era un nombre propio sino un título que encontraba su equivalente en “Mesías” para el AT, y traducen “ungido”. Ahora, en términos generales, “la esperanza mesiánica” se empieza a tejer de manera fuerte cuando el pueblo de Israel entra en crisis, especialmente en el exilio: el templo es destruido, pierden su tierra y son llevados a tierra extraña y la monarquía colapsa. Todo aquello que daba cohesión, es decir, sus instituciones, son removidas. Es aquí cuando Israel, especialmente a través de sus profetas, empieza a revisar su historia y a re direccionar su fe. La producción literaria es muy basta y en ella podemos rastrear el sueño mesiánico. Este consistía en que Dios intervendría la historia para reivindicar a su pueblo y lo haría a través de un líder (rey o pastor) como David (Ez 34). David se coinvierte en arquetipo del líder que Dios usará para restaurar a su pueblo. Pero, esta restauración incluiría al resto de naciones. Así, el pasado (David histórico), el presente (exilio) y el futuro (David escatológico) se conjugan para traer esperanza al pueblo.  Este líder será entonces el ungido de Dios o a quien Dios capacitará para llevar a cabo su plan (Is 61:1-11).
            Cuando el pueblo llega del exilio a su tierra las promesas dadas por los grandes soñadores y utópicos como Isaías y Ezequiel no se cumplen a cabalidad. El pueblo ha llegado a la tierra pero sigue reinando sobre ellos, Asiria, y en tiempos de Jesús, Roma. Los profetas posexílicos, siguen proyectando, las viejas promesas de restauración, al futuro. Se nota en la forma en la que termina el bloque literario de los profetas, Malaquías por ejemplo, es un libro que termina abierto y orientado hacia el futuro (Mal 4:1-6). Y, se nota que los autores de los evangelios, especialmente Mateo, Marcos y Lucas, saben que el exilio aún no ha acabado, que el pueblo sigue esperando aún esa intervención de Dios de la cual habían hablado sus profetas (Mt 3:3; Mrc 1:2-3; Lc 3:4-6) . La intervención se llevará a cabo en el escenario de la historia y no fuera de ella. Es decir, el pueblo no cree que Dios vendrá y los llevará al cielo, sino que el cielo mismo vendrá y los restaurará. La cita con la cual los evangelistas introducen el ministerio de Juan el bautista testifica lo aquí dicho: el pueblo vive un exilio, no geográfico pero si teológico, y está expectante por lo que Dios hará.
            Es en este escenario en el que se debe entender lo que Pablo empieza a decirnos en su himno. Como judío, Pablo afirma la actuación de Dios en la historia; esto es, en un tiempo concreto, en un espacio concreto y en una cultura especifica. En contraste con otras formas de religión, el judeo -cristianismo afirma el sentido histórico de la revelación de Dios, cuyo escenario privilegiado es la tierra. Observemos, por ejemplo, que la narración Bíblica empieza en el Edén que está geográficamente ubicado en un espacio terrestre y termina con otro Edén, una imagen para hablar de la tierra restaurada. En concreto, Pablo alaba a Dios porque ha cumplido su Palabra y en Cristo Jesús ha mostrado su intención primaria y definitiva: hacer bien al ser humano, restaurarlo. Así, la imagen, mesiánica se une a la promesa dada a Abraham (Gen 12:1-3). Continuará.  


[1] ECO, H. 2000, entrevista por Aorent Latrtve y Annlck Rivoire reproducida en El Periódico de Cataluña, 7 de enero, 2000.

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