Yo me llamo… Pedro
Introducción a la primera carta del apóstol Pedro
1 Ped 1:1,2
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero 90
Esta carta tiene una estructura formal propia de
las cartas del mundo grecorromano del primero siglo así: saludos, parte central
y una despedida con sabor parenético o exhortativo. Pero el saludo tiene la intencionalidad
de presentar al autor, su vocación y su auditorio. La práctica de la lectura Bíblica
en la iglesia por lo general pasa por alto estas partes de las cartas,
ignorando así que la dirección que tomará el discurso en el resto de la carta
estará mediada por lo que se dijo en el saludo. En resumen el saludo no es solo
formalidad literaria sino también propuesta teológica y pastoral. Este saludo
básicamente se presenta así: quien escribe, su vocación, a quien escribe y un
deseo. Veamos entonces como se desarrollan cada una de estas partes y que nos
propone el texto aquí y ahora.
En primer lugar está la identificación o
quien escribe. El autor se presenta como Pedro. Y es claro que se refiere a Simón
hijo de Jonás a quien Jesús llamo para que fuera uno de los doce (Jn 1:44). Podemos
resumir su vida en cuatro actos: su llamamiento, la negación, su restauración y
su trabajo misionero y pastoral después de pentecostés (Mrc 3:13-19; 14:66-72;
Jn 21:15-19; Hech 2: 1-42; 1 Ped 5:1-4). El lector informado, que conoce la
historia de Pedro con todos sus aciertos y desaciertos, puede inferir que, el hecho
de que un hombre así escriba de la manera en la que lo hace, es ya un atisbo de
esperanza y consuelo para aquellos que como Pedro luchamos y vivimos la fe
desde nuestras pasiones y deficiencias. Curiosamente el nombre Pedro significa “roca
o piedra” (Mt 16:18); el veterano apóstol es una piedra que ha sido expuesta al
martillo del gran escultor divino. Pedro es un hombre que sabe de caídas y de
levantadas y desde esa realidad escribe. En
segundo lugar tenemos el autor nos habla de su vocación: “apóstol de
Jesucristo”[1].
Por uso del genitivo entendemos que lo importante no es llamarse apóstol sino
la procedencia de ese apostolado. Al expresarlo así Pedro se identifica con los
doce, nos llama a quitar la mirada de él para ponerla en el mensaje del cual es
portador y no apela, con su apostolado, a estructuras de autoridad, jerarquías o de dominio (Cp. 5:1,2).
En tercer lugar se encuentran los
destinatarios o a quienes se dirige la carta. De ellos se habla, en primer
lugar, de una condición social: “expatriados de la dispersión” (lit. fuera de su patria). Son cristianos
en Asia menor (Ponto, Galacia, Capadocia) y que están viviendo la persecución
imperial por causa de la fe. “Dispersión” era un término usado por los judíos
para hablar de aquellos conciudadanos que, desde el exilio, estaban fuera de
Palestina (Cp. Is 49:6). Ahora el apóstol aplica esa experiencia a la Iglesia
y lo toma también como metáfora de la vida de fe. “La iglesia es un conjunto de
comunidades de gente que vive fuera de su tierra, que no es Jerusalén ni
Palestina, sino la ciudad celestial. Es
a esa ciudad a al que le deben lealtad…”[2]. Las
personas a quienes el apóstol escribe saben lo que es estar fuera de casa,
saben el dolor que provoca ser “inmigrantes”
no por elección sino por la fuerza. Tal vez por ello el apóstol va a
proponer más a delante que se está construyendo una casa (2:2). En segundo
lugar se menciona de los destinatarios una condición “espiritual”: “elegidos
según la presciencia de Dios padre…”. Esta es una buena noticia para esos
“expatriados”. El fundamento de la elección es la “presciencia divina” y no un
logro de ellos. Pero se da en el marco de la “santificación del Espíritu”. Elección
y santificación son dos términos que también son usados para el pueblo de
Israel y que ahora Pedro aplica a la Iglesia (Dt 7:7,8; Ez 36:27).
A
continuación se le habla al auditorio de un desafío “ético”: “para obedecer”.
Se nota entonces que la elección lleva a la obediencia, esta última no provoca
a la primera pero si la reafirma. Ni la condición social, ni la situación
“espiritual” eliminan el compromiso ético. La obediencia es muestra de la
elección. Y también se les habla a los destinatarios del desafío de una
relación: “ser rociados por la sangre de Jesucristo”. Ellos al haber aceptado
el evangelio pueden entran ahora en una relación de pacto con Dios, no como el
pacto del Sinaí, sino el nuevo pacto sellado con la sangre de Jesucristo (Cp. Ex 24:5,8). El cuarto y último lugar
Pedro les comunica un deseo: “gracia y paz”. Es una bendición que se pide para
la comunidad (Cp. Nm 6:23). Veamos algunas implicaciones.
En primer lugar esta es un saludo que llega al corazón de todos aquellos
que no necesariamente sufrimos por la fe pero si en el marco de ella. Es como
si Pedro apareciera hoy y nos dijera “¡oigan!, tengo noticias para ustedes”. En
segundo lugar el concepto de elección comunica que Dios siempre estuvo pensando
en nosotros, que no somos plan “B”, que no somos accidentes. En tercer lugar
esa elección nos impulsa a la actuación: la elección es tanto privilegio como
responsabilidad. En cuarto lugar, la relación con Cristo nos da seguridad: Dios
ha cumplido, él es confiable. Podemos estar seguros. En Quinto lugar la gracia
y la paz son bendiciones para un peregrino no para el sedentario.
[1] En el
NT el uso del sustantivo “apóstol” tiene básicamente dos usos: el técnico para
designar a los doce (Hech 1:2) y el general para designar a los misioneros que
las iglesia locales o apóstoles mismo enviaban (Hech 14:4,14).
[2] DAVIDS, Peter H, La primera epístola de
Pedro. Clie-Terrasa (Barcelona), 204, p 85.