¡Cristianos, salgan del closet! (3)
La vida cristiana en tiempos líquidos y moral borrosa
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Caballero 139
Para empezar el asunto de las aceptaciones, quisiera abordar algunos presupuestos básicos de
la vida de fe. Estos ayudan a configuran una cosmovisión cristiana, es decir,
una forma de ver al mundo desde la experiencia de Dios. El primer presupuestado es el cristológico: debemos hacer un alto
en el camino y meditar, una y otra vez, en la pregunta que el mismo Jesús nos
hace respecto a lo que creemos y pensamos de él (Mrc 8:29). Me temo que gran
parte de nosotros no creemos en el Cristo de la cruz, ese que Pedro quería evitar.
Según Jesús, toda elaboración cristológica que evita y desdeña la cruz… es satánica.
El segundo presupuesto es el neumatológico:
debemos recordar que el Espíritu Santo es condición necesaria para la misión. Jesús
resucitado le dice a sus discípulos “no se muevan de Jerusalén hasta que hayan
recibido la promesa” (Hech 1:5 Cp. Jl 2:18; Ez 36:25-27:), se refería a aquí al
Espíritu. Así, cualquier movimiento sin el Espíritu resulta infructífero. El
llamado es a moverse por la fuerza del Espíritu y no por otras fuerzas. El tercer presupuesto es el bibliológico:
parece obvio, pero debemos volver al libreto, debemos volver a la Escritura, un
pueblo sin el libro será un pueblo sin referentes, sin rumbos (Salm 119:105; 2
Tim 3:16-17). La fe cristiana es una fe revelada, no se trata de lo que creemos
y/o pensamos, sino de lo que está escrito como horizonte mayor de significado. El cuarto presupuesto es el sociológico (o
cultural): la experiencia de fe no es intemporal o acultural, sino que
estará siempre condicionada por el lugar y el tiempo en el que se sitúa. Así,
la fe será siempre una opción existencial situada. El fenómeno epistolar del NT
reconoce el carácter concreto y situado de la fe; es común leer los encabezados
de las cartas así: “a la Iglesia que
está en…”. Cristo mismo se “encarnó” en una cultura y tiempo particulares.
La primera aceptación es la del carácter
holístico o integral de la fe. El NT es claro al afirmar que en Cristo Dios
quiere restaurar “todas las cosas” (Efe 1:10). Notemos como ese adverbio de
cantidad “todas” opta por una forma “incluyente” de pensar en contraste con la
del paradigma “excluyente” gnóstico o dualista. Así, desde la experiencia de
Dios tanto lo espiritual (no tangible) como lo material (palpable) están dentro
de una sola esfera y bajo el dominio de un solo Dios. El apóstol Pablo rechaza
el paradigma dualista en el himno escrito a los Colosenses (Col:1:15-20). Cristo
es la imagen visible de Dios, su selfie;
Jesús es creador, salvador; esta redimiendo al mundo. El mundo o creación no es
abandonado sino redimido. La esperanza cristiana en el NT no trata de como los
creyentes abandonan este mundo para ir al cielo, sino de cómo el cielo viene a
la tierra y nos sorprende. Cuando Pablo aplica el himno a la experiencia
cotidiana le dice a los Colosenses: “todo lo que hagan, háganlo como para el
Señor…” (Col 3:23). Es decir, el creyente está llamado a vivir en “coram deo”,
en presencia de Dios. Recordamos así el desafío de la reforma a la mentalidad
dualista medieval: se llamó a todos los creyentes a salir del templo para entrar
en el mundo. Lutero lo escribió así en “la cautividad babilónica de la Iglesia”:
“las obras de los monjes y sacerdotes, por muy santas y abnegadas que sean, no
difieren un ápice a los ojos de Dios de las del campesino rustico o las de la
mujer que lleva a cabo las tareas del hogar”. Si asumimos este carácter
integral de la fe, la evangelización dejará de ser un programa para convertirse
en la vida de la iglesia, superaremos la asignatura pendiente de integrar “fe y
profesión”, viviremos la fe las 24 horas del día los 7 días de la semana y seremos
el culto en vez de ir a este de vez en cuando… tendremos una fe fuera del
closet.
La segunda aceptación es la del carácter
combatiente (militante) de la fe. El
NT es claro al asumir el hecho de que vivir la fe o la experiencia de Dios en este mundo caído generará conflictos
y tenciones (Ef 6:10-18; Gal 5:16-24). La tensión y el conflicto se generan porque
el creyente es, por la obra de Cristo, una nueva creación, un nuevo ser humano
que se va construyendo día a día, abandonando “el viejo ser humano” y adoptando
la nueva humanidad. Al vivir estas realidades se generan conflictos con el
viejo orden, estos conflictos se experimenta a nivel personal y a nivel social.
Así, ya que Dios está trasformando a su pueblo para hacer una sociedad alternativa,
el creyente vive entonces una vida en contracultura. La vieja consigna de que
el creyente tiene tres enemigos, la carne o naturaleza pecaminosa, el mundo y
el diablo, sigue vigente (Gal 5:16; Sant 4:4; 1 Ped 5:8). Jesús vivió la
tensión, Pablo y Pedro también vivieron lo propio y los primeros creyentes también
lo hicieron. En la vida de discipulado entendemos que cuando el creyente experimenta
en el día a día la tensión, es muestra de que el poder de Dios está obrando en su
vida pues percibe el contraste. Pablo vincula dos realidades generalmente
excluyentes para los cristianos: sufrimiento (tensión) por la fe y poder de
Dios (2 Tim 1:8). Lastimosamente por la influencia de la sociedad del bienestar
(confort), la fe a la carta y la teología de la prosperidad; la iglesia ha
perdido el carácter combatiente de la fe, ya no se percibe a sí misma como un ejército
que va a la batalla, sino como un grupo de turistas. Y mientras la iglesia entretiene,
el diablo entrena. Los viejos himnos tales como “¡a combatir!” o “¡Firmes y
adelante!” ya son piezas del museo; los enemigos ya no son la carne, el mundo y
el diablo sino el aburrimiento y la rutina (por ello necesitamos entretención
no formación). Como lo declara Alex Sampedro en su canción "sal": "tenemos la armadura oxidada". Sin embargo, si no te has tropezado con el diablo, seguramente
vas en su misma dirección. No somos cristianos por que sea fácil, sino porque la
fe es verdad. Una fe que quiere “salir del closet” optará por restaurar su carácter
militante y combatiente. Continuará.
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