Creado, creído y caído (3)
Gen 3:1-24
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Caballero 135
Desnudo y avergonzado,
vestido de su propia moda, el hombre pasa ahora a ser confrontado. La desnudez
descubierta implicará, entre otras cosas, que de aquí en adelante el ser humano
será incapaz de ver al otro sin la carga negativa de la sospecha, la malicia, el
morbo, la deslealtad, la desconfianza y la no trasparencia. El veneno
serpentino ha hecho su efecto, la pareja (la fraternidad) entra en crisis, la
armonía se ha roto, la violencia está
por empezar. Veamos aquí entonces la segunda parte de nuestra estructura: La desobediencia: su confrontación (vv.
8-14). Hay cuatro preguntas fundamentales que hace Dios al hombre en esta
parte del relato, Dios no se impone, inquiere, pregunta, permite que el hombre
elabore su crisis, su tragedia. La escena es familiar y sencilla (v. 8): Dios
se pasea por el huerto y percibe el dolor de la traición, tal vez se note en el
verde de los árboles, el trinar de las aves… la traición huele a ausencia. El
hombre percibe a Dios y se esconde. El hombre juega al escondido y Dios llama. La
primera pregunta, ¿Dónde estás tú? (v. 9), es la pregunta de la ubicación, no
la ubicación geográfica/espacial, sino la ubicación ética/moral, es la pregunta
tiene que ver con la relación con el Señor y en donde se ubica el ser humano frente a las verdades de la vida. Y la ubicación tiene que ver con
el rumbo de la vida. Cuando el ser
humano se aparta de Dios deja de estar donde debería. El pecado lo desubicó
frente a Dios y frente a las cosas esenciales de la vida. Solamente esta
pregunta de Dios es capaz de despertar, bajo las ruinas de la existencia, la
memoria de lo que el hombre es y que con demasiada frecuencia olvida.
La segunda
pregunta, ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? (v. 11), que surge cuando el
hombre responde revelando la razón de su actitud (tuve miedo, porque estaba
desnudo), es la pregunta sobre la
sexualidad[1].
Tiene que ver sobre quién está enseñando
sobre el cuerpo, que voces está oyendo frente al manejo de la desnudez. Esta
pregunta interpela al hombre sobre cómo está manejando la sexualidad. Las
grandes bendiciones de la vida vienen cuando se educa el cuerpo para hacer lo
correcto. Las grandes ruinas vienen cuando se toma el cuerpo, la desnudez como medio
no para agradar a Dios, sino para buscar llenar lo in-llenable. Cuando el ser
humano pecó contra Dios aprendió el vicio de esconder su sexualidad y los
genitales se volvieron el centro de la vida. El texto sagrado habla de que
intentaron cubrir su desnudez porque el pecado les sembró la malicia. La tercera pregunta, “¿Acaso has comido del
árbol del que te mandé que no comieses?” v. 11b, tiene que ver con las
fronteras, con el cruce o rompimiento de los límites. Más allá de que si se
comió una manzana o se comió un mango, aquí el asunto tiene que ver con el
rompimiento de la frontera. Cuando el hombre se acostumbra a cruzar los
límites, las reglas establecidas por Dios, corre el riesgo de volverse cínico,
demente, irracional. Necesita recuperar la relación con el Señor para recuperar
urgentemente la frontera y el buen juicio. Es necesario que el Señor le ayude a
ponerle a la vida límites. El pecado es lo que limita la vida, pues quebranta
la norma y limita al ser humano para
hacer lo correcto dañando así a otros.
La cuarta pregunta,
“¿Por qué has hecho esto?” v. 13, es la pregunta que inquiere por las razones
de la falta. Las razones son importantes porque si bien no hacen legitima
la falta, si permiten elaborarlas y de esta manera tratárselas mejor. Lo que no
se habla no se sana. La dificultad en el relato es que tanto el hombre como la
mujer optan por la proyección de la culpa. Es decir, atribuyen a otro el peso
de la culpa creyendo así solucionar el problema cuando lo que se hace es
complicar más la situación. El hombre proyecta la culpa sobre la mujer y sobre
Dios mismo, él dice, “la mujer que tú me diste…”, el romanticismo (2:24) es
cambiado por la crítica, las palabras de afirmación son cambiadas por palabras
de condenación. De la misma manera, la mujer proyecta su culpa en la serpiente,
esta última pasa de benefactora a engañadora. El orden de dialogo se
restablece, Dios y el hombre dialogan, ya no habla el hombre y el animal; no obstante
este diálogo está ya quebrado, la fraternidad ha sido rota. El hombre y la mujer se dejan dominar por un
animal al que tenían la misión de dominar (1:28). Parece ser que es esta
animalidad la que a partir de ahora está llamada a ser dominada. Pero, las
consecuencias no se harán esperar.
Continuará.
[1] La presencia del simbolismo
sexual en este relato es clara y no debe sorprender. Durante muchos siglos los
cultos de fecundidad en Canaán hubieron de aparecer a Israel como grave
tentación de pecado. La serpiente que se enfrenta a la mujer aparece con
frecuencia en la mitología semítica como símbolo de fertilidad asociada a la
diosa madre. Al hombre y a la mujer se les había prometido el conocimiento de
todas las cosas para hacerlos como Dios, pero en realidad, adquieren un
sentimiento de vergüenza por su desnudez; descubren que son esclavos del deseo
sexual. No es difícil reconocer en todo esto una abierta polémica contra los cultos de fecundidad que prometían
a sus adoradores la comunión mística con sus dioses. El devoto de estos ritos
creía que llegaría a ser dueño de la fuerza de la vida, pero, de hecho, el
resultado final era la confusión. Esto no significa que el relato de Génesis 3
sugiera que el primer pecado fuera de algún modo, le pecado sexual. Pero si es
cierto, que el relato descubre en los cultos de fecundidad de su tiempo, todo
lo que era más característico en la tendencia del hombre al pecado: el orgullo
y el deseo de autonomía que llevaba al hombre a abusar de la creación en su
intento por controlarla. No es casualidad que más tarde la señal del pacto sea
la circuncisión (Gen 16:17). También la
serpiente simbolizaba el estilo de gobierno de los faraones, que en su cabeza
se colocaban un casquete con la figura de una serpiente, símbolo de la
sabiduría total.
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