¡Cristianos, salgan del closet! (2)
La vida cristiana en tiempos líquidos y moral borrosa
convozalta.blogspot.com/Jovanni
Caballero 138
La primera ruptura es filosófica, es decir, que desde la filosofía se han ido adoptando formas de creer
(o pensar) que han condicionado para mal la conducta del creyente. Aquí encontramos,
por lo menos, dos dimensiones temporales: una antigua y otra moderna. Veamos,
1). Desde la filosofía griega antigua, especialmente el platonismo, se asumió el
dualismo entre “superior” e “inferior”, siendo lo primero “forma o ideas eternas”
y lo segundo; “materia o asuntos temporales”. El interés entonces estaba en lo
eterno, desdeñando lo temporal. Luego, en tiempos del NT, el gnosticismo asume
esta forma de pensar desarrollando el dualismo entre espíritu y materia[1].
Lo espiritual, ideal o abstracto, es lo importante; lo material es malo. Este pensamiento
fue aplicado a Dios, una divinidad distante que no entra en contacto con lo
material (solo por mediaciones). Fue aplicado a Jesús: fue un espíritu, la
encarnación no pudo ser y luego, a la vida de fe. Juan responde diciendo que
Dios se hizo carne y que la comunidad que lo confiesa debe ser la comunidad de “tocables”
(Jn 1:1; 1 Jn 1:1-4), también el credo apostólico empieza diciendo que Dios es
creador. El dualismo entre lo espiritual y lo material como dos asuntos en
tensión persiste en la iglesia hoy y no permite una experiencia de fe integral.
2). En la modernidad surge en Europa “el secularismo”: el mundo en su mayoría
de edad, sale de la tutela de la religión y se entrega a la tutela de las
ciencias. La fe es sacada de la ecuación y se reduce a su mínima expresión
(casa, individual o personal). Es común escuchar a cristianos hablar de dos
esferas de la experiencia de fe: la secular y la espiritual, como viviendo en
dos mundos. Esta forma de pensar y actuar no permite al creyente vivir una vida
de fe abierta y en todo lugar, la fe se vuelve clandestina o de “cada ocho días”.
Así, por ejemplo, es más espiritual ir a la Iglesia el domingo que al trabajo
el lunes. Lo curioso es que la mayoría de los que asumen estos dualismos son
disque enemigos de la filosofía, no sabiendo que son “más papistas que el papa”.
La segunda ruptura es teológica. Es
decir, hay teologías nocivas para la salud de la iglesia y que deben ser revisadas.
Aquí me referiré solo a una: la concepción teológica del templo. Muchos
creyentes viven un “atraso teológico” a este respecto. Valoran el lugar de
congregación como si fuera el templo tabernáculo del AT, es más, algunos
templos evangélicos tienen las divisiones del tabernáculo: atrio, lugar santo y
lugar santísimo. Al hacerlo así se desconoce la obra de Cristo volviendo a
remendar el velo que la cruz rasgó. Se ignora aquella conversación de Jesús con
la Samaritana en donde se declara la institución templaria como obsoleta y se
libera la adoración de las cuatro paredes. Es común escuchar a los directores del
culto cuando dicen, bien intencionados pero mal orientados, “Hermanos bienvenidos
a la casa de Dios” (haciendo alusión a las cuatro paredes). Olvidándose de la sorpresa
de Jacob cuando se encontró con el Señor fuera de la tienda tribal y tuvo que
decir “ciertamente Dios está aquí”. Esta forma de pensar nos ha dividido, somos
unos en el templo el domingo (porque Dios está allí) y otros fuera de él el
resto de la semana (Dios no está). La adoración entonces se aprisiona otra vez,
el velo del templo se vuelve a remendar y la vida cristiana toma carácter esquizofrénico.
La tercera ruptura es litúrgica. Aquí,
especialmente hago referencia a la forma en la que celebramos el culto congregacional.
Las personas asisten muchas veces a un culto que tiene carácter somnífero, el
culto propende por éxtasis emocionales que hacen que sus asistentes se olviden
de sus realidades y entren a un estado de trance. Es común escuchar al director
de alabanza, bien intencionado pero mal orientado, “hermano, concéntrese, olvídese
de quien está a su lado…adore al Señor”. Sin
embargo en la Biblia, el culto no es para olvidar la realidad sino para
asumirla desde la fe en Dios, el otro (el de al lado) no es estorbo para la
adoración sino escenario del culto (Heb 10:25). El culto no es terapia para
olvidar sino escenario para el recuerdo (Sal 103:1). La fe que se celebra es también
una fe cerebral. Por otro lado están los
degustadores de la predicación. Van al culto y admiran la forma en la que el predicador
hace su tarea… hablan de ello, pero no viven el mensaje. Un culto que invita a
negar la realidad no es fiel al mensaje evangélico e impide que el creyente
viva su fe en el día a día asumiendo sus realidades y complejidades (¿adoradores
o consumidores?).
La cuarta ruptura es comercial. En los primeros siglos la Iglesia “adoptó”
el calendario litúrgico que hacía énfasis en algunos tiempos del año dónde se
recordaban algunos de los eventos centrales de la historia de la salvación con
clímax cristológico: adviento, pentecostés, natividad, pascua, cuaresma; etc.
El centro era Cristo y el evangelio. Hoy, aunque algunas iglesias mantienen el
calendario litúrgico, lo que está manejando la agenda litúrgica de la iglesia
es el calendario comercial: día de las madres, día de amor y amistad; etc. El
centro es el hombre ¡Como hemos cambiado! Las antiguas pero dicientes
declaraciones litúrgicas tales como: “¡Aleluya!”, “Amén”, “maranata”, “Cristo
vive”; han sido cambiadas por otras nuevas declaraciones, estas son: “soy un
campeón”, “soy bendecido”, “me declaro sano”, etc. Las primeras estaban
centradas en Dios y su obra, las segundas centradas en el hombre y sus
caprichos. Estas son las rupturas que debemos hacer si queremos “vivir una fe
que sale del closet”. Continuará.
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