La casa de mis sueños: el mensaje de Hageo ayer y hoy
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Caballero 41
El mensaje del profeta Hageo se centra en los habitantes de Judá, sobre
todo en Zorobabel y Josué, quienes después de haber llegado del exilio habían
descuidado la redificación del templo o la casa de Dios. Este descuido se debía
básicamente a dos razones: en primer
lugar al desánimo ante la oposición samaritana frente a un primer intento
de reconstrucción (Esd 3:8 - 4:24); y en segundo
lugar al exceso de preocupación del pueblo por los proyectos meramente
personales. Frente a esta realidad, el profeta predica cuatro sermones en los
que desafía al liderazgo (poder político y religioso) y al pueblo en general a
reiniciar las obras de reconstrucción del templo que los babilonios habían
destruido[1].
El primer mensaje trata un asunto práctico (1:1-15):
el ornamento y lujo de las casas contrasta con la ruina y le deterioro de la
casa de Dios. Esta situación muestra en sí misma un desequilibrio y un cambio
en las prioridades del pueblo, y a la vez pone en la mesa la cuestión de lo
urgente y lo importante, lo fundamental y lo accesorio, lo central y lo
periférico. Frente al letargo del pueblo al decir “aun no ha llegado el tiempo
para edificar la casa de Dios” (1:2), el Señor le responde diciendo que piense,
que haga un alto en el camino y reflexione. La vida del pueblo está en ruina,
porque la casa de Dios también lo está. Así, el templo en ruinas es una señal
clara de la condición “espiritual” del pueblo; esa situación se refleja en el
día a día. Pero el pueblo escucha y
actúa.
Hay señales claras de declive espiritual en el pueblo de
Dios; dejar para después lo importante es una muestra clara de ello. Cuando el
hombre pierde su relación con Dios, el entorno se le vuelve agresivo (Cp. Gén 3: 9-24; Dt 28:15). El segundo
mensaje trata de un asunto histórico y
teológico (2:1-9): este templo sobrepasará en gloria y esplendor al
referente histórico: el templo construido por Salomón (1 Rey 6-8). El referente
teológico es también citado: Dios les recuerda que, según la teología del pacto
en el marco de la liberación de Egipto, él moraría entre ellos. Ese era el
ideal (el sueño) y por ello la construcción del tabernáculo (Éx 40:34). Ellos
han sido, son y serán conocidos como un pueblo de la presencia de Dios, y esa
presencia disiparía los temores en este proyecto. Pero Dios también promete
abolir todas las fuerzas de agresión (2: 6,7-9). El tercer mensaje trata con un
asunto litúrgico (2:10-19): la
consulta a los sacerdotes sobre la cuestión de la contaminación arroja el
siguiente mensaje: “el culto que ustedes hacían, los sacrificios que ofrecían,
no eran agradables, porque sus vidas no lo eran”. Hay una relación íntima entre
vida y culto. El culto no era una cortina que escondía la inmoralidad y los
pecados del pueblo.
El cuarto mensaje trata un asunto político (2:20-23): ante el colapso de la monarquía, Judá
era ahora solo provincia de Persia, y Zorobabel, gobernador de aquella. Por ser
descendiente de David, el profeta proyecta en él la restauración de la
dinastía, las esperanzas mesiánicas. Dios promete delegar toda su autoridad en
Zorobabel, como un anillo para sellar (Cp.
Jer 22: 24,30). Los compromisos de Dios para este pueblo siguen vigentes, por
lo que pueden seguir confiando en él. Dios morará en su casa, la de sus sueños
(ideal), estará en medio de su pueblo y gobernará a través de Zorobabel. El
pueblo sería lo que tenía que ser: una nación de la presencia de Dios.
Ahora, ¿Qué tiene para decirnos este mensaje hoy? En primer lugar, el mensaje de Hageo no
es un sustento teológico o escritural para construir templos hoy. La
construcción de nuestros templos tiene que ver más con un asunto administrativo
y estratégico, no tanto teológico, como en esa ocasión. En segundo lugar, en el NT la
teología del templo es aplicada a Jesús: él es el nuevo templo que contiene la
gloria de Dios, y en torno a él su pueblo, la iglesia, se congrega (Rm 12:1,2;
Col 1:19). Él fue el templo en ruinas por la acción de los hombres que se reconstruyó
en tres días para remplazar el templo de Jerusalén (Jn 2:19-20; 4:21). Por
extensión, el templo, la casa de Dios, no es un conjunto de cuatro paredes; es
su Iglesia (Ef 2:18-20; 1 Cor 6:19; 1P 2: 4,5). La iglesia es el templo en
construcción, es la obra no acabada, es el asunto inconcluso, y, ante todo, la
portadora de la presencia de Dios. A este proyecto somos llamados por gracia
para participar de manera comprometida en su construcción.
En
tercer lugar, en Cristo, el
mesianismo prometido a Zorobabel llega a su clímax; en él Dios trae salvación,
reafirma su reinado y trastorna los poderes de este mundo. En cuarto lugar, la palabra del profeta estimula la esperanza: no
existen situaciones de destrucción ni de ruinas que sean irreversibles; aunque
todo se encuentre hecho pedazos, en Dios, la reconstrucción será un proyecto
posible. Así, viviendo profundamente todas nuestras destrucciones y asumiéndolas
sin negarlas, lograremos experimentar la restauración y el resurgimiento que
viene únicamente de Dios. En quinto
lugar, la iglesia debe ser conocida como el pueblo de la presencia de Dios,
un pueblo en construcción para la construcción, un lugar donde la restauración
es posible, donde la esperanza y la utopía son realizables. Fin.
[1] Cada uno de estos mensajes está dado en un marco
temporal específico: de septiembre a diciembre del año segundo del rey Darío de
Persia, en el 522 a. de J.C aprox.
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