Opción Betesda
Eclesiología desde la periferia
convozalta.blogspot.com/Jovanni Caballero30
Los teólogos de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) formularon y han sostenido por décadas el modelo de misión llamado Opción Galilea. Este modelo realza a Jesús realizando su misión en un momento particular de la historia, en una situación cultural específica y desde la periferia[1]. Fue así como el centro de las operaciones de Jesús estuvo alejado de los grandes centros del poder religioso y político de su tiempo, pero sin dejar por eso de incidir en ellos. A menudo, algunos modelos del quehacer eclesiástico en América Latina hoy, inspirados en el marketing, la magia de la televisión, las megaiglesias, el entretenimiento y el espíritu consumista, nos han hecho olvidar de la inspiración que pueden producir algunas iglesias que, lejos de los modelos anteriormente descritos, llevan a cabo su misión desde la periferia.
En días anteriores fui invitado a exponer la palabra en una pequeña congregación ubicada en zona rural. La iglesia Betesda se encuentra en El Toche, corregimiento de Pueblo Nuevo, Córdoba. Los hermanos que ministran la alabanza no están a la altura de los últimos trabajos discográficos de Witt, Romero, Campos o Montero; a duras penas saben quiénes son. Alaban al Señor al son de harmónica (violina), caja y guacharaca. Las letras de las canciones son tan autóctonas y propias como sus instrumentos. Ellos no alaban al Señor con sabor norteamericano, ni mucho menos con acento mexicano. Sus canciones no se han “norteamericanizado”, ni “mexicanizado”; su alabanza sabe a Colombia, a Costa Caribe. Cantan sus experiencias de vida, lo que sale después de un día de haber sembrado la yuca o el plátano, lo que ellos experimentan lejos de la urbe, lo que cuentan en sus veredas y en los caminos enlodados. No están interesados en vender o ganar nada. Alaban al Señor porque se ha manifestado en sus historias. Son canciones del camino y para el camino.
Mi exposición estuvo fundamentada en la carta a los Efesios. Después de haber dado un panorama del libro, pasé a exponer las bendiciones de Dios en Cristo Jesús (1:3-14). Cuando terminé de exponer la primera parte del texto (las dos primeras bendiciones: la elección y predestinación, para alabanza de la gloria del Señor), me llevé tremenda sorpresa. Los hermanos se pusieron de pie y entre lágrimas y cantos levantaron oración a Dios por haberlos salvado. El pastor pasó al frente y, de rodillas ante el Señor, comenzó a llorar y orar. Ahora bien, ¿Qué es lo que suscita este acto en una congregación? La respuesta es obvia: la Palabra. Aún hay congregaciones que se asombran frente al texto bíblico.
La sorpresa pasaría después a otro plano. El director del ministerio de alabanza me invitó a su casa (de palma, con una única habitación para todos) y me contó su historia. Me mostró a su bebé, Andrés Felipe, quien tiene trece años y desde que tenía un mes de nacido tiene parálisis cerebral. Nunca le escucharon decir “papá” o “mamá”, nunca le han llevado de la mano para andar por los caminos, tampoco le han llevado a la escuela; la vida de Andrés se supedita a su cama. Pensé como papá por un momento y pude sentir lo difícil de la situación. Sin embargo, aún faltaba más: me dijo que hacía cuatro años había sepultado a su hija; ella tenía cinco años cuando murió de un paro cardiorrespiratorio. Pero ¿Qué es lo que hace que un hombre como este con semejante drama tenga aun la valentía de dirigir a la congregación a alabar y glorificar a Dios? Con toda razón una de sus canciones dice:
“Yo caminaba por caminos de espinas, como un loco cantaba y lloraba con mi dolor.
Decepcionado y cansado de la vida, no encontraba salida, y morir era mejor;
y escuché allá en el cielo una voz que decía: “¡No desmayes, por favor!”
Ese es mi Cristo que se apiada de nosotros, que perdona los pecados y nos da su amor".
Esta congregación campesina plantea algunos aspectos para reflexionar sobre la misión. En primer lugar, con los ritmos y letras autóctonas nos recuerdan que la misión es encarnación, no imposición, ni colonización. El evangelio tiene la capacidad de ser relevante a una cultura y a un entorno social específico, tomando sus convenciones y sus categorías para su propio fin. Recordemos que el NT no se escribió en latín o griego clásico, sino en el griego koiné o en lenguaje común. En segundo lugar, hay dos elementos que nos recuerdan un modelo sencillo (sin ser simplista) de la misión: congregación y texto. La Iglesia debe volver al asombro de la predicación y a la humillación frente a la Palabra de Dios y al Dios de la Palabra.
En tercer lugar, casi siempre que la misión ha fluido desde los centros de poder y prestigio se ha comunicado un evangelio diferente al que se oye cuando procede desde una postura de debilidad y la periferia social. “… la radicalidad de las imágenes populares del pueblo de Dios entero en misión, y el carácter precario de las imágenes de peregrinación son todas fuentes de inspiración para una iglesia débil y sufriente, una iglesia que vive y da testimonio bajo una cruz, motivada por la fidelidad a su Señor”[2]. Fin.
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