Yo
me llamo… Lea (III)
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Retomemos mi historia; perdónenme esa interrupción,
es que, el recuerdo del dolor y la tragedia familiar y política de la violación
de mi hija Dina están aún latentes en mi retina. Los quiebres en la sexualidad
son, tal vez, los más complejos, duros y difíciles de llevar y las
consecuencias, a nivel individual, están clasificadas entre las mortales y las
no mortales[1]. Cuando
un hombre por la fuerza penetra el recinto más íntimo de una mujer, daña su
alma para siempre. Lo positivo es que, de una u otra forma, el autor del
Génesis vísibiliza a las victimas y pone en evidencia a los victimarios. Quisiera terminar esta charla de auto
presentación hablando de un encuentro, una sorpresa y algunas reflexiones. Bueno,
empecemos con el encuentro. Ya adentrado en años, mi esposo Jacob decide salir
de las toldas de mi papá y emprender el camino a su tierra, la salida fue
bastante traumática: Jacob cobró él mismo todos los años de servicio en casa de
mi papá de manera inusitada y salimos, literalmente, huyendo; además, mi
hermana Raquel se llevó unos ídolos que eran muy apreciados para mi padre y
esto hizo que su enojo fuera doble. Mi papá nos persiguió, nos encontró, nos
increpó y nos reconciliamos. En cierto sentido, estas son cuentas que Jacob, de
vuelta a su tierra, va saldando. Ahora se enfrenta con la cuenta más grande a
saldar, su pasado se hace presente y tiene que enfrentarlo. Se prepara para el
encuentro con su hermano Esaú.
Jacob está, como dicen ustedes
coloquialmente “embolsao”; tiene miedo, siente temor y no es para menos; la última vez que vio a su
hermano, este le apuntaba con un arco mientras él huía. No sabe si se encontrará
con un monstruo que ha cultivado por años su sed de venganza o con un ser
humano que ha sanado porque cree que la mejor venganza es la del amor y el servicio.
Jacob toma medidas, se previene: ora, organiza el campamento de manera estratégica,
manda emisarios adelante. Se queda solo. Allí, en soledad tiene una lucha, toda
la noche, con un extraño personaje. Noten que las grandes crisis y decisiones
ha tenido que enfrentarlas en la noche, en lo oculto, en lo privado. El hecho
es que después de esa noche Jacob llegó cojeando como resultado de un
encuentro, según él, con Dios. Tal vez su nervio ciático fue tocado y ahora no
caminaba como antes. Este encuentro posibilita el encuentro con su hermano. Además,
llega con un nombre nuevo, ya no es Jacob sino Israel. Jacob ha tenido un
encuentro con Dios y salió vencido. Quisiera recomendarles que cuando alguien
haga alarde su espiritualidad y su “experiencia con Dios” puedan preguntarle sobre su cojera. Jacob se
encuentra con su hermano Esaú y descubre que este ya lo había perdonado y por
ello concluye que al verlo así, libre de rencores y al día con su pasado, ha visto
el rostro de Dios. Y es que solo reflejamos a Dios cuando tomamos una actitud
perdonadora.
Bueno, respecto a la sorpresa, ya lo
decía, fue una verdadera sorpresa el hecho de ver a mi esposo cojeando, tan débil,
tan frágil, tan vulnerable, tan endeble; del otrora hombre guerrero, ágil,
tramposo; ya no quedaba nada. Tal vez por la sencilla razón, de la cual gran
parte de nuestra espiritualidad carece hoy, de que todo encuentro con Dios
implica cambios. Todo encuentro con Dios te debilita, por ello, tengo entendido
que un discípulo de Jesús llamado Pablo dijo que el Señor le había expresado: “que
mi gracia sea suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en tu
debilidad”. Ahora ningún ejército del mundo enrolaría a Jacob para los suyos,
pero era parte ahora del ejército de Dios. Jacob era ahora un minusválido, no concursaba
para predicar en una afamada “iglesia” Colombiana. Quisiera sugerir que el
relato de Jacob, no es la historia de un hombre que se sale con la suya, sino la
narración que nos muestra la forma en la que Dios lleva sus planes a pesar de
hombres como Jacob. Es un relato de gracia. Es curioso, he observado con sorpresa
ciertos modelos de espiritualidad en América Latina que, en contraste con el de Jacob, nos
proponen la espiritualidad de la “ganancia” y no la de la “pérdida”. La espiritualidad
en donde se gana: bendiciones, casa, carro, éxitos personales; pero no se habla
de lo que hay que perder, lo que hay que soltar. El relato de Jacob nos propone
una espiritualidad de la “pérdida”: de tu ego, de tus propias fuerzas; para
depender siempre de Dios y de su Espíritu.
Para concluir, algunas reflexiones. Mi vida tomó
algunos tonos grises; ustedes lo saben. Fidel Castro pronunció una frase que
recordamos aún, frente a la invasión de Cuba y el golpe del gobierno de aquel entonces,
dijo: “la historia me absolverá”. Cuando leo el comentario que de mi hace el
autor de Rut, me alegro y me lleva a pensar que, definitivamente la vida se ve
mejor por el retrovisor, es decir; hay circunstancias presentes que no
entenderemos con todas sus dimensiones sino cuando hacemos de ella una
evaluación futura. El texto de Rut dice que Raquel y Lea edificaron la familia
de Israel. La historia me absolvió. ¡Qué bueno pasar a la historia como alguien
que construyó, que edificó! Yo fui quien dio a luz a Judá, de donde siglos después
viniera Jesús el mesías y por el cual ustedes tienen hoy salvación. Jesús, del
mismo modo que el feminismo ha hecho “visible” la injusticia e inequidad de las
relaciones humanas, cuestionó a la sociedad de su tiempo respecto al papel
de la mujer. Él hizo de ellas las primeras anunciadoras del evangelio al darles
la primicia de la resurrección. Esta es mi historia, y... ¿cuál es la tuya?, ¿cómo te llamas? Fin.
[1] LEÓN, M y MORILLO C. Sexualidad
e Iglesia, memorias de la consulta nacional. UCU-Bogotá, 2013, p 51.
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