El león, el burro y el
profeta
La tragedia como forma
para comunicar un mensaje en 1 Rey 12:25-13:34
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Caballero 61
Al morir Salomón Roboam, su hijo, asume como heredero legítimo el trono de
Israel, sin embargo, este último sigue con obstinación y de manera exacerbada
las políticas económicas opresivas de su padre ignorando la historia y el
consejo de los ancianos como “asesores políticos”. Frente a esta realidad
Jeroboam, líder militar durante el reinado de Salomón, reacciona legítimamente
y opta por reinar sobre diez tribus al norte: Israel, con capital en Siquem,
quedando Roboam con dos tribus al sur: Judá, con capital en Jerusalén. Luego y
como maniobra política Jeroboam constituye una alternativa para el culto, en
Betel y Dan (Gn 28:10), paralelo al culto en Jerusalén: nombra sacerdotes, construye
becerros de oro, funge como sacerdote e instituye una fiesta anual en contraste
a la de los tabernáculos. Todo esto para mantener la unidad de la naciente
nación del norte, consolidar la estabilidad de su reinado y evitar que las
personas fueran a Jerusalén a adorar (12:25-33). Esta actitud, que presenta la
introducción a lo que sucederá en el capítulo 13, hace que Dios le envíe un
mensajero, un profeta anónimo con un mensaje de juicio. Comentemos brevemente
el texto que presenta la siguiente estructura: una introducción (ya expresada),
cuatro escenas y una conclusión.
La primera escena (vv.1-10) muestra de manera dramática como “el
hombre de Dios” interrumpe el culto cuando Jeroboam ofrecía sacrificios, e
increpa al altar en Betel. Emite un juicio: un descendiente de David, Josías,
sacrificará sobre altar a los sacerdotes (2 Rey 23:15,16)[1];
da una señal: el altar será destruido; y provoca una reacción: Jeroboam emite
orden de captura contra el profeta pero su mano, símbolo de poder, se seca, ante
esto, pide al profeta oración por él, la mano se le restaura y entonces intenta
sobornarlo con una comida y presentes; el profeta se niega por advertencia
divina y el altar se hace trizas mostrando que este profeta era genuino. Imaginemos
un poco la reacción de las personas que asisten “al culto”. Un “hombre de Dios”
ha desafiado públicamente al rey sin diplomacia y sin pedir la palabra, el rey
intenta sobornarlo pero este se resiste. ¿Cuál será el comentario a las afueras?
¿Los índices de popularidad bajaran esta semana para el rey? La segunda escena no nos dice nada sobre
los índices de popularidad pero si nos cuenta acerca de la impresión de las
personas frente a este hecho (vv. 11-19). Los hijos de un profeta veterano
llegan del culto a la casa, el anciano les pregunta por los detalles del culto y
ellos le cuenta con lujos lo acontecido. Con astucia el anciano consigue una
entrevista con el “hombre de Dios” y, ante la negativa de este, de aceptar una
invitación a tomar otro “camino” por orden divina, el anciano profeta le
miente. Hasta aquí la obediencia del “hombre de Dios” es resaltada.
La tercera escena nos presenta un cuadro sombrío (vv. 20-25a).
Aceptar la invitación a comer y a beber implica “volver por otro camino”
(palabas clave en este relato) y hacer alianza con el anciano de Bethel,
Dios reprende al profeta por su
desobediencia a través del anciano y le dice que en un acto de agravio, su
cuerpo no será sepultado con sus padres, y en el camino, cuando viajaba en el
asno; un león lo mató. Aquí aparece en escena el león, el burro y el profeta.
Los animales allí como haciéndole guardia de honor. La cuarta escena presenta al anciano enterándose de la muerte del profeta,
va a donde este ha muerto y encuentra que el león no se lo ha comido (vv.
25b-32). El autor introduce, con este énfasis, una nota irónica: el león contra
su naturaleza no ha hecho daño al cuerpo del profeta comunicando que este
animal es más obediente a la palabra de Dios que los protagonistas humanos de
este relato (Cp. Is 1:3). Aquí está,
en cierto sentido, el mensaje de esta parte del texto: si el hombre de Dios
desobedece y se cumple su propio mensaje respecto a la desobediencia entonces
su mensaje es digno de confianza; Dios ha hablado. Esta es una manera en donde
la tragedia se convierte en forma para comunicar un mensaje[2]. En
el NT Jesús concluye, a través de la tragedia, su sermón del monte (Mt 7:24-27).
El anciano reafirma la Palabra de Dios a través de su profeta, la que principio
le había dicho a Jeroboam, y pide ser sepultado junto a su tumba como privilegio
incluyendo, con este acto, al profeta en su familia.
El texto concluye diciendo que a pesar de todo esto, Jeroboam no se
apartó de su “mal camino” sino que siguió con su cometido (vv.32-34). No se
convirtió[3]. A
causa de esto su familia fue exterminada. Esta es la leyenda en su lápida. Y su
ejemplo se convierte en caracterización de otros reyes de Israel que le
sucederán (Cp. 1 Rey 15:26, 34;
16:26). La razón por la que este texto está ubicado aquí tal vez sea la
intención de mostrar a un Dios interesado por el bien de la nación del norte. Por
otro lado, “mediante el castigo del profeta de Judá aprendemos que la Palabra
no es solo una censura dirigida al otro, sino, sobre todo, una exigencia de
autocrítica y coherencia. Ante el lector, es chocante ver a un profeta que
exige al rey unidad al culto de Jerusalén, y luego la propia profecía no se
aclare entre sí”[4].
Fin.
[1] Sucede 300 años después. El
autor, quien escribe durante los primeros años del exilio, interpreta este
hecho con la reforma de Josías.
[2] La “tragedia” es técnicamente
una forma literaria de origen griego, pero aquí se usa en su sentido común: suceso
fatal o desgracia.
[3] “Dios se empeña en no dejar las
cosas como están”. BRUEGGEMANN, Walter. La Biblia fuente de sentido. Claret- Barcelona,
2007, p 76.
[4] ZAMORA GARCIA, Pedro, Reyes I:
la fuerza de la narración. Verbo Divino- Estella (Navarra), 2011, p 276.