Carta a Jesús el día de la navidad[1]
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Caballero 163
Querido hermano Jesús: Te escribo con
sencillez, y comienzo llamándote "hermano". No eres un Dios lejano ni
un ángel en las nubes. Creciste, lloraste y reíste, y por eso eres cercano. Te
pareces a los que estamos en estas bancas en todo menos en una cosa, que sí es
nuestro gran problema: el egoísmo en contra de los demás y la arrogancia sobre
los demás. Eres, pues, como nosotros, pero bien se nota de dónde venías. De tu padre
José aprendiste a ser trabajador y honrado, soñador y amante de la justicia. De
tu madre María aprendiste el cuidado y la ternura, y a alegrarte en el Dios de
los pobres. De tu gran amigo Juan aprendiste austeridad y reciedumbre, y
también a ser profeta y decir las verdades que pocos quieren decir. Aprendiste
a ser un hombre de tu pueblo, buen judío y religioso, a leer la Escritura y a
orar. Daba gusto verte ante tu Dios. Muchas veces en silencio, retirado. Otras
veces con la gente. "Llamemos a Dios "Padre", decías,
"porque es bueno con los pequeños", y por eso tú también sentiste
predilección por los pobres y débiles, por las mujeres y niños, por los
pecadores despreciados y por los extranjeros marginados. Así era Dios para ti,
no como el dios de los sacerdotes del templo que exigían sacrificios, bueyes y
ovejas, ni como los dioses de los romanos, que daban miedo y asustaban con
rayos y truenos - dioses, por cierto, que siguen existiendo hoy, con armas y
ejércitos, opresión y represión. En ese Dios confiabas y en ese Dios
descansabas. También impresionaba tu fidelidad cuando las cosas se ponían
difíciles, las persecuciones, el huerto, la cruz. A Dios le dejabas ser Dios.
Nunca lo manipulaste para tenerlo a tu favor. Le fuiste fiel sin desviarte del
camino, siempre servicial, entregado a los débiles, a la causa de Dios, en un
mundo que persigue, difama y da muerte a los que se dedican a esa causa. Al
final, la cruz y la resurrección.
A
nosotros nos anunciaste una buena noticia: que el reino se acerca y que Dios
ama y defiende, sobre todo a los pobres y pequeños. Nos pediste que fuéramos
como "niños", pero no "infantiles". Nos pediste orar y
cantar, pero sobre todo hacer la voluntad del Padre Celestial. Nos dijiste
muchas palabras, pero una fue realmente bienaventurada y exigente:
"sígueme". Los que te conocieron bien, para decir en una palabra
quién eres, dijeron que "pasaste haciendo el bien", que fuiste un
hombre cabal, misericordioso con los débiles, y comprensivo, pues tú también pasaste
por la debilidad. Y que "no te avergüenzas de llamarnos hermanos". Hermano
Jesús, así fuiste, pero no sé si nos interesa que así fueses. Antes sí. Así te
predicaba Monseñor Romero entre nosotros, y te hacía presente con su ejemplo y
el de muchos otros hombres y mujeres. Pero ahora no estoy tan seguro. Algunos
grupos y sectas -y lo difunden algunas emisoras de radio y televisión- te
presentan como milagrero y melifluo, de muchas novenas y estampas, con mucho
canto y poco compromiso, a nuestra medida y a nuestro servicio. En definitiva,
muy del cielo, pero poco de la tierra. Hermano Jesús, tú que nos conoces bien,
¿no es verdad que nos da un poco de miedo que te acerques como realmente eres?
Y sin embargo eso es lo que celebramos esta navidad aquí en la Iglesia, y creo
que lo hacemos con bastante sinceridad, aunque somos conscientes de nuestras
limitaciones y pequeñez. Celebramos que así eres y que así, y no de otra
manera, te has acercado a nosotros. Aunque no sea lo más importante, notarás
que hoy en la Iglesia hay ambiente de celebración, más luz, más color y más
música. Y sobre todo más amor. Mucha gente ha trabajado estos días. Unos en
ensayar cantos, otros en poner el nacimiento y arreglar el altar. Otros,
mujeres sobre todo, sencillas y silenciosas, que no buscan reconocimiento ni
recompensa, en asear la Iglesia, como lo hacen todos los lunes y sábados del
año. Es su particular liturgia, y pienso que es la que más te agrada. Como
siempre han puesto un nacimiento, que, por cierto, refleja bien cómo fuiste de
mayor. Y también refleja bien nuestro mundo.
Estás
rodeado de pastores, gente pobre y sencilla, despreciada y tenida por gente de
mal vivir. Y ya sabes que esos "pastores" son hoy la mayoría de la
humanidad. La pobreza -la compañía de los pobres, no la de los bien trajeados-
es lo que te caracterizó, y es el menaje más claro de la cueva y el pesebre.
También están tres sabios, en camellos, gente que busca la verdad y está
dispuesta a caminar de lejos para encontrarla. Son los que no se dejan engañar
por este mundo, que se dice democrático, pero que, con algunas cosas buenas,
sustancialmente es egoísta, elitista, insensible y prepotente. Esos
"sabios" no abundan, pero siempre hay algunos. En el centro del
nacimiento está José, como uno de tantos trabajadores a lo largo de la
historia, y está María, la buena vecina -y me alegra que siga habiendo hasta el
día de hoy gente como ellos con esa dedicación a la vida. No son noticia, no
ganan óscares, no modelan ni meten goles, ni salen en la televisión.
Parafraseando a un famoso filósofo, son los "guardianes de la vida".
Mantienen al mundo en pie. Y si se mira lejos, también se puede ver a Herodes,
que sigue matando niños sin piedad. UNICEF, la organización de Naciones Unidas
para la Niñez, acaba de decir que la mitad de los dos mil millones de niños que
hay en el mundo viven en pobreza y miseria. Este año ya han muerto de hambre
cinco millones de niños. Herodes sigue suelto y muy activo en nuestro mundo. Y
para vergüenza de este mundo occidental, que se tiene por demócrata y se diga o
no cristiano, los costos de la gestación y nacimiento de un bebé en Estados
Unidos son 410 veces más que los de un bebé en Etiopía. Hermano Jesús. Estamos
contentos esta noche, sí, pero no es fácil. Sólo un ejemplo entre muchos, que
me parece importante recordarlo aquí en Colombia para que no ignoremos a los
que hoy sufren más. La mayoría de ellos están en África, y eso es lo que me
dicen en una carta que llega de España: "No sé cómo podrán celebrar
navidad en el Congo. Es demasiado fuerte el sufrimiento, los desplazados sin
absolutamente nada en las manos". Y cuántas historias semejantes en Irak,
en Palestina, en Aleppo, aquí. Pero algo hay en la esperanza que no muere. En
el nacimiento hay una estrella, no milagrosa, sino humana, que irradia luz a
todo aquel que quiera caminar en busca de la verdad, la justicia, la paz. Es
como la luz que irradió Monseñor Romero sobre el caminar de nuestro pueblo. Y
es la luz de la que también se habla en la carta que he citado: "En el
Congo dos obispos, Mosengo y Sikuli, sostienen la esperanza de sus
pueblos". Y añade la gran paradoja: "aquí, en España, nuestra
esperanza tiene que sobrevivir en medio de este desierto de consumismo".
Pobre primer mundo, con mucho dinero y con poca esperanza. No es fácil, pero
cantamos. Hoy nos encanta escuchar el canto de los ángeles, mejor que el de
santa Claus. San Lucas lo dijo espléndidamente: "Gloria a Dios en las
alturas. Y en la tierra paz a los hombres y mujeres de buena voluntad".
Con esa
música en el corazón saldremos de la Iglesia con más alegría para celebrar una
cena familiar, con más compromiso para trabajar por un mundo con más justicia,
con más paz y con más fraternidad. Y con más esperanza. Voy a terminar. Notarás
que te he llamado "hermano", y algunos quizás se extrañarán -o
estarán un poco nerviosos- porque no he hablado del "Niño Dios".
Llamarte "hermano" quizás les suena a poco. No haya pena. Jesús, eres
nuestro hermano y eres Hijo muy querido de Dios. Los primeros cristianos
dijeron que contigo "ha aparecido la benignidad de Dios". San Lucas
nos dijo que eres Hijo del Altísimo y san Mateo te llamó "Dios con
nosotros". Eres el gran regalo de Dios. No has nacido de voluntad de carne
ni de voluntad de sangre, sino que has nacido de Dios. Cuánto discurrieron los
cristianos de los cuatro primeros siglos para dejar esto en claro: que tú estás
en Dios y que Dios está en ti, "que eres de la misma naturaleza que el
Padre". En palabras más sencillas y más bellas, que muchas veces he
citado, lo ha dicho Leonardo Boff. En un arrebato franciscano, viéndote y
contemplando tu vida, escribió: "Así de humano sólo puede ser Dios".
"Niño Dios", "Dios con nosotros", "Hermano
Jesús". Te decimos: "ven, ven, no tardes". Te pedimos que este
mundo no sea injusto, insensible y cruel, sino como el reino de Dios que
anunciaste como la gran buena noticia. Y te pedimos que nos parezcamos a ti
para iniciarlo entre todas y todos. Fin.
[1] Tomado y adaptado del Texto de
Jon Sobrino, http://www.alainet.org/fr/node/111167 Rescatado /05/12/16
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