Las traiciones
de la memoria (I)
Identidad
fragmentada e identidad recuperada en Santiago 1:19-25
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 87
La memoria es una función del cerebro y,
a la vez, un fenómeno de la mente que
permite al organismo codificar, almacenar y recuperar la
información del pasado.
En términos prácticos, la memoria (o, mejor, los recuerdos) es la expresión clara
de que ha ocurrido un aprendizaje.
Sentimos que la memoria “nos traiciona” cuando vamos olvidando lo esencial en
la vida y nos vamos ocupando de lo periférico y lo trivial. Faciolince[1], desde una postura más
literaria y práctica que fisiológica, dice que hay muchos pedazos de nuestra vida
que ya no son nada, por un simple hecho: porque ya no los recordamos. Por eso
uno debería tener con ciertos episodios de la vida, la precaución de anotarlos
porque si no, se olvidan y se disuelven en el aire. En el AT Dios recurría
constantemente a la memoria de Israel para que este no olvidara que la historia
era escenario de su palabra y, a la luz de ello fuera construyendo identidad
como pueblo de Dios (Dt 8; 2,11; 30:7). En el texto que nos ocupa esta vez,
Santiago le va a decir a la comunidad a la cual escribe, una comunidad de fe y
con una identidad en construcción, que acoja la Palabra, que la practique y que
persevere en ella, con el objetivo de que reafirme su identidad y no la
traicione la memoria. La traición llega cuando la Palabra no se vuelve
cotidiana, no se hace práctica, cuando la voz de Dios llega a ser desconocida. La
identidad se fragmenta, el yo se satura y la capacidad de ser alternativa de
Dios para un mundo con palabras pero sin Palabra, se diluye.
Santiago va a describir el proceso que
debe vivir la iglesia frente a la Palabra: recibirla, practicarla y persistir
en ella, con el fin de construir y mantener la identidad de pueblo de Dios. Veamos.
Lo primero: recibir la Palabra (vv.
19-21). El apóstol plantea el hecho de que ellos están siendo muy ligeros
al hablar y al responder airadamente frente al conflicto. Frente a esto, la única
ligereza permitida es la de escuchar, saber oír; y elogia la lentitud para
hablar y airarse. Si el creyente refrena su lengua podrá reprimir su enojo (Pr
16:32). La razón es que la justicia de Dios o el obrar que Dios espera de los suyos
no se da en ambientes de enojos y habladurías humanas. Para Santiago la mayor
muestra de espiritualidad no es el poder hablar en lenguas (usando el lenguaje paulino),
sino poder controlar la lengua que ya tenemos (3:1-12). Muchos problemas nos evitaríamos
si nuestras palabras y acciones estuvieran mediadas por la reflexión. Al desafiar
a la iglesia, Santiago va ir al fondo del problema, les dice que esas actitudes
tienen su origen en la inmundicia y la maldad que tienen de manera abundante. Les
propone una salida: les invita a recibir
la Palabra con humildad, ellos son como un campo de siembra y la palabra les ha
sido sembrada. Sean humildes, ríndanse, dejen el orgullo- les dice- sean
creyentes productivos, sean buena tierra, conviértanse en campo fértil. Y es
que la Palabra de Dios se acerca al hombre con un presupuesto básico: el ser
humano pondrá resistencia, esta puede ser abierta o sutil. Gran parte de la
historia del pueblo de Israel en el AT se lee en “clave de resistencia”. La
Palabra genera salvación mientras la inmundicia genera esclavitud. Santiago les
invita a un ÉXODO, a dejarse seducir por la voz de Dios-Padre, a portarse como
aquellos que han nacido porque la Palabra les fecundó (1:18).
Lo
segundo: practicar la Palabra (vv. 22-24). Ahora les invita a ser
practicantes de la Palabra para evitar la mayor estafa, la estafa de la vida:
el autoengaño. Les invita a pasar de la escucha a la acción, a unir oídos y
pies, a evitar la tentación del ateísmo práctico, a ser coherentes con lo que
escuchan. Para ilustrar esta verdad, Santiago deja la imagen agrícola,
relacionada en la parte anterior, y hace uso de una imagen domestica: el
espejo; escuchar la Palabra y no
hacerla es comparable con el hombre que se mira al espejo y se olvida de quien
es y como es. La Palabra es entonces como un espejo que refleja lo que soy y lo
que debería ser. El llamado es a no
perder la memoria (olvidar), pues perder la memoria de la Palabra es perder la
identidad[2].
Ahora, creo que el uso del espejo aquí abarca por lo menos dos dimensiones: 1).
Una dimensión cultural: parece ser que en el tiempo de Santiago los espejos no
eran muy comunes y mirarse en uno de ello (aunque borroso) era un privilegio.
Santiago dice entonces “hermanos no desaprovechen semejante privilegio y
oportunidad”. 2). Una dimensión escritural: en el tabernáculo, el lavacro tenía
en su interior espejos (Ex.38:8) esto, tal vez, era porque el espejo refleja la
persona, muestra sus bellezas o deformidades; así la Palabra de Dios es como un
espejo que revela quienes somos. Los sacerdotes se lavaban y se miraban allí
antes de entrar a sacrificar. Lo más seguro es que Santiago tenía en mente este texto
y nuestras experiencias como sacerdotes del nuevo pacto. Así, la ministración y
el servicio estarán mediados por el auto examen que la “Palabra espejo” permite
hacernos. Es evidente entonces que para el apóstol, la identidad del creyente
esta mediada por el texto de las Escrituras. Así las cosas, el llamado es a
confrontarse con la Palabra para fundamentar la identidad (la memoria) a la luz
de esta. Oír la Palabra y hacerla evitará las traiciones de la memoria. Continuará.
[2] La identidad
(Del latín identitas) es el conjunto
de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad. Estos rasgos
caracterizan al sujeto o a la colectividad frente a los demás. La identidad
también es la conciencia que una persona tiene respecto de sí misma y que la
convierte en alguien distinto a los demás.
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