lunes, 4 de abril de 2011

Los más sonados. Parte II

 Los más sonados. Parte II
Juntos pero… también revueltos
Salmo 133
En voz alta 11. Jovanni Caballero
Este corto poema hace parte de los cánticos graduales (Salmo 120-134), que eran entonados por los peregrinos que ascendían a Jerusalén durante las fiestas anuales. El caminante empieza su experiencia en angustia y soledad (120), y termina uniéndose a la comunidad que celebra (133-134). La estructura del poema es sencilla: se anuncia un hecho valioso (v1), se ilustra con dos comparaciones (v.2), y se lleva al plano teológico (v.3). Aquí recordamos que este pasaje bíblico forma parte del grupo de textos que por ser tan familiares o populares, sus verdades a menudo pasan desapercibidas (véase, los más sonados. Parte I).
El anuncio “¡mirad!” se hace resaltando la bondad de la unidad del pueblo de Dios (v1). El poeta se convierte en predicador y defensor de la unidad. Es así como “la felicidad plena se relaciona con las actitudes de fraternidad que se manifiestan entre dos personas, dos grupos o dos naciones… la unidad no es un extra optativo para disfrutar de la bendición divina sino un requisito indispensable”[1].
La unidad pasa ahora a ser ilustrada (v.2). La imagen del aceite sobre Aarón, tomada de las ceremonias de ungimiento a los sacerdotes (Cp. Éx. 29:7,9), comunica que la unidad o la convivencia en armonía capacita al pueblo para su función sacerdotal (Éx. 19:6). De esta manera se recuerda que Israel existe para el beneficio de otros, como intermediarios entre Dios y otras naciones[2]. Por otro lado, la imagen del rocío de Hermón habla de renovación y frescura (v.3a), pero también del milagro que produce la unidad: borra las divisiones (1Rey. 12:19) juntando a Hermón, la montaña principal al norte de Israel, y a Sión, la montaña al sur de Judá, en un rocío divino que da vida (Éx. 16:13,14; Is. 26:19; Os. 14:5)[3].
El texto se cierra con la reflexión teológica (v.3b). Allí, donde el verso 1 se vuelve realidad, es enviada la bendición. La unidad genera las condiciones necesarias para recibir la bendición divina y el disfrute de vida. De esta manera, “la unidad no solo es la convención estratégica adecuada para lograr algunos objetivos en la vida sino que representa la voluntad divina que trae dicha y felicidad a individuos, familias y naciones”[4]. Pero hay un detalle que no puede pasar desapercibido, y es que la repetición de la expresión “descender” (vv.2, 3) que une las dos figuras quizá esté diciendo que este poema es un canto de ascenso que invita al descenso: para vivir en armonía es necesario descender. Tal vez haya aquí una pizca de humor e ironía.
El texto nos viene como anillo al dedo porque valora la comunidad por encima del individuo, invirtiendo de esta manera el actual culto al individuo. Basta con mirar cómo en años anteriores las personas decían que se congregaban en la iglesia de tal o cual nombre, pero hoy solo se escucha decir: “Yo soy de la iglesia de fulanito” y “Yo de la iglesia del apóstol perencejo”. ¡Aún el énfasis de las canciones está dado en primera persona del singular “yo”!; es curioso, pero “algunos de los aislamientos más profundos se viven en medio de algunas de las gigantescas iglesias modernas, donde cada individuo se acerca a Dios por su cuenta, pero no se acerca al vecino”[5].
Por otro lado, y en términos de la homilética tradicional, la unidad armoniosa de la comunidad (que no se opone a la diversidad) capacita a los cristianos para ministrar a Dios como sus sacerdotes, trae renovación, posibilita la bendición divina y asegura la permanencia en el tiempo. No se puede ser bendecido y tener vida fuera de esta comunidad unida. Jesús intercedió para que a partir de la unidad de todos los creyentes el mundo conociera de su amor (Jn. 17:20,21). Es decir, la unidad tiene un carácter misiológico.
Finalmente, la enseñanza es que para vivir en armonía es necesario “descender” (como el aceite o el rocío). El canto de ascenso hace la invitación a descender; esto es, a no reclamar mis derechos, a bajar la guardia, a quitarnos los guantes, a pensar siempre en el bienestar comunitario y no meramente en el individual, como aquel que se vació de sí mismo para ser un don nadie, que se vistió con su peor vestido, que vino desde lejos para enseñarnos que la vida consiste en una constante renuncia a nosotros (Fil. 2:1-11). La vida en comunidad es posible en el descenso, en la renuncia, en el sacrificio y en la entrega; solo así se vive: juntos pero… también revueltos.                                                                                   


[1] PAGÁN, Samuel. De lo profundo, Señor, a ti clamo: introducción y comentario al libro de los Salmos. Patmos. Miami. 2007, p 652.
[2] WRIGHT, Christopher. Viviendo como pueblo de Dios: la relevancia de la ética del Antiguo Testamento. Andamio. Barcelona. 1996, p 145.
[3] MOTYER, J.A.  Salmos, en Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, ed, D.A. Carson et al. Mundo Hispano.  El Paso, Texas, 1999, p 603. “vida” en este poema parece hacer referencia a la existencia normal que cobra sentido en la comunidad, la fraternidad y la bendición divina. Es una afirmación sociológica y no meramente eclesiástica: un pueblo que vive unido, permanece en el tiempo. El salmo afirma esto al final. La bendición está relacionada con la vida, así como en el relato del Génesis 1-2.
[4] PAGÁN, Op, cit, p 653.
[5] GONZALEZ, Justo L. No creáis a todo espíritu. Mundo Hispano. El Paso, Texas. 2010, p 54.

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